Ana Botella y la ordenanza
Por Julián Miranda Sanz
EL Ayuntamiento de Madrid, que preside Ana
Botella, ha presentado el borrador de la Ordenanza de Convivencia Ciudadana en
el Espacio Público que entraría en vigor en 2014 tras contar con el consenso de
la oposición.
Con esta ordenanza se pretende,
según Ana Botella, hacer un Madrid mejor, que atraiga al turismo y, en
definitiva, mostrar una ciudad limpia y segura. Una ciudad como la que allá por
el verano, en vísperas de presentar nuestra candidatura a Madrid 2020, nos mostraban
y llegaron, a fuerza de repetirlo, hacernos creer que vivíamos en un Madrid
fetén, que diría un castizo.
Pero ahora resulta que la Villa
del Oso y el Madroño no está tan reluciente como en el pasado verano, y para
dejar la villa como una patena el equipo que preside Ana Botella pretende por
medio de esta ordenanza ponerse manos a la obra para conseguirlo. Para ello,
esta ordenanza clasifica una serie de prohibiciones en tres clases de infracciones:
leves, graves y muy graves, con multas que oscilan entre 0,90 céntimos y 3.000
euros.
Uno de los puntos estrella es
acabar con la prostitución en las calles de Madrid; mejor dicho, con los
clientes de las prostitutas. Primero, la policía les apercibe de que están
infringiendo una ordenanza municipal y que la próxima vez serán sancionados con
una multa de hasta 3.000 euros. Segundo, como no queda constancia de los
nombres de las personas que solicitan estos servicios sexuales en plena calle y
que son reincidentes, ya que la amonestación sólo es verbal, resulta que
siempre será la primera vez. Mal empezamos, Ana, la ordenanza.
Mejor sería, si se quiere
acabar con la prostitución, que se tomaran decisiones en una sola decisión: o
se está a favor o en contra. Tan cortesana es la que está en un burdel de
carretera como la que busca clientes en la calle. Sólo las diferencia el local:
el burdel paga impuestos; la calle, no. Aquí en este apartado también tienen
cabida las personas que leen el tarot (si pagan licencia pueden leerlo). Ana,
seguimos mal.
También se quiere acabar con
la mendicidad, los gorrillas, los que
ofrecen productos a los conductores. Bien, entonces empecemos por perseguir a las
personas que colocan y manejan a estos «molestos individuos». Ellos son los grandes
beneficiados, mientras los pobres de pedir (así se les denominaba en mi época)
son los sancionados. Sepa usted, Ana, que estos que piden a las puertas de
centros comerciales tiene detalles y demuestran un respeto con las personas que
nos hacen sonrojar. Por favor, dese una vuelta por los mercados del barrio
fuera del tiempo electoral. Los gorrillas
pronto serán extinguidos por el uso tan extendido de la ORA. También aquí
la única diferencia de un gorrilla a
otro es la recaudación. No nos enderezamos, Ana.
Entre las múltiples
prohibiciones que nos trae esta ordenanza citaré algunas: practicar juegos que molesten o sean
peligrosos; escupir o tirar desperdicios al suelo; acampar o cocinar en la vía pública; usar los
bancos para otra cosa que no sea sentarse; pasear un perro que moleste o
amenace a otras personas, soltarlo en una zona donde no esté permitido; causar
molestias al regar las plantas; degradar el mobiliario urbano; bañarse, trepar,
ensuciar o dañar las fuentes; orinar o defecar en la calle, o no limpiarlo si
lo hace su perro; encender hogueras. Todas estas prohibiciones, señora Botella, en
mi época se resumían en un libro, de apenas veinte páginas, titulado Libro de urbanidad que se impartía en
los colegios públicos.
En este punto no quiero
cargar las tintas hacia su equipo, ya que somos los ciudadanos los que debemos
respetar y cuidar lo que tenemos en nuestras ciudades y a las personas con las
que convivimos sin necesidad de ordenanzas, leyes, ni sanciones económicas.
Aunque no estaría mal que ustedes, los políticos, también se repasen el libro.
Si lo que queremos todos es una ciudad mejor. O no, Ana.