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víspera de San Valentín, se estrena en España la película Cincuenta sombras de Grey. No hay lugar donde no se hable de este
filme y de las aventuras y vivencias sexuales de la señorita Steele con el
señor Grey o viceversa. Desde hace tiempo se pusieron a la venta las entradas
para presenciar esta película que llega bajo la garantía del éxito alcanzado
por la trilogía de la novela que ha vendido más de seis millones de ejemplares.
Por mucho que todos y cada uno de los
componentes del equipo de este lanzamiento erótico, tanto literario como
cinematográfico, se empeñen en hacernos ver que las sombras del señor Grey
representan una nueva forma de vivir el sexo, desde nuestro punto de vista
están muy equivocados.
La novela Cincuenta
sombras de Grey fue una nueva tendencia con tintes eróticos que se orientó a
las mamás que hasta entonces no se habían atrevido a leer una novela de estas
características en público, pese a toda la revolución sexual acaecida desde que
las féminas lucieron el primer biquini en Benidorm.
Con estas aventuras que
dicen son de BDSM (bondage o ataduras, disciplina y dominación,
sumisión y sadismo, y masoquismo) quieren despertar una libido que ya está
más que espabilada a estas alturas del estreno de la película. Una película que
dura dos horas y que solo tiene once minutos de sexo, de un sexo light, poca cosa puede estimular. Hoy,
las mujeres y los hombres, los jóvenes y los menos jóvenes, los que estudian o los
que trabajan, todos, están al cabo de los asuntos sexuales.
Por ello, creemos que estas sombras eróticas
solo serán sombras que se desvanecerán en cuanto las luces de la sala donde se
proyecten se enciendan. Las únicas sombras eróticas que nos han perseguido
durante años y que todavía hoy ensombrecen en alguna ocasión nuestra pasión
amorosa fueron las que proyectaron aquellas películas que se emitieron entre
los últimos años de la década de los setenta y los comienzos de los ochenta.
Películas como Emmanuelle, Historia de O, Portero de noche, La naranja mecánica, El
imperio de los sentidos, El último tango en París, etc., sí marcaron una época
para todos los españoles que ya no teníamos que cruzar los Pirineos para ver lo
que nuestra mente era capaz de imaginar sexualmente. Aquellas películas
sirvieron para que las parejas hicieran frente o perdieran muchos tabúes que
hasta entonces existían en la sociedad. Más tarde llegaron otras cuantas
películas, en esta ocasión españolas, como Las
edades de Lulú, Átame, Amantes, Lucía y el sexo…, pero ya no eran lo mismo.
Como decía don Hilarión: «Hoy las ciencias
adelantan que es una barbaridad». Sin embargo, en lo tocante al sexo continúa
siendo más de lo mismo: ni sumisión, ni liberación, ni gaitas. Siempre será lo
que diga la Rubia. Lo único que ha cambiado es la forma.
Antes las chicas si no querían ni sexo ni
erotismo interponían sus codos entre su cuerpo y el tuyo y así no había forma
de hacer nada. Hoy si no les apetece te dicen: «No quiero». Y tampoco se hace
nada. Al final, la ley en la frontera sexual siempre estará marcada por lo que
quiera la señorita que nos acompañe hasta la «habitación roja».
Por último, y ya que estamos hablando de
erotismo, para mí la escena que más tensión sexual me creó fue la que
protagoniza en Vestida para matar Angie
Dickinson en el asiento trasero de un taxi.