Cuento esto porque en este mes de septiembre he asistido a algunas fiestas patronales que se han celebrado en pueblos de la zona norte de Madrid, y como tales fiestas patronales que se precien no podían faltar dos cosas: el pregón y las peñas.
En el pregón siempre ocurre lo mismo: la megafonía falla, se retrasa la hora de comienzo, el alcalde de turno saca pecho por el personaje que ha llevado para proclamar el comienzo oficial de las fiestas, los componentes de las peñas a «su bola», el encargado de la música poniendo decibelios a la noche y, claro, entre tanto alboroto no es extraño que al pregonero no se le entienda lo que dice y, como todos los años, acabe confundiendo el nombre del patrón o de la patrona.

Tras cometer este acto puñetero, como a toque de trompeta, abandonan el lugar para encerrarse en unos barracones (facilitados y subvencionados por el ayuntamiento de turno) para comenzar la algarabía que durará hasta le mitad de la fiesta porque llegados a este punto muchos de sus componentes ya están por el suelo. (Lamentable y bochornoso.)
Otra de las acciones que llevan a cabo es esa especie de campeonato por ver quién consigue llevar la ropa más manchada de vino, más pintarrajeada y con el nombre de la peña más estrambótico; acciones todas éstas que ahora están vistas como cosas de juventud que se tiene que divertir, pues esto ahora y antes sólo tiene un nombre: guarradas.
Y no digamos nada de esas peñas compuestas por adolescentes de corta edad que el único fin es hacer lo que les viene en gana sin reparar en nada; acostarse a las tantas de la mañana o no acostarse y si se puede fastidiar al vecino mejor; en realizar acciones que durante el resto del año no hacen; de los padres que, amparándose en sus hijos, lanzan más cohetes que sus propios retoños; de la costumbre de ir con el vaso (si a un recipiente de medio litro se le puede dar este nombre) en la mano dispuesto para derramarse en cualquier lugar menos en el destinado a tal fin.
En estas fiestas populares todo está permitido y todo vale. La policía mira hacia otro lugar. Los ayuntamientos subvencionan estos actos poco cívicos. Parte de la sociedad ve con buenos ojos estas fechorías. Por ello, a todos estos componentes desde aquí les dedico esta cinta de tuno en la que reza: «AL GAMBERRO AUTORIZADO Y SUBVENCIONADO», así con mayúsculas.
En descargo de algunos partícipes en estas fiestas quiero decir que por fortuna queda todavía quién sabe divertirse y disfrutar de toda la fiesta sin hacer la puñeta al prójimo. A ellos, gracias por saber divertirse, por respetar a los que tienen a su lado, por cambiarse la indumentaria de la peña cuando es menester, por saber compaginar la diversión, la educación, el respeto y la higiene personal.