HA
comenzado la carrera hacia las elecciones europeas que tendrán lugar el próximo 25 de mayo. Una carrera que, según todas las encuestas, despierta muy poco interés en
los ciudadanos que deben votar. Esta falta de atracción electoral se debe
principalmente al escaso entusiasmo que los ciudadanos tienen por los
candidatos de los distintos partidos. Un interés que, poco a poco, ha ido
diluyéndose porque los políticos cada día insuflan una inclinación al pasotismo
electoral con sus actuaciones dentro y fuera de la política.
¿Dónde quedó aquel entusiasmo por acudir a las urnas que los
españoles manifestamos en 1977 y en 1982? Para nosotros estas dos elecciones
han sido las únicas que han servido para que el ciudadano se sintiera
verdaderamente importante en unos comicios. Por un lado, Adolfo Suárez fue
capaz de encandilar al electorado para que acudiera a las urnas: eran las
primeras elecciones libres en cuarenta años, y, por otro, Felipe González
consiguió en 1982 ganar unas elecciones que creemos han sido las más
auténticas, las más celebradas y, podríamos decir, las únicas, ya que
representaron la victoria de la izquierda en España tras la dictadura franquista.
Las elecciones de 1982 dejaron unas cifras de récord que lo dicen todo: el
Partido Socialista consiguió 202 escaños, obtuvo más de diez millones de votos
y la participación ciudadana llegó hasta el 80 por 100.
Hoy todavía nos acordamos de aquellos políticos que, de una
u otra forma, supieron ganarse al ciudadano. Todos recordaremos, entre otras
cosas, la legalización del Partido Comunista por Adolfo Suárez o la victoria
abrumadora de un partido de izquierdas con Felipe González al frente en las elecciones de 1982, y todo ello con la sombra del terrorismo cerniéndose sobre España. Sin embargo, hoy, y ya
no digamos pasados unos cuantos años, ¿por qué son conocidos los dos candidatos
de los principales partidos a las elecciones europeas? Por un lado, tenemos a
Miguel Arias Cañete, que se le
conoce por las duchas frías o por comer yogures caducados, y, por otro, a Elena
Valenciano, conocida por... su
feminismo y porque ha mejorado la imagen del PSOE teniendo en cuenta que su
antecesora fue María Teresa Fernández de la Vega. Con este bagaje difícilmente puede el electorado ilusionarse con
estos candidatos por mucho énfasis que éstos pongan en sus campañas y si, además,
tenemos en cuenta que PSOE y PP se apoyan en la figura de Zapatero en sus
mítines (cada partido según sus intereses), no es extraño que las encuestas
tampoco muestran un claro ganador para el 25 de mayo.
La alegría, el entusiasmo, los prometedores mensajes que los
candidatos quieren hacernos llegar rivalizan con la alegría, el entusiasmo y
los prometedores ascensos que los propios candidatos han debido de recibir de
sus respectivos partidos. Tanto Miguel Arias Cañete como Elena Valenciano, desde que su partido les nominó para viajar
a Bruselas, reflejan una felicidad en sus rostros equiparable a la de cualquier
mortal cuando su empresa le comunica que le ha ascendido y, por tanto, sus
emolumentos, a partir de ese momento, serán mayores. La cuenta atrás ya ha
comenzado. Ahora queda casi un mes por delante en el que los candidatos
actuarán como en los anteriores comicios: reprochándose mutuamente sus
respectivas empresas, tanto políticas como sociales.
Lo mejor de estas elecciones es que, por una parte, el día
26 de mayo todos los partidos habrán ganado y continuarán echándose en cara lo
que han hecho y lo que han dejado de hacer, y, por otra, el ciudadano tendrá el
convencimiento de que los verdaderos ganadores de las elecciones son Miguel
Arias Cañete y Elena Valenciano y sus respectivas cuadrillas si se me permite
el símil taurino.