La columna de un exlinotipista
/ Julián Miranda Sanz
Las líneas que vienen a
continuación pueden herir la sensibilidad del grupo feminista, así como la de
una parte de una sociedad que camina bajo la sombra proyectada por la mujer del
siglo XXI. El que esto ocurra no es responsabilidad del autor de esta columna y
sí de aquellas mentes ofuscadas por un feminismo oportunista e irracional.
AS declaraciones de Mónica de Oriol,
presidenta del Círculo de Empresarios, sobre las preferencias que tiene a la
hora de contratar a una mujer para un puesto de trabajo han destapado la caja
de los truenos, ya que desde todas las partes han caído las críticas sobre esta
empresaria que ha manifestado públicamente que prefiere contratar a mujeres
mayores de cuarenta y cinco años o menores de veinticinco. Tal ha sido el revuelo que se ha formado por
estas manifestaciones que la propia Mónica de Oriol ha tenido que matizar sus
declaraciones.
No conozco a esta señora, pero me
gustaría compartir mesa y mantel con ella para manifestarle mi apoyo (quizá el
único en España) por su manifiesta sinceridad y porque he encontrado a una
mujer que dice la Verdad con mayúscula. Una sinceridad que, sin duda,
compartirán muchos empresarios, tanto de las pequeñas, medianas y grandes
empresas, pero que, por esa cultura feminista mal interpretada e impuesta a
base de ovarios, ellos no se atreven a expresar. Y hacen bien.
Las primeras en censurar el pensamiento
empresarial de Mónica de Oriol han sido las propias mujeres que se han lanzado
a su yugular sin miramiento. Queridas señoras, ustedes están confundiendo
continuamente el papel que desempeña la mujer trabajadora con el que desarrolla
la mujer como madre o esposa. Y lo confunden porque han descubierto que esta
confusión las hace más fuertes al tiempo que hacen ver a la sociedad que no son
respetadas ni valoradas suficientemente.
Si una mujer, por los motivos que
tenga, decide integrarse en el mundo laboral y acepta un puesto de cierta
responsabilidad, adquiere también ciertas obligaciones. Y el trabajo, los negocios,
el funcionamiento de una empresa o de un departamento, el que un proyecto salga
adelante requieren de una dedicación, a veces, las veinticuatro horas del día y
esta dedicación no entiende de niños pequeños ni mayores, ni de padres, ni de
maridos o esposas. Como tampoco distingue entre hombre y mujer.
Vemos bien que la mujer actual haya
alcanzado derechos que sus madres no tuvieron, aplaudimos que la sociedad
entierre a un machismo trasnochado y nos gustaría que esa igualdad que ustedes,
las señoras, demandan se hiciera realidad para todos, incluidos los hombres, y
en todo.
Sin embargo, con tanto cambio, con
tanta petición de derechos, con tanto querer destacar el papel que desempeña la
mujer actual, con tanto feminismo, con tanta maternidad sobrevalorada, con
tanta verborrea vuelven a olvidarse de las obligaciones, sacrificios y
privaciones que acarrea dedicarse y desempeñar actividades estrictamente
laborales.. También estas obligaciones, sacrificios y privaciones forman parte
del contrato y del que no se pueden separar.
Muchos hombres se han perdido la
infancia, la niñez, la adolescencia, la juventud y todas las etapas de la vida
de sus hijos, entre otras muchas razones, porque tuvieron que viajar de una
ciudad a otra, porque tuvieron que dedicar horas y horas a proyectos de los
cuales dependía su puesto de trabajo y con ello el bienestar de su familia o,
simplemente porque tenían que trabajar horas y horas para hacer frente a una
hipoteca. A estas personas, a estos hombres también les hubiera gustado poder
compaginar trabajo y familia, pero tuvieron que renunciar a ello para no
recuperarlo jamás. Estos hombres, queridas feministas, también hubieran querido
cambiar pañales, dar biberones, asistir a los actos escolares en los que
participaban sus hijos, ver cómo sus retoños crecían, pero estos hombres se lo
han perdido porque su trabajo les exigía una dedicación que era incompatible
con algunos aspectos de su vida familiar.
Una renuncia por la que ahora ustedes,
las feministas, ponen el grito en el cielo y en el infierno porque no quieren
reconocer que los negocios son una cosa y la familia, otra, y ambos
incompatibles si se quiere que los dos funcionen a la perfección.
Y ahora que una mujer, Mónica de Oriol,
dice una verdad tan grande como la catedral de Astorga, esta sociedad feminista
(tan absurda como la machista) quiere mandarla a la hoguera. Caballeros, ¿se
han parado a pensar cuándo volverán a oír a una mujer decir otra verdad? Quizá
veamos pasar antes al cometa Halley.