EN primer lugar fue el debate de El País, donde los primeros espadas, a excepción de Mariano Rajoy, comenzaron a calentar motores con la vista puesta en las próximas elecciones del 20-D; después presenciamos el debate «a cuatro», llamado «el Decisivo» por Atresmedia, los organizadores del evento, y que al igual que el primero contó con la ausencia de Mariano Rajoy; a continuación se celebró otro debate en la plaza de TVE, aunque en esta ocasión podríamos catalogarlo en la sección de festejos dado el gran número de participantes y que los cuatro principales cabezas de cartel estuvieron representados por sus respectivos subalternos, y el próximo lunes podremos seguir otro debate en la ya «debatizada» Antena 3, aunque en esta ocasión será un mano a mano entre Mariano Rajoy (al que se le espera y se supone que llegará) y Pedro Sánchez (asiduo a Antena 3), las principales figuras de los dos partidos políticos más clásicos de nuestra democracia que, con su particular verbo, tratarán de convencer al público en general para que el próximo 20 de diciembre les premie con los votos.
Después de los dos principales debates (El País y Antena 3), con ganadores dispersos según tendencias y
gustos personales, destacan, por una parte, las ausencias de Mariano Rajoy;
unas ausencias criticadas en todos los medios, pero ya se sabe lo que pasa
cuando uno se cruza con un gallego en una escalera: no se sabe si sube o baja,
y por otra parte, los debutantes en estas lides televisivas nos ofrecieron una
imagen insegura presa de los nervios propios de diestros que debutan en plazas
con caballos y picadores; no así la vicepresidenta Soraya, acostumbrada a
lidiar todo tipo de festejos, que se mostró con aplomo a pesar de los tacones,
siempre femeninos y elegantes pero poco recomendados para permanecer a pie
firme durante más de dos horas.
Dejando a un lado el primer debate celebrado en el diario El País y las valoraciones sobre las
repetitivas propuestas de los distintos candidatos, nos quedamos con ese otro
lenguaje corporal que los participantes nos dejaron en el «gran debate» en
Antena 3.
En primer lugar y por aquello de la caballerosidad hacia las
damas comenzaremos por Soraya Sáenz de Santamaría. La vicepresidenta del
Gobierno ofreció una imagen tranquila, serena e inalterable, solo perturbada
por el tema de la corrupción, del que salió como pudo, dando una larga cambiada, que no fue poco;
demostró oficio y dotes de mando como se pudo ver al principio del debate al
colocar a cada colega en su sitio para que los fotógrafos pudieran obtener una instantánea
mejor del cuarteto participante.
Pedro Sánchez pecó de sonrisa «profidén» y una vez más fue
víctima de su obsesión de acabar políticamente con Rajoy y de tirar abajo todo
lo establecido para reconstruirlo a la manera socialista. Nos ofreció al PSOE
como el partido del cambio, de un cambio que los socialistas vienen ofreciendo
desde los años de Felipe González. Un Felipe González que ha saltado a la arena
para rescatar a un Pedro Sánchez que ni vence ni convence y que lo que ofrece
es una figura de escaparate de Cortefiel. El actual secretario general del PSOE
es una figura política confeccionada por parte de la prensa que lo presenta
como un gran líder político al igual que ha hecho con otros ídolos, como
Fernando Alonso, al que no le sirve ningún coche; Fernando Torres, famoso por
el gol a Alemania en la Eurocopa 2008 y algún otro al Real Madrid y poco más, o
el mismísimo Alejandro Sanz, que ni canta ni falta que le hace.
Pablo Iglesias fue el más natural entre todos los
participantes. El líder de Podemos se presentó como un verdadero emergente: sin
corbata, sin chaqueta, con las axilas sudorosas, con su bolígrafo Bic, con una
pose de piernas separadas dando sensación de estabilidad y, cómo no, con su
sempiterna coleta.
Por último, Albert Rivera, en su papel de imitador de Adolfo
Suárez que fue uno de los artífices de la Transición, manifestó una serie de
tics que delataban un nerviosismo que no sabemos si sería fruto de un traje
estrecho que le oprimía y no le dejaba respirar bien o de estar en una plaza de
primera con picadores ante más de nueve millones de espectadores.
Pese a todos estos debates y los que nos quedan por pasar
hasta llegar al 20-D, a las encuestas, sondeos, pronósticos y demás zarandajas
periodísticas, nosotros seguimos sobreviviendo, aunque no sabemos muy bien para
qué tenemos que acudir a votar el 20 de diciembre si ya estamos sabiendo cómo
van a pactar los partidos, con quién van a pactar y en qué posición van a
quedar. Viendo y oyendo todo esto pienso que cada vez los ciudadanos somos una
pieza más de toda la parafernalia que se forma cada cuatro años para firmar un contrato
de trabajo a unos cuantos personajes que se parten el pecho mitineando durante
algo más de dos semanas durante la correspondiente campaña electoral.