NADA hay mejor que tener buenos amigos o que tus enemigos tengan remordimientos del pasado para que uno pueda andar por la vida con bastantes garantías de éxito. Estas dos circunstancias, que concurren en el dúo deportivo que forman Vicente del Bosque (el Marqués) e Iker Casillas (el Santo), se han puesto de manifiesto en el último partido que la selección española ha jugado en Kiev contra Ucrania, donde Del Bosque dejó en el banquillo a Casillas para dar la titularidad a David de Gea, quien demostró que debe ser el portero titular de la selección española.
Contento tiene que estar Casillas por tener un protector como Vicente del Bosque que ante el inminente peligro de que el exportero (y cuando escribo «exportero» quiero decir que Casillas ya no es portero de nada, quizá para jugar algún partidillo de barrio podría valer, pero poco más) quede en ridículo lo deja sentado en el banquillo para que continúe acumulando gloria.
Una gloria que no vamos a negar a Casillas, pero que ya pasó. Casillas hace tiempo que tenía que haber dejado a la selección (por fortuna para el Real Madrid, este año lo dejó al marcharse al Oporto) y al fútbol en general. Lo que a partir de ahora está haciendo el Santo es arrastrarse por esos campos de fútbol en los que se ganó la fama, el respeto y la admiración y en los que, poco a poco, está consiguiendo el reproche, la burla y el desprecio de propios y extraños. Además, si su declive deportivo no fuera suficiente para arrastrar su figura, ahora se destapa como uno de los afectados por las consabidas preferentes y además presta su pobre imagen a la sociedad que defiende a estos afectados en su lucha por recuperar su dinero.
Por otra parte, el señor Marqués presenta remordimientos de conciencia de su pasado por el Real Madrid cuando dejaba en el banquillo a un gran portero como era el joven Casillas al que solo sacó y por necesidad (César, portero titular, se lesionó durante el partido) en la final que el Real Madrid jugó en Glasgow. Aquellos remordimientos traen estos favores a un Casillas acabado protegiéndolo de críticas y librándolo de fracasos, al tiempo que muestran un Del Bosque débil que quiere estar a bien con Dios y con el Diablo y que acabará por no estar con nadie.
Un Vicente del Bosque que no ha descubierto a ningún jugador con garantías para defender la camiseta de España y que solo se ha limitado a llamar a aquellos jugadores que la prensa, el aficionado o las recomendaciones profesionales le han ido dictando, como los Diego Costa, Nolito o Alcácer, entre otros, o los Cesc, Reina (por cierto, señor Marqués, ¿por qué no juega alguna vez el bueno de Pepe Reina?) o Isco, por poner un ejemplo. Un Del Bosque que no ha aportado nada nuevo al juego y que se ha mantenido con el trabajo y los descubrimientos de Guardiola, en el Barcelona, y de Luis Aragonés en la selección.
Resumiendo, Iker Casillas y Vicente del Bosque pueden dejar la selección y el fútbol y emprender juntos el camino de Santiago como dos peregrinos que quieren purgar sus penas: los remordimientos de uno y la avaricia deportiva y pecuniaria de otro.