En Galeradas
Sociedad
H
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ACE unos días visité a mi amigo Federico.
Fue una visita de las muchas que le dedico. En esta ocasión me acompañó
Ricardo, amigo común de los dos. Fede nos estaba esperando en la cafetería que
la residencia para mayores tiene casi a la entrada del edificio.
Tras los habituales
saludos, Federico nos dijo que se alegraba mucho de ver a Ricardo, pero que le
encontraba algo mustio. Y era verdad. El principal motivo de la visita era que
Ricardo recibiera las opiniones y recomendaciones que Fede siempre impartía en
estos casos de tristeza. Y para empezar la charla nada mejor que una buena
dosis de humor y para acompañarla, una bebida. De esto último se encargó Fede
que trajo hasta nuestra mesa la consumición.
Cuando Ricardo vio la
bebida que su amigo le traía, esbozó una sonrisa. Teniendo en cuenta que era
mediodía, lo que veía no era lo más indicado para un aperitivo entre amigos;
sin embargo, aquella bebida le traía unos recuerdos muy entrañables. Se trataba
de un vaso de leche con colacao.
Los tres rompimos en
una carcajada al recordar que una combinación como la que tenía encima de la
mesa era la que había pedido un día en una discoteca, que, según nos argumentó
el propio Ricardo aquella tarde, era para ponerse a tono. Ricardo, al igual que
nosotros, lo que tenía aquel día era una impresionante resaca de la noche
anterior y, por supuesto, se fue en blanco de la discoteca, y nosotros también.
Con esta acción por
parte de Federico comenzó la charla, y Ricardo empezó a largar los problemas
que tenía y que por la noche le impedían conciliar el sueño. Una vez más,
nuestro amigo Fede ejercía de psicólogo.
Él siempre nos decía
que eso de acudir a la psicología en busca de ayuda era fomentar un negocio de
gente que traficaba con la mente y los sentimientos de los demás. Para estos
casos siempre nos ofrecía dos opciones: si eres creyente, acude a un cura o a
un convento de clausura, les entregas un donativo para beneficio del culto, y,
en el caso del cura, un par de botellas de vino de Rioja; siempre os resultará
más económico que el psicólogo y os prestarán más atención. Sin embargo, si no eres
creyente, puedes acudir a un taxista que, por una buena carrera, te reportará
alivio para tus problemas mentales.
Hace tiempo también podíais recurrir a un
sereno que por una propina te escuchaba toda la noche. Pero vosotros, queridos
compañeros, siempre me tendréis a mí; por un café os escucho todo cuanto sea
necesario.
Lo que hacen estos
colectivos públicos (curas, monjas de clausura, taxistas) es escuchar mientras
tú hablas y cuentas todo lo que llevas dentro y te impide afrontar la realidad
porque no tienes el valor de exponerlo ante las personas que están implicadas
en tus cavilaciones. Al final, cuando has soltado toda esa maraña de
pensamientos, tu cuerpo se relaja y entra en la fase de escuchar
recomendaciones simplemente de sentido común y sentido espiritual, y para esto
quién mejor que los curas o las monjas.
Una vez más Federico
había ayudado a un amigo con sus opiniones y consejos, pero, sobre todo, con su
atención a las palabras que Ricardo le manifestaba.
Antes de despedirnos,
nos dijo que en la residencia había descubierto otro colectivo que puede hacer
la misma labor que un psicólogo: las personas mayores, aunque aquí hay una
variante, tú eres el que escuchas y ello los que hablan. Todos ellos han vivido
tantas cosas que tus problemas te parecerán lo más insignificante.
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