A
|
lo largo
de nuestra vida todos hemos padecido ciertas alteraciones en nuestras horas de
sueño. Nos hemos despertado de madrugada acuciados por algún problema, algún
pensamiento, algún temor e, incluso, algún deseo y nos hemos encontrado con ese
silencio que cobija a la noche y que la proporciona misterio, soledad, paz,
terror y, en la mayoría de las veces, placer por estar despierto y poder dejar
junto a la almohada ese sudor que ha bañado tu sueño.
Pues bien,
aunque parezca una contradicción, a mí personalmente nunca me ha incomodado
esta situación; al contrario, hasta me gusta. En ese momento en que mi
organismo se rebela contra el descanso nocturno y muestra una ausencia de sueño
al tiempo que me impulsa a salir de la cama ha sido cuando mejor me he
encontrado y ahora que no tengo obligación laboral alguna, mucho mejor.
Ese
silencio que se oye en toda la casa crea un ambiente sosegado que invita a la
reflexión, al análisis, a buscar soluciones a esas alteraciones, bien físicas o
psíquicas, y que a veces negamos ante los demás asegurando que no nos pasa nada
y que la culpa de semejantes desasosiegos es de los cafés que tomamos por la
tarde o de lo mucho que esa noche cenamos por mor de ser tomados por maniáticos
o patéticos.
La
soledad que te acompaña en esos momentos de silencio me ayuda a sacar lo que
llevo dentro de mí y entabla conmigo una conversación plagada de preguntas y
respuestas con un final en el que puedo ver un gran número de posibilidades que
contribuyen a solucionar ese problema que no te ha dejado dormir. O al menos,
lo afrontas desde otras perspectivas más favorables, porque ves que cuando el día
comienza a despertar y su luminosidad empieza tímidamente a manifestarse te das
cuenta de que, pase lo que pase, el sol siempre sale por el mismo sitio.
Y
entonces mientras observo a través del cristal de la ventana cómo la ciudad emprende
su lento caminar, una andadura que terminará en una frenética carrera contra el
reloj para la mayoría de los ciudadanos, me repito aquello de «cuando tengas un
problema, no le des vueltas pues te pueden salir dos» y que en repetidas
ocasiones y tras comentar ciertos asuntos juntos en largas conversaciones me
refería mi entrañable amigo Fede, a quien hace poco perdí porque se fue a oír el
silencio eterno; un silencio con el que convivió y llegó a amar y hacer que los
más cercanos a él supiéramos apreciar y emplear para nuestro beneficio.
Alguien
dijo que quien mejor vivía era aquel que mejor sabía adaptarse a la situación
por la que pasaba, y creo que tiene toda la razón, ya que hay ciertas cosas que
por mucho empeño que pongas por cambiarlas o solo modificarlas uno no puede
hacer nada.
No hay comentarios