
Ya tenemos todo
Por Julián Miranda Sanz
Y
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A tenemos todo: el otoño, el primer
clásico de la temporada, el cambio de hora, el «puente» de Todos los Santos,
las manifestaciones por los convenios, los entendidos en todo y opinando de
todo en las diversas tertulias radiofónicas y en ciertas tertulias televisivas;
nada cambia, año tras año se repiten las mismas escenas pero con diferente
atrezo.
El otoño, con su
mezcolanza de colores y sus cambiantes días, se instala entre nosotros creando
una sensación de inestabilidad emocional y una confusión mental.
En esta estación
del año, los recuerdos, que cada vez son más numerosos, afluyen a mi memoria
cubriéndola con una capa gris, de la que me cuesta desprenderme porque, como si
se tratara de esa chaqueta que nos ponemos y que encontramos tan confortable en
estos días otoñales, cada año me aferro más a esa nebulosa buscando un cobijo
donde poder restablecer mi equilibrio.
Tampoco podía
faltar uno de los muchos «clásicos» futbolísticos que se disputan durante la
temporada ni el clásico «puente» de
Todos los Santos.
El primer
«clásico» se ha desarrollado con el mismo guión de representaciones anteriores,
aunque con distintos actores en sus papeles principales: faltaban Guardiola y
Mourinho, y estas ausencias se han notado antes, durante y después de la
representación, contribuyendo a que en esta función el patio de butacas
(público) haya estado más sosegado, los actores (jugadores) han cumplido con su
papel y ninguno ha destacado en su actuación,
aunque el director de escena (el árbitro) con su dirección ha
contribuido a que este pase se parezca a los de años anteriores y deje la
polémica servida, al menos entre los centralistas porque los independentistas
instalados en el entresuelo de su teatro, aprovechando el escaparate que ofrece
siempre un «clásico», aunque sea de fútbol, no desperdiciaron la ocasión para
reivindicar su independencia para que se enteren todos, aun el propio Obama sin
necesidad de cotillear a través de la mirilla, de que lo suyo es el teatro
independiente y no las copruducciones nacionales.
En cuanto al «puente»
de Todos los Santos, pues ahí está, como todos los años. No sé cómo lo hacemos
los españoles para, a pesar de los intentos (y sólo intentos) del Gobierno por
suprimir los «puentes», todos los años nos organizamos unos cuantos. Las
noticias que oímos en este día que llevamos flores a nuestros difuntos, pues
como el otoño, todos los años igual: «la afluencia masiva de público a los
cementerios ha provocado enormes atascos en las entradas de los camposantos de
las grandes ciudades»; «se recomienda prudencia durante los desplazamientos en
estos días»; «nuestras playas y carreteras han registrado una gran afluencia de
público y de coches, respectivamente». En fin, la monotonía del otoño.
Y nos quedan dos
ingredientes más para esta coctelera de otoño. Por una parte, las
manifestaciones por los convenios y los despidos improcedentes, y, por otra, el
ver cómo una vez más los ciudadanos somos usados como rehenes por los
sindicalistas para alcanzar sus propósitos, ponen la agitación precisa en las
calles para calentar este cóctel que, como cada año, vuelve a repetir
ingredientes agrios, sin que salga ningún barman que le dé el toque preciso
para que podamos hacer de nuestro bar España una cafetería snack-bar. (Permitirme que aclare lo de cafetería snack-bar. Cuando esta clase de bares se
instaló en España menuda importancia dada invitar a tu chica a una coca-cola en
un local de éstos que hasta tenían música ambiental, casi nada, y unas luces
indirectas que proporcionaban una conversación más íntima con muchas
posibilidades de coger la mano a tu chica, era lo más.)
Por último,
tenemos los entendidos contertulios en todo. Esta especie opina y sabe de todo
aquello que acontece en esta España. Y digo yo, si tanto saben, ¿no podrían
manifestar sus opiniones y sus puntos de vista antes de que se produzcan los
acontecimientos? Lo que necesitamos es a alguien que ofrezca ideas nuevas, que
se adelante a los hechos y nos brinde soluciones concretas, porque para
criticarse los unos a los otros y que en muchas ocasiones no se les entienda lo
que dicen porque se empeñan en no dejarse hablar levantándose la voz mutuamente
y así de esta forma no hay nadie que les comprenda, para esto ya tenemos a los
políticos en el Congreso que esto de no entenderse lo hacen a las mil maravillas.