Del ¿estudias o trabajas? al…
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UANDO cumples cierta edad, descubres que
la vida ha pasado por tu lado y apenas te has dado cuenta. Durante la juventud
no te importa que los años pasen. Es más, en ocasiones, deseas que éstos pasen
y rápido. Tienes mucho futuro por delante y el presente casi no cuenta.
Con los años, el
futuro se va terminando y el día a día es lo que importa. Quisieras detener el
tiempo, pero entonces las fuerzas o el ánimo no te ayudan. Las mismas fuerzas y
el mismo ánimo que antaño empleábamos para acelerar y tratar de alcanzar ese
futuro con el que soñábamos cada día.
Llega el día que te
jubilas y experimentas una sensación de libertad, de regocijo, de ser tú mismo.
Sientes por tu cuerpo cómo nace una nueva vida, y hasta tus hormonas se
alteran. ¡Por fin! Sí; por fin, vamos a poder conseguir hacer realidad sueños
que teníamos en el pensamiento desde hacía tiempo para cuando llegara este
momento. Porque ahora sí que podemos.
Sin embargo, no nos
damos cuenta de que esos sueños, quizá, son de hace mucho tiempo. Ellos no
cumplen años, pero nosotros sí. Entonces
es cuando te encuentras cara a cara con la realidad y ésta te sacude con tal
violencia que hace que despiertes y pongas los pies en el suelo. Muchos de los
sueños, por no decir todos, se desvanecen y vuelves a ver que la vida pasa,
pero más deprisa aún. Y descubres que todo es un espejismo.
Hemos pasado de
aquella mítica pregunta: «¿Estudias o trabajas?», que empleábamos en la
discoteca para poder entablar una conversación con una chica y quién sabe si
comenzar algo más, a las preguntas que ahora formulamos en el centro de salud:
«¿Tienes azúcar o colesterol? Y las transaminasas, ¿cómo las tienes? ¿Y la
tensión? ¿Y el sintrom?». Y todo este espacio de tiempo ha transcurrido
como si fueran postes de la luz que vemos pasar, mientras viajamos, a través de la ventanilla del vagón de un tren.
Como dice mi amigo
Jesús, tendríamos que jubilarnos antes, porque como no realices tus sueños en
los cinco primeros años de la jubilación, jamás podrás cumplirlos. Acabaremos
en el parque, en el hogar o, en el mejor de los casos, en la playa de Benidorm
cantando canciones regionales y habaneras y escuchando contar las virtudes de los
hijos y los defectos de las nueras o las excelencias de las hijas y las
calaveradas de los yernos, según en qué lado nos encontremos.
Por mucho que quieran
inculcarnos los de Asuntos Sociales que somos jóvenes, que podemos ir, venir, entrar
y salir, la realidad es que nos falta lo más principal: ese pájaro de juventud
que cada mañana revoloteaba en nuestra cabeza y nos hacía ilusionarnos y soñar.
Lo que ahora nos queda es un estanque dorado donde cada mañana vemos un cuerpo
más ajado y una ilusión más que se
difumina.
Lo cierto es que
muchas cosas nos llegan demasiado tarde. Incluso darte la razón, amigo Jesús.