Síndrome de «bata blanca»
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vez ordenados unos cuantos asuntos comunitarios, podemos sentarnos ante el
ordenador y comenzar una nueva columna. En esta ocasión no vamos a comentar ningún
tema de actualidad y sí emplearemos este espacio para realizar una terapia que nos
reconforta y hace que nuestro ego posicione el fiel de su balanza anímica en
ese punto intermedio que marca los límites de nuestras emociones.
Cuando nuestros miedos y fantasmas se hacen
fuertes en nuestro interior, tendemos a ser más callados, más reservados o
ocultarnos en algún lugar donde nadie pueda molestarnos. La ilusión y el amor
que cada mañana nos deberían motivar desaparecen y en su lugar se instalan el
desánimo y la apatía que hacen estragos en nuestra energía.
La espera, sea del género que sea, siempre es
incierta, dudosa, imprecisa e, incluso, provoca temor. Un temor a lo que está
por llegar. Entramos a formar parte de una calma tensa provocada por una mente
perdida entre unos claros y oscuros pensamientos que atormentan nuestro ser.
Por ello, creemos que lo mejor que podemos
hacer para combatir este estado de incertidumbre es lo que hemos realizado en
otras ocasiones: buscar una paz interior que nos ayude a posicionarnos para
vencer desde la tranquilidad espiritual las turbulencias que nos puedan llegar
del exterior.
Los reportajes sobre la vida animal nos ofrecen
situaciones de animales que cuando están en peligro la postura que adoptan ante
tal situación es la de permanecer quietos hasta que la amenaza pase. Esta
postura ante un peligro creemos que es una buena solución para afrontar una
situación incómoda, ya que al permanecer lo más quieto posible ahorramos
energías y al mismo tiempo no enfrentamos nuestro cuerpo a una lucha en la que
la falta de ganas, la zozobra y el desánimo nos conducirían a un final todavía
más siniestro.
Estas tribulaciones son consecuencia de una
severa hipocondría y un inquietante síndrome de «bata blanca» que muchos
padecemos con mayor o menor intensidad dependiendo también del momento en que
se padezca. Son éstas unas patologías que tienden a desaparecer una vez pasado
el «peligro» de acudir a la consulta del médico y que volverán a aflorar con la
próxima visita al doctor.
No queremos terminar esta reflexión sin contar
una divertida situación que con motivo de nuestro síndrome de «bata blanca»
vivimos hace algún tiempo.
En una de las visitas a la consulta de nuestro
especialista, la doctora observó que nuestra tensión marcaba unos números que
no podían tomarse como referencia a una posible hipertensión. La doctora,
profesional y entregada de la mejor forma al ejercicio de su profesión, no dijo
nada al respecto y comenzó una conversación que cada vez desviaba más de su
línea médica hasta desembocar en una dirección coloquial con el propósito de tranquilizarme.
Volvió a hacer una nueva medición de la tensión, pero ésta continuaba en valores
extremos. Entonces, me dirigí a la doctora y le comenté que sería porque acudir
a la consulta, esperar los resultados de los análisis y ver la figura del médico con su
bata me producían ese nerviosismo. A lo que la doctora, levantándose de la
silla, y demostrando una sensibilidad y una profesionalidad excelentes,
contestó: «En la consulta ya está y los resultados de los análisis son de
libro, no tiene por qué preocuparse. En cuanto a la bata, tampoco —y sin más se
la quitó—. Sin ella también podemos pasar consulta».
Sin embargo, el remedio fue peor, ya que al
despojarse de la bata mi pulso y mi tensión se alteraron más. Llevada por ese
impulso profesional, la doctora se olvidó de que debajo de la bata blanca solo estaba
su ropa interior.
Anécdotas aparte, ahora, al terminar esta
columna, nos sentimos mucho mejor.