
Popurrí de noticias
Por Julián Miranda Sanz
CÓMO está poniéndose este otoño que
acabamos de estrenar. Si no teníamos suficiente con todos los frentes que hay
abiertos, ahora se precipitan sobre nosotros una serie de noticias que nos
causa una sensación de no saber si vamos o venimos. Terremotos, parricidas,
infanticidios, los del Partido Popular de Cataluña protestando porque el
Gobierno central les toca el bolsillo, y eso ya no, lo de la independencia,
vale, pero en lo tocante a los «monis» no hay solidaridad que valga; los de
Madrid, que si Cataluña tiene trato de favor con la financiación, ellos
también. Que si ahora los consumidores tendremos que pagar económicamente las
consecuencias si llegara a cerrarse la plataforma Castor, y así un largo
etcétera que hace olvidar otros más largos y más graves. El «caso Bárcenas»
sigue ahí, aunque puede que tarde en resolverse como el «caso Malaya», que
desde que comenzó en 2005 termina ahora en 2013, y para muchos de los
implicados en este caso de corrupción, lo pasado, pasado y a continuar, y el
resto, ya se sabe. Lo de siempre: buena conducta, fines de semana a casa y a
comenzar una nueva etapa o seguir la misma, tampoco les iba tan mal.
Sin embargo, echo
en falta un clásico del otoño: las «movidas» de los sindicatos. Pero con la que
les está cayendo con la juez Alaya y el
mareo que produce tanta fiesta con todo incluido y barra libre por el momento
están más tranquilos.
Dentro de esta
vorágine de acontecimientos aparece una noticia peculiar: la alcaldesa de Fuengirola, Esperanza Oña,
prohíbe reproducir «bajo ningún concepto» géneros como el reggaetón, el funk, el heavy metal, el hip hop y los ritmos latinos en general, con el objetivo de
preservar el ambiente típico andaluz. Aviso para navegantes y feriantes:
aprendan bailes regionales, de lo contrario, a partir de ahora, pueden
multarles en cualquier feria o fiesta regional a la que asistan.
Mientras tomo el
primer café de la mañana leo que un reciente informe PISA dice que España es el
último de una lista de 23 países en comprensión matemática y el penúltimo, por
delante de Italia, en comprensión lectora. Aquí entramos todos, porque se trata
de españoles entre dieciséis y sesenta y cinco años. El informe también dice
que un
30 por 100 de los españoles sólo
pueden leer textos cortos, comprender un vocabulario básico, realizar
operaciones aritméticas sencillas o entender porcentajes muy simples. Asimismo,
el estudio apunta que las personas mayores tienen dificultades para leer un
prospecto y que no saben interpretar el gráfico de la factura de la luz.
Vamos por partes. De qué se
asombran. Los prospectos de los medicamentos no hay quien los entienda, aparte
del tamaño de su letra (últimamente viene más grande), y meten miedo con la
lista de efectos secundarios; en lo referente al gráfico del recibo de la luz, no
hay nadie que sepa descifrar nada del recibo. El último que recibí venía con
una hoja de instrucciones, como si de un producto de Ikea se tratara, para
hacerme más fácil su comprensión.
En cuanto a que sólo
realizamos operaciones aritméticas sencillas, o que leemos textos cortos, o que
tenemos un vocabulario escaso, la secretaria de Estado de Educación, Montserrat
Gomendio, culpa a la LOGSE. Yo creo, señora secretaria, que no va por ahí el
problema, sino porque no se lee, ni se habla, ni se escribe lo suficiente. Con
las nuevas tecnologías se ganan muchas cosas, pero se pierden otras que nos sacarían
de muchísimos apuros. Se emplea la calculadora para cualquier operación
aritmética; los mensajes del móvil se escriben en clave; los comentarios en
Twitter hay
que expresarlos entre 140 y 117 caracteres, y con el WhatsApp…, pues eso, que
todo esto está estupendo, pero no se practica los métodos tradicionales. Una carta
manuscrita, de esas que se recibían por correo, pero por correo con sello y
cartero, y que al verla sentías un hormigueo en tu cuerpo que iba en aumento
cuando abrías el sobre y extraías de su interior
el papel manuscrito por esa muchacha que vivía en Pamplona y de la que estabas
enamorado, no tiene parangón con ningún twitter, ni whatsapp, ni nada que se le
parezca.
Fernando, un profesor que
tuve en el colegio, nos decía que había que leer de todo y todo, incluso la
hoja parroquial. Tenía toda la razón.