MIENTRAS esperaba mi turno en la peluquería, ojeaba uno de
esos periódicos que hay sobre la mesa de estos locales para que a los clientes
se les haga la espera más amena. Me detuve al leer un titular que captó mi atención.
La protagonista de la noticia era María Pilar Bustos, jubilada y coordinadora
de un club de lectura para mayores. María Pilar acude todos los días, junto a
otros voluntarios, a las residencias de la Tercera Edad para dar conversación y
leer libros a las personas ingresadas en estos establecimientos geriátricos.
La idea que ha
tenido esta jubilada nos parece genial y la labor que realiza dando
conversación a las personas mayores resulta más terapéutica que las terapias
que desarrollan los profesionales en estas residencias.
Las personas
mayores, estén en una residencia o en su domicilio, precisan practicar la
conversación y la necesidad de ser escuchadas, de la misma forma que
necesitan las medicinas o los ejercicios
físicos que su edad les permite. Sin embargo, esto no siempre es así. Los
equipos de terapia se ocupan de que los ancianos realicen cada día una serie de
ejercicios físicos, que en muchas ocasiones producen más dolor que beneficio, o alguna actividad para que la
mente se mantenga lo más despierta posible a esas edades tan avanzadas.
La terapia que pueden
desarrollar personas como María Pilar es mucho más importante y beneficiosa que
la que imparten los profesionales, por lo que el sentido común, una vez más, se
impone a años de carrera. Lo que verdaderamente necesitan nuestros mayores es
que les hablen y les escuchen, de la misma forma que hablamos y escuchamos a
los niños para que aprendan a hablar y a expresarse o de igual manera hacemos
cuando deseamos aprender algún idioma, cuanto más se hable y escuche la nueva
lengua, nuestro aprendizaje será más efectivo.
Las conversaciones
que realizan las personas que están en las residencias, por lo general, giran en torno a situaciones vividas por
ellos en una época ya muy lejana. Su mente se queda estancada en esos recuerdos
nostálgicos al tiempo que su interés por los asuntos cotidianos desaparece. Las
tertulias que pueden formar entre ellos están amenazadas, por una parte, por la
sordera propia de la edad que muchos de los contertulios padecen y, por ello,
cada uno sigue la conversación no siempre de una forma coherente, y, por otra,
las conversaciones sobre cómo es el trato que reciben por parte de los
profesionales de la residencia ocupan buena parte de su tiempo. Por ello es por
lo que necesitan esas conversaciones del día a día que cualquiera de nosotros
empleamos cotidianamente.
Asimismo, entre
las modalidades de divertimento que el equipo de terapia programa para estas
personas mayores se encuentran las sesiones de cine. Aunque la idea es buena,
creemos que, una vez más, de nuevo las personas encargadas de estos menesteres
se equivocan al programar películas de aquella España en blanco y negro que
vivieron nuestros mayores o, en el mejor de los casos, proyectan películas de
nuestros niños prodigio, como Marisol o Joselito. Nuestros mayores, que también
tuvieron cuarenta años, disfrutarían mucho más recordando aquellos años con
películas como El padrino, El golpe, Tristana o La naranja mecánica, entre
otros, o con los clásicos del cine, como Casablanca, Gilda, Con faldas y a lo
loco o La ventana indiscreta, por ejemplo.
Si a unos cuantos
años de carrera universitaria les unimos un mínimo de sentido común,
conseguiremos que nuestros mayores sean más felices.