
Si lo sé, no vuelvo
Por Julián Miranda Sanz
DESPUÉS
de pasar unos días por la costa Este (de España, se entiende) disfrutando del
buen tiempo, de unas playas maravillosas, de unos atardeceres espectaculares,
viviendo experiencias nuevas y fascinantes; después de reponerme del jetlag que causa el vivir los días a
tope sin ningún tipo de restricciones, el no saber nada de lo que pasa por el
mundo, el preocuparte sólo en qué divertimiento vas a emplear la siguiente
hora, el olvidarte del tiempo, el no importarte que sea de noche o de día, en
definitiva, de pasarlo macanudamente; después de todo esto retomo nuevamente mi
columna para comentar los acontecimientos que se producen cada día.
Todo este compendio de actividades tan gratificantes, y en ciertos
momentos con excesos y demasías en algunas cosas, todo este paréntesis en el
devenir cotidiano, aún ha resultado más gratificante al compartirlo y vivirlo
con mi pareja. Los atardeceres que pasé junto a ella eran más intensos porque
cuando el sol se ponía tras las montañas, aún el agua del mar y la playa permanecían
anaranjadas por el brillo que desprendían sus ojos. Cuando la noche caía sobre
los paseos y se encendían las primeras farolas, todo el lugar adquiría un
aspecto entre mágico y misterioso producido por la presencia de una mujer enigmática
que me atraía hacia ella a cada paso que dábamos fascinándome y haciendo que
ese misterio envolviera todo mi ser que quedaba conmovido al sentir el contacto
de su cuerpo. Los días vividos con ella brillaban más, eran más luminosos, más
alegres, más emotivos. Era vivir en un edén con la persona que un día aceptó compartir
su vida con la mía. Gracias, mi niña.
Este viaje ha sido el primero que he disfrutado fuera de la
época veraniega y me han sorprendido algunas cosas. Cuando emprendí estas
minivacaciones pensaba que no encontraría niños en el hotel ni en la playa, ya
que al ser días lectivos se hallarían en el colegio. Pero no. Había niños,
tanto españoles como extranjeros. Por eso, me pregunto: ¿qué hacían allí esos
niños? Me dirán que el curso escolar acaba de empezar y que por unos días qué
va a pasar. Que los padres no han podido tomar las vacaciones antes y qué van a
hacer. Bien, mi opinión es que los niños tendrían que estar en el colegio desde
el primer día, porque si ya empezamos a faltar al comienzo del curso mal
emprendemos el camino, ya que si pedimos una educación pública y buena,
tendremos que ser consecuentes con nuestros actos y cumplir con nuestros
deberes como padres y como ciudadanos.
Durante estos días he coincidido en el hotel, en la playa, en
los paseos con un grupo de viajeros que me han sorprendido gratamente por su
vitalidad, su alegría, su cercanía. Son los que, según ellos, están
comprendidos entre uno y treinta años. Alguno de este grupo me comentaba que la
tercera edad comienza a partir de los sesenta, de ahí que el que tiene setenta
y seis años, dice que ha cumplido dieciséis. Será por eso que no paran en todo
el día. Siempre riéndose, jugando, realizando excursiones, dedicándose
mutuamente carantoñas, recibiendo clases de baile y poniéndolas en práctica por
la noche. ¡Viva la juventud!
Este grupo viajero con representación de todas las
comunidades autónomas está encantado con estos viajes que proporciona el
Gobierno a un precio más económico. Entusiasmaba ver cómo se animaban entre
ellos cuando algún paisano participaba en los concursos que se celebraban por
la noche durante la sesión de baile.
Viendo esto y teniendo en cuenta que la representación
catalana era la más numerosa, me preguntó cómo Artur Mas explicará a todos
estos «jóvenes» que cuando se independicen se les cierra el local y se acaban
fiestas, clases de bailes, excursiones, concursos y demás saraos.
Por último, sólo hacer referencia a cómo me he encontrado el
patio nacional. Todo sigue igual que cuando le dejé. Bueno, todo no. Por un
lado, ya se empieza a notar que vamos a entrar en tiempos de elecciones: dice Montoro
que se compromete a devolver los «moscosos» a los funcionarios, y, por otro, al
Gobierno no sólo le basta con dejar sin paga extra a los funcionarios, sino que
ahora los deja en paños menores como hicieron con una maestra hace unos días. Rubalcaba
dando ánimos: lo peor está todavía por venir. Por si éramos pocos en el patio, ahora
se introducen los del tribunal de Estrasburgo. Y entre tanto, Obama nos espía,
y mi cajetín de correos lleno de publicidades y de facturas que he de abonar en
los próximos días. ¡Vaya otoño que se presenta!
Después de cómo he pasado estos días y de cómo me encuentro
el patio patrio, lo dicho: si lo sé, no vuelvo.