
/ Julián Miranda Sanz
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lo que tenía que llegar, llegó. El caso de
Teresa Romero Ramos, la auxiliar de enfermería contagiada de ébola, es el primer
eslabón suelto de una cadena tan frágil como las explicaciones que las
autoridades sanitarias y políticas dan a la población sobre el virus de ébola.
Muchas son las cuestiones que
ahora se plantean sobre si se cumplieron todos los protocolos o si las personas
que atendieron a los dos misioneros contagiados de ébola cumplieron en todo
momento con las normas establecidas para estos casos. Sea como fuere, la
cuestión es que la alarma social ya se ha instalado en la sociedad española y
concretamente en la madrileña.
Si la falta de información sobre
todos las interrogantes que se plantean siempre supone un desasosiego entre la
población, saber que médicamente tampoco se dispone de ningún fármaco ni vacuna
para hacer frente a esta epidemia, alarma mucho más.
Desde que se comenzó a saber
que el virus de ébola se podía extender más allá de África y que cabía la
posibilidad de transmitirse a otros países, el Gobierno ha tenido tiempo más
que suficiente para prever estas situaciones y para dotar de los medios
necesarios, tanto materiales como técnicos, a sanitarios y hospitales. Una vez
más no somos previsores y ahora perdemos el tiempo en investigar a quién
podemos echar la culpa de que todo un país permanezca en ascuas. Por cierto,
¿dónde está el presidente Rajoy que no ha comparecido ante la prensa para tranquilizar
a los ciudadanos y dar explicaciones de lo que está pasando?
Sin embargo, como no hay mal
que por bien no venga, el virus de ébola ha hecho que nos olvidemos de otros
virus como los Bárcenas, los Pujol, los Mas, los tarjeteros opacos, los Griñán,
los Chaves y un largo etcétera tan perjudiciales para el país como el propio
ébola.
Esta confusión y alarma que
estamos viviendo nos hace recordar los primeros casos de sida que aparecieron
en España. Todavía nos acordamos del miedo que teníamos a pasear por las playas
por temor a pincharnos con una jeringuilla; o el rechazo que experimentábamos cuando
alguien que se nos acercaba para pedirnos una limosna nos decía que tenía el
sida. Pueden ser situaciones muy parecidas, aunque con algunos matices muy
importantes en cuanto a sus tratamientos y transmisiones y es que contra un
virus la medicina no tiene ni puta idea de cómo combatirlo.
Por desgracia, pensamos que
seguirán apareciendo más casos como el de Teresa y que asumiremos cada vez con
más indiferencia y cada vez nos alarmarán menos, como así ocurre con las
catástrofes o atrocidades, naturales y humanas, que cada día pasan en el mundo
y que nos muestran en la televisión: que a fuerza de verlas y oírlas ya no nos
impresionan.
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