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UNQUE todavía no hemos
terminado el verano, todo hace pensar que el verano ya es historia. Algunas
mañanas o tardes empezamos a necesitar esa rebeca o chaqueta que hace que los
primeros días de otoño sean más confortables. Y tras la rutina del verano llega
la rutina del invierno; sí, saltándonos el otoño, ya que en cuanto se pase el
día del Pilar, comenzamos a pensar en la Navidad, porque la publicidad y los
grandes almacenes cada año adelantan más sus campañas navideñas.
Atrás se quedaron los
madrugones para coger la mejor posición de partida para la carrera de cien
metros playa y poder alcanzar el mejor sitio junto a la orilla del mar donde
clavar la sombrilla; las prisas por llegar de los primeros al restaurante del
hotel para poder conseguir ser de los primeros en la tostadora del pan; las
urgencias por comer en el primer turno, y la rapidez a la hora de la cena para ser
de los primeros en cenar y posteriormente estar prestos para el comienzo del
baile en el salón principal del hotel, y, por último, el furor postrero que empleábamos
una vez terminado el baile para llegar de los primeros al ascensor que nos
conduciría al lecho matrimonial.
Atrás queda esta rutina para
coger otra: la de acudir de los primeros a la agencia de viajes para adquirir
los mejores destinos del Imserso; llegar a primera hora de la mañana a la Junta
de distrito para apuntarnos a diversos cursos; realizar la compra diaria
comprando cada producto en aquel establecimiento que ofrece las mejores ofertas;
coger a primera hora el periódico gratuito que distribuyen en ciertos puestos
del mercado. La verdad es que yo no entiendo por qué cuando cumples cierta edad
hay que hacer todo esto, pero mi señora sí; así pues, punto y aparte.
Este otoño nos encontramos
con un aliciente que ocurre cada cuatro años: las elecciones. A éstas hay que
añadir el sueño de Artur Mas: el referéndum sobre la independencia de Cataluña.
Por un lado, los políticos
buscan las mejores posiciones desde donde poder obtener los resultados más
favorables. Para ello, no dudan en bajar impuestos, caso de la señora Cospedal
en Castilla-La Mancha, o asegurar 300 euros anuales a las señoras de
Extremadura mayores de setenta y cinco años como anuncia el señor Monago, o ver
quién saca a relucir más trapos sucios del adversario, caso de todos los
señores y señoras políticos.
Antes de que todas estas
acciones alcancen su punto más álgido, viviremos el referéndum Mas. Todos andan
deshojando esta margarita de independencia de Cataluña. Nosotros creemos que
esta consulta al pueblo de Cataluña no se llevará a cabo. Y Artur Mas lo sabe, y
es tan grande el charco en el que se ha metido que al más mínimo error de
cálculo se ahogará, desapareciendo de la vida política y si puede de la pública
también.
Por otra parte, no dudamos de
que la próxima Diada será un éxito para los independentistas por la afluencia de asistentes a esta fiesta catalana, porque
llevar a personas en autocar con derecho a comida siempre dio buenos resultados
desde los tiempos de Franco que llenaba la plaza de Oriente en Madrid, y porque
esta celebración especial de la Diada será la única victoria moral que el señor
Más alcance de cara a sus seguidores independentista.
El caso de los Pujol que
ahora ha salido a la luz tras más de treinta años de oscuridad es un claro
aviso por parte del Gobierno a Artur Mas y compañía de lo que se puede destapar
si persiste en realizar el referéndum sobre la independencia de Cataluña.
Un destape que puede dejar al
señor Mas y compañía en pelota picada, porque al primer aviso con los Pujol se
une el segundo aviso con el fraude de la Asamblea Nacional Catalana y así irán
sonando avisos y cada vez más fuertes hasta que Artur Mas abandone la idea del referéndum y con ella
la vida política porque sus socios de Esquerra Republicana de Catalunya no le
perdonarán la retirada de la convocatoria para el referéndum independentista.
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