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Marta Ferrusola |
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Valèrie Trierweiler |
L
A vuelta del verano es propicia para
reencontrarse con asuntos que durante el estío habían quedado un poco
olvidados. En esta ocasión quiero referirme a dos acontecimientos que tienen
por protagonistas a dos mujeres: Marta Ferrusola y Valèrie Trierweiler.
Dos señoras muy
señoras, pero que dejan de serlo para pasar de honorable señora a indigna
señora, la una, y de primera dama, a primera cotilla, la otra.
Mientras la honorable
señora Ferrusola amasaba y transportaba la «pasta» de la Ciudad Condal a paraísos
fiscales todo era buen porte y buena educación, pero cuando queda al
descubierto que detrás de toda esa careta hay una trastienda oscura e ilegal,
la honorable señora cambia su indumentaria para aparentar una humildad que no cala
en el pueblo llano, porque este pueblo (y no sólo el catalán) ya está harto de
tanto personaje «honorable» que le jode (pido perdón a las señoras por emplear
este verbo, pero es el que describe con todo detalle el asunto de los Pujol).
Por otra parte, la buena educación que siempre
ha mostrado la señora Marta Ferrusola ha quedado con el culo al aire (insisto,
pido de nuevo perdón por la expresión, pero es la más indicada) cuando se ha
visto rodeada de periodistas que hacen su trabajo para ganarse un salario al
menos honorablemente y honradamente. Pues bien, esta «honorable» señora no duda
en mandar a la mierda a una periodista que estaba trabajando. Qué pronto se
pierden los buenos modales, señora Ferrusola.
Dejamos la Ciudad
Condal y cruzamos los Pirineos para reencontrarnos con otra que ha dejado de
ser primera dama y ahora ejerce de cotilla literaria. Nos referimos a Valèrie
Trierweiler.
Mientras madame Trierweiler
se paseaba del brazo de François Hollande por el París romántico y se intercambiaba
caricias y besos en el interior de las dependencias del Elíseo con su hombre de
Estado, todo eran días felices y placenteros; sin embargo, el amor se termina,
los paseos se acaban, las caricias escuecen, y la madame enfurece y comienza a
gestar su venganza particular.
Una venganza con
tapas de cartoné que dan cabida a 320 páginas en las que Valèrie Trierweiler
pone a parir a su ex desvelando cuestiones íntimas y personales. Una venganza
hecha putada (perdón, pero es la única palabra que define lo que ha hecho esta
madame) que se ha fraguado en el más completo de los silencios en tierras
alemanas y que su destinatario, François Hollande, ya comienza a sufrir sus
consecuencias y, quizá, su autora, Valèrie Trierweiler, verá cómo su colección
de cotilleos encuadernados la reporta beneficios económicos.
Señoras, qué difícil
resulta ser señoras cuando la vida deja de sonreírlas. Y es que como dijo Julio
César: «La mujer del César no solo debe ser honrada, sino además parecerlo». Y ustedes,
ni lo uno ni lo otro.
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