
/ Julián Miranda Sanz
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finales de agosto de 2013 publiqué mi primera
columna en este blog con el único propósito de tener una actividad que ocupase
parte del tiempo que, a partir de esa fecha, mi jubilación me permitiría. Una
actividad que al poder desarrollarla con cierta asiduidad podría convertirse en
una bendita rutina.
He sido, soy y moriré siendo una persona rutinaria.
Creo que para una gran parte de la sociedad los personajes que vivimos con la
rutina como compañera de viaje estamos catalogados, en el mejor de los casos y
siendo benévolos, como personas «raras». Pues bien, a pesar de estas opiniones
yo personalmente me siento muy orgulloso y feliz con mis rutinas. Entre otras
razones, porque cuando la rutina se rompe, por lo general, no es para bien. Y entonces
entras en otra rutina, pero más puñetera.
En cierta ocasión y mientras tomaba un café en una
cafetería, la persona que tenía a mi lado me preguntó si solía tomar café todos
los días en esa cafetería. Superada mi extrañeza por la pregunta, le contesté
que sí tomaba café, pero que no siempre lo hacía en ese lugar.
Este señor me confesó que él llevaba más de diez
años, es decir desde que se jubiló, repitiendo lo mismo, tanto por la mañana
como por la tarde. Desayuno, paseo, comprar el periódico en el mismo quiosco,
tomarse un café en la misma cafetería y de vuelta a casa realizar algunas
compras en el mercado de toda la vida. Después de comer, una pequeña siesta,
realizar las tareas que un hogar demanda y de nuevo un paseo, en esta ocasión,
por lugares emblemáticos de la ciudad hasta la hora de cenar. Después de la
cena, ver una película por televisión, y a la cama.
Oída esta
confesión y a pesar de ser yo mismo un amante de la rutina, le pregunté que si
no desarrollaba otras actividades, como viajar, salir con amigos, acudir a
museos, cines o exposiciones o si no tenía otras aficiones, pues según me había
relatado este señor su rutina, ésta me parecía exagerada.
Esgrimiendo una
gran sonrisa, mi contertulio ocasional me respondió que por supuesto tenía
otras muchas más aficiones, pero que si alguna vez dejara de realizar alguna de
las que me había relatado, las demás irían quedándose por el camino y
terminaría por no realizar ninguna.
Después de aquel
café y de aquella charla con mi vecino ocasional, salí reforzado en mis
creencias sobre la rutina. Sigo pensando que los «raros» son los que no quieren
reconocer sus rutinas. Todos somos rutinarios. Acaso no es una rutina ir todos
los miércoles al cine porque es más barato. Acaso no es una rutina ir a
natación todos los martes y los jueves. Acaso no es una rutina guardar cola
para apuntarse a un viaje del Imserso. Acaso no es una rutina ir al gimnasio
todos los lunes, miércoles y viernes. Acaso no es una rutina quedar a comer
con Purita y Andrés todos los jueves
porque es el día de la paella. Acaso no es una rutina practicar las actividades
que políticamente son correctas. Y así creo que podría continuar citando muchos
«acasos» más que practican muchas, muchas, muchas personas que se consideran
activas y que la energía les fluye por los cuatro costados.
Señores, una de
las cosas buenas que he encontrado en la jubilación es que ahora puedo
desarrollar una rutina más selecta, a parte de realizarla como me venga en
gana. Sin embargo, siempre surge alguna circunstancia o algún Juan o Juana
español que te hacen añicos una rutina con la que has soñado durante más de
cuarenta años.
Por mi parte,
espero que mi rutina me dure mucho tiempo, aunque esto me ocasione ser una
persona políticamente «rara» y hasta a veces «muy rara». Si una cosa tengo
seguro es que siempre lucharé por mantener mis rutinas, al menos hasta que el
cielo o la tierra me lo impidan.
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