TRAS padecer la correspondiente parafernalia
que acompaña a toda lid, anoche fuimos testigos del enésimo debate celebrado en
esta campaña electoral con vistas al 20-D. El deseado «cara a cara» entre Pedro
Sánchez y Mariano Rajoy había levantado una expectativa comparable a la que
suscita cualquier clásico futbolero y a nuestro juicio creemos que, por unas
razones u otras, no defraudó al interés general.
El comienzo de este «cara a
cara» fue tal como se esperaba: un Pedro Sánchez que basaba sus ataques a
Mariano Rajoy en la corrupción del Partido Popular y un presidente del Gobierno
que no iba a entrar en ese terreno por mucho que se le provocara. El debate
siguió los caminos trazados por ambos partidos políticos. Un camino que no
resultaba extraño ni desconocido a los espectadores, pues se trataba del «… y
tú, más» al que ya estos dos aspirantes al puesto de presidente del Gobierno de
España nos tienen acostumbrados y aburridos a partes iguales.
Otra de las estrategias que
Pedro Sánchez y Mariano Rajoy emplearon en su enfrentamiento fue, por parte del
líder del PSOE, la de sustentar sus argumentos en todo lo que hay que cambiar
en España para que podamos tener una sociedad más pujante, pero sin explicar a
los españoles cómo todas esas mejoras, económicas en la mayoría de las
propuestas, van a poder realizarse, y, por el lado del líder del PP, en ofrecer
a toda España sus logros durante estos años al frente del Gobierno, pero sin
dejarnos claro cómo vamos a arreglar todo lo que todavía falta por hacer.
Todo transcurría según las
tácticas previstas por ambos líderes aspirantes a un puesto en la Moncloa hasta
que Pedro Sánchez tiene la ocurrencia, o quizá pudiera también estar programada
por todo el equipo asesor del líder socialista, de acusar a Mariano Rajoy de no ser una persona decente, por una parte, y no contento con esta aseveración
sobre la honorabilidad del presidente del Gobierno, le espeta el malestar personal
causado por el bajo sueldo que percibe por ser jefe de la oposición al Gobierno
cuando su antecesor en el cargo (precisamente, Mariano Rajoy) recibía unos
honorarios mayores.
Y claro, como era de esperar,
en estas cuestiones con la Iglesia hemos topado. Cuando a una persona se le
toca el honor y la reputación, esto son ya palabras mayores que nadie está
dispuesto a pasar por alto y menos si esta ofensa viene acompañada por la
curiosa y cotilla pregunta de «… y usted, ¿cuánto gana?». A partir de este
momento, Mariano Rajoy abandona toda táctica conservadora, contemporizadora,
pacífica que hasta el momento había mostrado y se desata una discusión que
lamentablemente será la protagonista en la historia de este «cara a cara».
Pedro Sánchez se equivocó,
intencionadamente o no, pero se equivocó. Se puede poner en duda o criticar
abiertamente la labor, gestión y los métodos de Mariano Rajoy como presidente
de Gobierno, pero no se le puede acusar públicamente ante millones de
espectadores de «no ser decente» cuando no se tiene ni una prueba de ello. Seguro que
esa vecina que escribió la carta a Pedro Sánchez en la que demandaba auxilio debido
a la baja pensión que Mariano Rojoy la había dejado como consecuencia de los
recortes se sonrojaría al oír las lamentaciones ante el mismísimo Rojoy del
líder del PSOE sobre su bajo sueldo.
Visto y oído esto, esperamos
que Pedro Sánchez, si logra ser presidente del Gobierno el próximo 20 de
diciembre, no acuda a Bruselas llamando indecentes a todo el que se cruce en su
camino y, por supuesto, que no tenga la ocurrencia de preguntar a la señora
Merkel cuánto gana, porque entonces nos volveremos para España, como decía mi
abuela Nicasia, con las orejas gachas y el rabo entre las piernas.