El estado de la confusión
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TRO año más asistimos durante unos días
al debate que mantienen los líderes políticos sobre el estado de la nación. Oyendo
a estos gobernantes que se preguntan el uno al otro si saben en qué país viven,
tenemos la sensación de que ninguno sabe dónde está ni lo que tiene que hacer.
Este debate tiene dos
protagonistas principales: Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba; otros
actores secundarios, como Rosa Díez y Cayo Lara, y, por último están los
figurantes nacionalistas como Duran Lleida.
Tanto Rajoy como
Rubalcaba tratan de hacernos ver, desde orillas opuestas, qué es lo que estamos
viviendo y lo que nos espera en el futuro. Con este planteamiento tan
contradictorio, estos políticos parecen charlatanes de feria que quieren vender
su pócima a los confusos ciudadanos en vísperas de unas elecciones europeas.
Este ungüento, ya en
el siglo XXI, es la bajada de impuestos que el presidente del Gobierno nos
oferta a los ciudadanos y la promesa de que no nos abandonará hasta que el
problema del paro esté resuelto. Por otra parte, Mariano Rajoy, como buen
vendedor de ilusiones, calla las contraindicaciones del producto, como son la
reforma de la ley del Aborto, los recortes de la educación o la sanidad, entre
otras, y hace nuevamente hincapié en que, como los brebajes que nos habían
ofrecido y repartido en tiempos no muy lejanos nos dejaron muy maltrechos, él
con estas medidas benefactoras nos llevará a los ciudadanos aseados y bien
peinados a un país donde el bienestar brillará más que un lucero.
Sin embargo, las esperanzas
ciudadanas de una verdadera recuperación se desvanecen cuando el otro feriante
toma la plaza y anuncia que lo que nos quiere vender el anterior viajante es
humo y que si le hacemos caso saldremos malparados debido a todos esos efectos
secundarios que silencian para vender la mercancía.
La confusión del
pueblo aumenta cuando oye voces de otros vendedores más modestos, como Cayo
Lara, apelando a los derechos de los trabajadores. Los mismos derechos que los
empresarios ignoran, y que los sindicatos no defienden con la misma intensidad
y firmeza en todos los casos. Entre estas voces minoritarias también se escucha
a los que no están conforme con vivir donde viven y quieren independizarse a
toda costa y aprovechan cualquier ocasión para manifestarlo.
También hay
comerciantes que, como Rosa Díez, están con el chiringuito ubicado entre los
dos grandes puestos de venta, y como los confusos clientes transitan de un
comercio a otro, durante este vaivén algún ciudadano entra en la tienda de Rosa
Díez, con lo que ésta se da por satisfecha, al tiempo que ofrece al visitante
la palabra que éste quiera oír.
Con toda esta feria, los
ciudadanos nos sentimos cada vez más confusos y terminaremos por no saber en
qué país vivimos. Sin embargo, los ciudadanos de lo que cada vez estamos más
seguros es que sabemos en qué país viven nuestros políticos: el país de Jauja.
Éste es su país, señorías, que les quede claro.