NO sabemos si será porque cuando se llega a cierta edad
nos preocupamos más de nuestra salud o porque al alcanzar la jubilación
disponemos de más tiempo para acudir al médico en busca de soluciones a unos
síntomas que, quizá, si estuviéramos trabajando no repararíamos en ellos. Lo
cierto es que en estos últimos meses hemos acudido al centro de salud con el
propósito de saber si esos síntomas podían ser motivo de alarma o, por el
contrario, debíamos dar carpetazo a una sintomatología que acarreamos desde
hace unos años.
Sin embargo, más
allá de encontrar respuesta a nuestro dilema, lo que hemos conseguido es
mantener la incertidumbre. No sabemos si será por los recortes sanitarios o
porque hay doctores que necesitarían cursar algún curso de psicología o, en su
defecto, leerse alguno de esos libros que enseñan cómo se puede mejorar la
comunicación entre las personas. Vayamos por partes.
Cuando hace años
nos realizaban unos análisis de sangre, los resultados que recibíamos
comprendían todos los valores que esta prueba pueda englobar; es decir,
indicaban todo aquello que nuestra sangre es capaz de mostrar cuando se la
investiga en un laboratorio. Ahora no es así. Los médicos sólo solicitan
aquellos valores que tengan una relación directa con los síntomas que presenta
el paciente, y punto. Si los síntomas persisten, pues análisis de nuevo
buscando otros cuantos indicadores clínicos, y así hasta que se dé con la
solución.
Por otra parte,
está la figura del médico, del llamado médico de familia, aunque para algunos
doctores la palabra «familia» no les diga nada. Cuando un paciente entra a la
consulta, piensa que la persona que está detrás de la mesa, aparte de ser
médico, es eso, persona. Sin embargo, no siempre ocurre así, y lo que hallan es
a una persona que ha estudiado medicina que, desde la arrogancia y el desdén,
mira y trata al paciente con altanería. Actitudes éstas que, quizá, sean las
causantes de muchos de esos «síndromes de la bata blanca».
Lo que pretendemos
al acudir a la consulta de nuestro médico es que éste nos diagnostique los
trastornos que padecemos y que nos disipe las dudas que nuestra ignorancia en
medicina nos provoca. Sin embargo, no sabemos si será porque los galenos
interpretan que los recortes en sanidad incluyen la ausencia de toda
información al paciente o porque hay médicos que su altivez les impide dar las
respuestas precisas al paciente que las demande, la cuestión es que nos dejan
sin esas explicaciones que necesitamos tanto como los medicamentos.
Si esta clase
altiva de médicos piensa que hace una buena labor sanitaria no respondiendo las
interrogantes que les planteamos en sus consultas, está en un gran error, ya
que acudiremos al doctor Google en cuanto podamos para buscar esas respuestas
que una mal empleada suficiencia médica nos ha negado.
Por ello, al mezclarse nuestro
desconocimiento en medicina con la abundante información que circula por
Internet, el cóctel que obtenemos es de lo más nefasto para nuestra salud
mental, ya que a nuestros primeros síntomas que nos llevaron hasta la consulta
en busca de sanación habremos añadido los trastornos mentales producidos por la
falta de consideración de ciertos médicos hacia sus pacientes.