LA semana pasada nos sobrecogía el accidente que sufría un
microbús en una carretera secundaria de Badajoz, entre Castuera y Puerto
Hurraco, en el que murieron cinco niños de entre doce y quince años cuando
regresaban a sus casas después de disputar un partido de fútbol sala en Herrera
del Duque.
El trágico suceso
hacía que los ocupantes del microbús, alegres y contentos por la victoria
lograda horas antes, pasaran de la alegría a la tristeza, de la risa al llanto,
de la felicidad a la desgracia, de la satisfacción a la desolación en cuestión
de segundos a consecuencia de la irresponsabilidad de una de esas personas que
pululan por el mundo practicando una cultura chulesca, despectiva y desdeñosa
hacia sus semejantes y a la que podemos calificar como la cultura de «... ¿y
qué pasa?» Para estos individuos sólo existen sus normas y les importa un bledo
el resto de la sociedad.
Según los informes
de la policía, Fernando Fernández, el
Sotero, conductor de la excavadora que chocó con el microbús, aparte de dar
positivo en consumos de cannabis y cocaína en el momento del siniestro y huir
del lugar sin prestar ayuda, ya tenía antecedentes policiales por tenencia de
drogas para consumo propio, así como varias sanciones graves de tráfico con pérdida
de puntos. Con este historial y viendo su salida de los juzgados desafiante y
agresora, sospechamos que para Sotero lo único que tiene valor es su «cultura»
arrogante y pendenciera sobre cualquier norma social establecida.
Las muestras de
dolor por este suceso se han dado en todos los lugares de España: desde los
tres días de luto decretados por el Ayuntamiento de Monterrubio de la Serena
hasta el minuto de silencio guardado en los campos de fútbol el pasado domingo;
sin embargo, todas estas manifestaciones, como tantas otras que se producen
cuando ocurre un hecho semejante y en nuestra memoria está la tragedia del
Madrid Arena en la que fallecieron cinco jóvenes, no tendrán valor alguno y
quedarán sólo en gestos repetitivos que se hacen en estos casos si no se actúa
con contundencia y rapidez aplicando con rigor esa «tolerancia cero» de la que
ahora tanto se habla.
La policía, los
jueces, los políticos, toda la sociedad deben ser inflexibles y acelerar,
rechazar y castigar con firmeza todos estos hechos causados por individuos sin
escrúpulos y que todo les importa un carajo.
Este accidente,
que ha destrozado a cinco familias y que ha dejado una huella de dolor en un
pueblo, debe servirnos a todos, especialmente cuando nos sentamos al volante de
un coche, para que extrememos todas las precauciones, seamos más respetuosos
con los demás conductores que circulan por las carreteras y cumplamos las
normas de tráfico.
Esperamos y deseamos
que la sociedad imponga esa «tolerancia cero» en todos estos individuos del
«... ¿y qué pasa?» que desgraciadamente van apareciendo a nuestro alrededor sin
que apenas nos demos cuenta.