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ALÍ
del centro médico y trataba de poner en orden todas las indicaciones que
acababa de recibir por parte de la doctora en apenas cinco minutos. Hace años
era un problema entender lo que habían diagnosticado o qué medicamento debíamos
tomar. La caligrafía nunca fue el punto fuerte (ni débil) de los doctores. Es
más, creo que aún no saben para qué sirve. La introducción del ordenador en la
consulta vino a paliar estos problemas. Ahora los galenos escriben el
diagnóstico y prescriben el tratamiento preciso y todos sabemos qué tenemos y
qué debemos tomar sin tener que esperar a que el farmacéutico de turno nos
descifre el jeroglífico facultativo.
Sin embargo, no todo son ventajas. Lo que hemos
ganado en claridad caligráfica lo hemos perdido en claridad verbal. Ahora, los
médicos se expresan con más rapidez y, a veces, se parecen a los políticos
porque mencionan palabras que no hay quién las entienda o no admiten preguntas,
acuciados por la lista de pacientes que tienen que visitar y esperan en la sala,
y esto, unido al bloqueo mental que muchos pacientes presentan ante el doctor, da
una combinación que, como un buen coñac, necesita tiempo para sacar lo mejor de
cada ingrediente.
Con esas tesituras me encaminé a tomar un café
y poner un poco de orden en ese crisol médico en el que se mezclan prisas, supuestos,
diagnósticos y temores. La cafetería estaba casi vacía. La mayoría de los
clientes ocupaban las mesas de la terraza.
Me acomodé en la barra y pedí un cortado. Por
un instante mis pensamientos se desvanecieron al reparar en la canción que se
oía a través del hilo musical del local.
No tenía duda alguna. Se trataba de Release Me, interpretada por Engelbert Humperdinck. Olvidé las
instrucciones sobre el tratamiento médico y me dejé transportar con la melodía
hasta la discoteca La Tuna en Madrid, allá por finales de la década de 1960.
Era invierno en
Madrid y aquella tarde de domingo habíamos decidido «ir a bailar», como se
decía en la época. Era la primera vez que pisábamos una discoteca. Cuando
pusieron Release Me, saqué a bailar a una chica y la chica dijo sí. Fue la primera vez que
bailé una canción «agarrao». Después vinieron otras canciones y otras chicas.
Desde entonces,
siempre que oigo la melodía recuerdo aquel domingo, aquella tarde, aquella
discoteca, aquellas luces que llamábamos psicodélicas y que en ocasiones
servían para dejar ver sobre los jerséis el polvo que éstos almacenaban o descubrían
algún sujetador que hasta entonces había permanecido castamente oculto debajo
de una camisa. Evoco aquellos tres minutos que dura la canción, pero no
recuerdo cómo era la chica. Quizá estaba tan nervioso como lo estaba hace unos
minutos delante de la doctora.
Creo que el primer
baile lento, abrazado a una chica y en una discoteca de finales de la década de
1960 son cosas que no se pueden olvidar nunca, como el montar en bicicleta o el
año del doblete del Atleti: 1996.
También aquel día y
con Release Me comencé la confección de una agenda con
nombres y números de teléfonos de chicas. Hoy, casi cincuenta años después,
también con Release Me, mientras tomo
un café comienzo otra agenda, pero en
esta ocasión las citas y los números son con doctores y con consultas de
especialistas.
Si pasaran otros cincuenta años y volviera a
oír Release
Me, seguro que en esa ocasión sí recordaría cómo era mi doctora, aunque
nunca llegue a bailar «agarrao» como con aquella chica, pero sí por ser la
primera en la nueva agenda. Y es que hay cosas que no se pueden olvidar.