
Unos cuidados que
una madre comienza a dedicar a su hijo ya desde antes de que éste nazca,
consagrándose en cuerpo y alma al ser que tiene en sus entrañas, para que
llegue a esta vida en las mejores condiciones posibles, y que ya no dejará de prestar ayuda a su hijo
hasta que la vida decida el momento.
Una vida, la de
una madre, llena de sacrificios, privaciones, noches en vela, sufrimientos y
llantos y, en ocasiones, algunas alegrías efímeras que la compensan de tantas
angustias.
A lo largo de
nuestra vida siempre está presente la figura de la madre. Una persona que está
a nuestro lado en esas noches de pesadillas infantiles para espantar los
fantasmas que perturban nuestros sueños inocentes. Que, en los primeros
momentos en que cualquier dolencia atormenta nuestro cuerpo, hace de médico
para darnos el remedio que nos alivia el dolor. Que sin pasar por la
Universidad es psicóloga, abogada, economista. Que a lo largo de nuestra vida
la tenemos a nuestro lado para animarnos y orientarnos, primero, con las
dificultades escolares y después, con los desengaños juveniles o con los
reveses que la vida nos transfiere. Que la tenemos a nuestro lado para
convertir nuestros defectos en virtudes.
La entrega que
hace una madre a sus hijos nunca podremos recompensarla por mucho que queramos.
Sólo lo conseguiremos en parte si somos capaces de poner en práctica todas sus
enseñanzas: la educación, la honradez, la templanza, la bondad, el respeto a
los demás y todas esas virtudes morales, espirituales o teologales que nos
transmite una madre con su ejemplo diario.
El cumplimiento de
todos estos preceptos será la mejor recompensa que una madre puede recibir de
sus hijos al ver que esa obra tan fascinante y agotadora de ser madre tiene
unos buenos pilares que servirán para edificar otras vidas encarnadas en sus
nietos.
Cuando la edad ya
no permite continuar con el mismo ímpetu corporal, la vida hace que esas
energías se concentren en una fuerza espiritual y que cada día nuestra madre,
con su humildad, su resignación, su perdón, su sencillez, su paciencia, su amor
y su fe en lo divino pone en práctica impartiéndonos una vez más una magistral
lección de amor desinteresado.
Por todo ello y
muchas más cosas, felicidades a todas las madres.