
/ Julián Miranda Sanz
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una de las funciones circenses que presencié en el Circo Price, el de los años
sesenta, una pareja de cómicos contaba una pequeña historia que hacía
referencia a los avances de la ciencia en aquella época. La historia, más o
menos, era la siguiente.
El
clown, dirigiéndose al augusto, decía: «A consecuencia de un accidente, mi
padre se quedó tuerto, pero le pusieron un ojo de cristal y ahora se tapa el
ojo bueno y ve por el de cristal mejor que con su propio ojo».
El
augusto le contestó: «Eso no es nada. A un amigo mío que perdió una mano en un
accidente de coche le implantaron una ubre de vaca. Y ahora cuando pide un café
se oprime un dedo y pone la leche que quiere».
Esta
entradilla humorística nos lleva a dos acontecimientos que he vivido días
pasados y que por desgracia tienen poco de vis cómica.
El
primero de los hechos tiene que ver con la quiropráctica. Acompañé a una amiga
a la consulta de un famoso quiropráctico con el fin de que al término de la
sesión la ofreciese mi opinión. Me encontré con una sala repleta de pacientes
que esperaban su turno. Cada vez que una persona entraba en la sala de espera
se producía la misma parafernalia: bebía agua de un dispensador y se sentaba a
la espera de ser llamada. Entre sorprendido y atónito presencié la sesión que
el señor quiropráctico realizó con mi amiga. A base de golpes con un martillo,
este profesional coloca en su sitio todos los huesos que están mal situados.
Para esto no emplea más de cinco minutos y promete que todas las dolencias
desaparecerán y el paciente podrá vivir sin dolores. Pero lo que más llamó mi
atención fue que, a requerimiento de mi amiga sobre un dolor que padecía al
realizar determinado movimiento, este profesional la dice que coloque su mano
sobre la pierna de otro paciente que permanecía tumbado en una camilla, pues la
posición que toman los pies del paciente tumbado le indican la parte que tiene
que ajustar al otro paciente para quitarle el dolor. Acciones similares a ésta pude ver con el
resto de personas que estaban en la sala de ajustes. A la salida del ajuste
vuelve a repetirse la misma rutina que a la entrada: beber un vaso de agua.
A
la salida de la consulta, mi amiga me interroga: «¿Qué opinas de estas
técnicas? A mí me resultan muy buenas. Noto una gran mejoría desde que asisto a
la consulta». Me tomo unos segundos antes de contestar y la respondo que no
creo nada de lo que he visto. Que su mejoría se debe a los beneficios que
proporciona su prejubilación y no a los efectos sanadores de un golpe en
determinada parte de la columna. Por último, la digo que su mejoría obedece más
a su fe que a los efectos que proporcionan unos golpecitos de martillo
quiropráctico.
Desde
que el famoso padre Patrick Peyton recomendara rezar el rosario en familia por
los beneficios que proporcionaba dicha práctica religiosa, no había visto tanta
fe como la que tienen estos pacientes que acuden a los ajustes quiroprácticos. Que
me perdonen estos profesionales, pero me cuesta trabajo creer estas prácticas. Creo
que lo que verdaderamente trabajan es la mente de los enfermos.
El
segundo de los acontecimientos hace referencia al virus del ébola. Durante
estos días no se habla de otra cosa que no sea esta enfermedad. Cada día se
asoman a los medios de comunicación más entendidos en la materia. Y España,
como siempre, al frente de los acontecimientos. Nos dicen que hay que repatriar
a dos religiosos contagiados por el virus. El padre Miguel Pajares y la hermana
Juliana Bohi. A partir de aquí, todo lo que empieza a pasar me sorprende. Para
que los dos enfermos puedan recibir el tratamiento adecuado se desaloja parte
del hospital Carlos III, siendo conducidos los pacientes al cercano hospital de
La Paz. Curioso. El día anterior La Paz estaba remitiendo a pacientes al
hospital Carlos III porque no tenía camas disponibles. Milagro. Ya hay camas en
La Paz.
El
Gobierno trata de tranquilizar a la población. No debemos temer. No hay riesgo
de contagio. Todo lo tienen bajo control. El avión que transporta a los dos
contagiados por el virus del ébola, las ambulancias, el personal sanitario que
se ocupa de los enfermos, todo está controlado. Suspense. ¿Y el resto de la
cadena de personas y lugares que tiene contacto con los repatriados? ¿También
lo tienen controlado? Porque para los ciudadanos la cadena se detiene a las
puertas del hospital. ¿Y los empleados de la limpieza, guardas jurados,
utensilios de recogida de restos sanitarios, lavanderías, pasajeros procedentes de otros países, emigrantes llegados en pateras, etc., también están controlados?
Tan
controlado lo tienen que los dos enfermos nada más llegar a España han mejorado
ostensiblemente. La hermana Juliana ya no tiene ni ha padecido el virus del
ébola y el padre Miguel, de padecer una situación que temía por su vida, ha
pasado a una situación más tranquilizadora.
Sinceramente,
creo que ni los médicos ni el gobierno tienen idea de lo que está pasando con
el virus del ébola. Los galenos, porque siempre que se enfrentan con alguna
patología que desconocen te dicen que es un virus y que esperes o reces hasta
que se marche. En cuanto al Gobierno, una ocasión más de improvisación de
tranquilidad y serenidad. Todo está resultando embarullado y confuso. Una vez más
no nos dicen la verdad.
Por
otra parte, no me extrañaría nada que aprovechando esta confusión saliera
alguna empresa con la única vacuna capaz de vencer al temido virus del ébola e
hiciera su agosto particular. Luego ya veríamos si era cierto o no. ¿Se acuerdan ustedes de la vacuna de la gripe aviar?
No
obstante, deseo lo mejor al padre Miguel y a la hermana Juliana y, por
supuesto, a mi amiga la quiropráctica. No sé si estos casos habría que mirarlos
con aquel ojo de cristal. Yo particularmente no creo nada de lo que estoy viendo y
oyendo. Creo que no nos dicen la verdad. Quizá, unos y otros tampoco la sepan. Que Dios nos coja confesados.
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