
/ Julián Miranda Sanz
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El papa Francisco casa a veinte parejas |
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L pasado fin
de semana, el papa Francisco casó a veinte parejas en la basílica de San
Pedro. Ya el papa Juan Pablo II, hace catorce años, celebró está ceremonia
grupal para casar a varias parejas. Con esta celebración del sacramento del matrimonio,
el papa Francisco pretende acercar más la Iglesia católica a todos los fieles.
Después de haber celebrado bautismos, comuniones
y confirmaciones, y de haber confesado y presidido ordenaciones sacerdotales, el
papa Francisco da su bendición papal a estas parejas que se unen en matrimonio.
Un vínculo sacramental que no sabemos si estos contrayentes respetarán y
guardarán hasta que la muerte les separe. ¿O, quizá, este precepto ahora ya ha
variado? Sí; ha cambiado. Ahora ya no hay que esperar a que uno de los dos se
muera para emprender una nueva vida; basta con que alguna de las partes de la
pareja se le acabe el amor para que pueda buscar otra fuente donde reponer ese
amor acabado.
¡Qué suerte tenemos los católicos! Podemos
cambiar los mandamientos de nuestra religión según vengan los tiempos y,
además, ahora hasta con la bendición de la Santa Madre Iglesia con sus figuras
más representativa a la cabeza: el Santo Padre da su bendición; el vicario por
la diócesis de Roma, Agostino Vallini, su consentimiento, y cuarenta
sacerdotes, su aprobación. Amén.
Una cosa es pretender que la Iglesia católica
se acerque al pueblo bajando de ese pedestal que dista mucho del que Jesucristo
edificó cuando nombró a Pedro como su representante en la tierra. Y otra
cuestión es que lo que hace unos días era vivir en pecado y cohabitar con
Satanás, ahora tenga la bendición eclesiástica y la aprobación papal en el
magnífico marco de la basílica de San Pedro.
Entre estas parejas que han contraído
matrimonio se encontraban una madre soltera, varias parejas que ya vivían «juntitos»
y otras que, además, aportaban hijos que habían tenido dentro de unas
relaciones extramatrimoniales. Antes de que me tachen de moralista, diré que me
parece muy bien que cada pareja o cada
persona en particular hagan lo que quieran con su vida. Somos libres para
ejercer la religión como queramos, pero si nos llamamos católicos o cristianos
o profesamos la fe del Evangelio, también debemos ser consecuentes con nuestras
decisiones y nuestros actos. Bueno, al menos, estas parejas contrayentes habrán
confesado sus pecados conyugales antes de la ceremonia y así estar libres de
pecado para poder casarse, poder separarse otra vez, poder juntarse otra vez,
poder pecar otra vez, pero no pasa nada tenemos una religión que con la confesión
se arregla todo, como si este sacramento fuera el mejor de los detergentes que ponemos
en la lavadora para dejar la ropa impoluta.
Por otra parte, quizá lo que el papa Francisco
quiere hacer con este acercamiento de la Iglesia católica a los fieles es crear
una igualdad entre los ricos y los pobres y que éstos gocen de los mismos privilegios
que los adinerados y puedan divorciarse, tener hijos fuera del matrimonio, vivir
maritalmente con quien les venga en gana
y todo esto sin pagar a la Santa Madre Iglesia si posteriormente quieren rehacer
su vida cristiana, católica o como queramos llamarla.
En una de las audiencias que el Papa celebra en
el Vaticano decía que «hoy hay que tener valor para casarse». Completamente de
acuerdo con esta afirmación y si me lo permite el Santo Padre, apostillaré que
para casarse ahora y siempre por los siglos de los siglos hay que tener valor y
para divorciarse mucho más.