A ISABEL, por su paciencia y otras cosas. A PEDRO y ESPINOSA, mis primeros jefes. A FERNANDO, profesor de artes gráficas. A LUIS, buen jefe y, sobre todo, persona. A TONI, ahora más que nunca.
NOSOTROS, LOS DE ENTONCES, YA NO SOMOS LOS MISMOS

Algunos personajes o hechos que aparecen en estas galeradas son completamente ficticios y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
RAFAEL MERINO RAMÍREZ | Jubilado
Julián MIRANDA SANZ
LA COLUMNA DE UN EXLINOTIPISTA

El «landismo» ha vuelto


martes, 29 de abril de 2014

EN la década de 1970, los españoles vivimos la época del landismo. Fue una etapa del cine español, donde a través de las películas que protagonizaba Alfredo Landa se daba salida a una represión sexual impuesta por el régimen franquista. Como todos recordamos, Alfredo Landa interpretaba a unos señores que, con el propósito de apaciguar el fuego que les ocasionaban sus hormonas, se pasaban toda la película persiguiendo a señoritas suecas, danesas, alemanas, holandesas  y rubias que se lucían en biquini por el día y se vestían con un picardías por la noche.
Tanta película, tanto biquini, tanto picardías, tanto Benidorm y tanta represión sexual hicieron que los que por aquel entonces padecíamos incendios hormonales fuéramos a Torremolinos o Benidorm a ver si eso de las rubias y suecas existía en la vida real. Los amigos nos despedían con cierta envidia porque nos íbamos a doctorar en lenguas extranjeras. Sin embargo, el cine es una cosa y la vida real, otra. A las suecas y rubias las vimos y a sus biquinis, también: pero en cuanto a sus picardías, sólo los suponíamos. Total, una semana haciendo el memo por el día y a dos velas por la noche. A la vuelta, los amigos, deseosos de saber cómo habían transcurrido los días por la costa y sobre todo las noches, preguntaban ansiosos de curiosidad. Las respuestas que les dábamos eran de película, es decir, pura inventiva, tan falsas como las suecas, danesas y rubias que salían en las películas.
El tiempo pasó, algunas suecas, holandesas o danesas se quedaron en España, otros «Landas» se fueron al extranjero y las hormonas aprendieron a dominar su fuego por si solas. Los biquinis fueron dejando paso al toples y las tarjetas postales fueron cambiando hasta convertirse en las «redes sociales» actuales.
Gracias a estas nuevas tecnologías, hoy descubrimos que el landismo sigue vivo. Aquella moda de perseguir suecas e intentar ligar con ellas en la década de 1970 toma fuerza hoy gracias a las hormonas fogosas de ciertos hombres ilustres y poderosos del planeta Tierra que son capaces de controlar el mundo, pero no pueden dominar sus impulsos libidinoso cuando se les aproxima una rubia y, además, sueca o danesa.
El landismo del siglo XXI comenzó en los funerales de Nelson Mandela cuando Obama, Cameron y la danesa Helle Thorning-Schmidt se fotografiaron muy juntos y, posteriormente, Obama continuó un coqueteo, entre risas y miradas, con Helle que arrasó en las redes sociales sin importarle la presencia de Michelle.  Sin embargo, Obama no fue el primero. Berlusconi, que ya había protagonizado alguna que otra escena cariñosa con señoritas ligeras de ropa, en una Cumbre europea dirigió la mirada hacia el culo de la rubia danesa. Antes de continuar quiero pedir perdón a las feministas argentinas por emplear la palabra “culo” para referirme a esa parte baja de la espalda de las mujeres. No quiero que me pase como al alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, que por ser partidario de piropear a una mujer y asegurar que a éstas les gusta ser piropeadas, aunque sea con un piropo grosero, tuvo que disculparse públicamente y, además, a petición de su propia hija. No queremos pensar lo que le hubiera pasado a Macri si se le ocurre mirar el culo de su presidenta Cristina.
El último caso de landismo lo hemos conocido recientemente. El protagonista ha sido el alcalde de Amstelveen, Fred de Greaaf, durante la celebración del Día del Rey, al aparecer en un vídeo en una actitud que “parece” que está tocando el trasero de la reina Máxima. Si los coqueteos de Obama con Helle arrasaron las redes sociales, este tocamiento landista las ha quemado, incluido Mauricio Macri, que no sale de su asombro por lo permisibles que son en Europa en asuntos ardorosos.
Estas acciones hormonales en la década de 1970 digamos que se denominaban libertinas, por suavizar la expresión. Las que hoy protagonizan los landistas en cuestión se califican de anécdotas. Ver para creer. ¿Qué tendrán las suecas, danesas, holandesas y rubias que son tan perseguidas en cualquier época? 

Cuenta atrás


lunes, 28 de abril de 2014

HA comenzado la carrera hacia las elecciones europeas que tendrán lugar el próximo 25 de mayo. Una carrera que, según todas las encuestas, despierta muy poco interés en los ciudadanos que deben votar. Esta falta de atracción electoral se debe principalmente al escaso entusiasmo que los ciudadanos tienen por los candidatos de los distintos partidos. Un interés que, poco a poco, ha ido diluyéndose porque los políticos cada día insuflan una inclinación al pasotismo electoral con sus actuaciones dentro y fuera de la política.
¿Dónde quedó aquel entusiasmo por acudir a las urnas que los españoles manifestamos en 1977 y en 1982? Para nosotros estas dos elecciones han sido las únicas que han servido para que el ciudadano se sintiera verdaderamente importante en unos comicios. Por un lado, Adolfo Suárez fue capaz de encandilar al electorado para que acudiera a las urnas: eran las primeras elecciones libres en cuarenta años, y, por otro, Felipe González consiguió en 1982 ganar unas elecciones que creemos han sido las más auténticas, las más celebradas y, podríamos decir, las únicas, ya que representaron la victoria de la izquierda en España tras la dictadura franquista. Las elecciones de 1982 dejaron unas cifras de récord que lo dicen todo: el Partido Socialista consiguió 202 escaños, obtuvo más de diez millones de votos y la participación ciudadana llegó hasta el 80 por 100.
Hoy todavía nos acordamos de aquellos políticos que, de una u otra forma, supieron ganarse al ciudadano. Todos recordaremos, entre otras cosas, la legalización del Partido Comunista por Adolfo Suárez o la victoria abrumadora de un partido de izquierdas con  Felipe González al frente en las elecciones de 1982, y todo ello con la sombra del terrorismo cerniéndose sobre España. Sin embargo, hoy, y ya no digamos pasados unos cuantos años, ¿por qué son conocidos los dos candidatos de los principales partidos a las elecciones europeas? Por un lado, tenemos a Miguel Arias Cañete, que se le conoce por las duchas frías o por comer yogures caducados, y, por otro, a Elena Valenciano, conocida por... su feminismo y porque ha mejorado la imagen del PSOE teniendo en cuenta que su antecesora fue María Teresa Fernández de la Vega. Con este bagaje difícilmente puede el electorado ilusionarse con estos candidatos por mucho énfasis que éstos pongan en sus campañas y si, además, tenemos en cuenta que PSOE y PP se apoyan en la figura de Zapatero en sus mítines (cada partido según sus intereses), no es extraño que las encuestas tampoco muestran un claro ganador para el 25 de mayo.
La alegría, el entusiasmo, los prometedores mensajes que los candidatos quieren hacernos llegar rivalizan con la alegría, el entusiasmo y los prometedores ascensos que los propios candidatos han debido de recibir de sus respectivos partidos. Tanto Miguel Arias Cañete como Elena Valenciano, desde que su partido les nominó para viajar a Bruselas, reflejan una felicidad en sus rostros equiparable a la de cualquier mortal cuando su empresa le comunica que le ha ascendido y, por tanto, sus emolumentos, a partir de ese momento, serán mayores. La cuenta atrás ya ha comenzado. Ahora queda casi un mes por delante en el que los candidatos actuarán como en los anteriores comicios: reprochándose mutuamente sus respectivas empresas, tanto políticas como sociales.
Lo mejor de estas elecciones es que, por una parte, el día 26 de mayo todos los partidos habrán ganado y continuarán echándose en cara lo que han hecho y lo que han dejado de hacer, y, por otra, el ciudadano tendrá el convencimiento de que los verdaderos ganadores de las elecciones son Miguel Arias Cañete y Elena Valenciano y sus respectivas cuadrillas si se me permite el símil taurino.

¡Qué bien hablan las mujeres!


viernes, 25 de abril de 2014

A
NTE altos cargos financieros de la City londinense andaba el vicepresidente británico Nick Clegg pronunciando un discurso en el que apoyaba las reformas que el Gobierno británico pretende introducir en materia de apoyo a la crianza compartida de los hijos, mientras su mujer, Miriam González, escuchaba atentamente entre los asistentes.
Una vez que Clegg finalizó su exposición y llegó el turno de preguntas por parte de los asistentes al acto, ante la sorpresa de los allí presentes y principalmente del vicepresidente británico Nick, Miriam (mujer de Nick y vallisoletana de nacimiento) tomó la palabra para apoyar a los padres trabajadores modernos y, al mismo tiempo, exhortarles a que digan alto y claro que cuidan y son responsables de sus hijos, ya que esto no les afectará a sus niveles de testosterona, pues los que se involucran en la crianza de los hijos «tienen más cojones».
¡Caray con la vallisoletana! Esto debió de pensar su marido, Clegg, entre aterrorizado y sorprendido, cuando escuchó el alegato de su mujer en contra de los trasnochados y caducos que ven con malos ojos que los hombres dediquen tiempo a su familia y a sus hijos. Al terminar, Miriam recibió, por una parte, una ovación de todos los asistentes (a ver quién era el guapo que no la aplaudía después de poner sobre la mesa semejante vocablo y en castellano) y, por otra, su marido la contestó con una frase estándar que todos los cónyuges tenemos para estos casos: «Coincido contigo, como siempre».
Miriam González es una de las mujeres que luchan por la igualdad entre hombres y mujeres. Una igualdad que va cristalizando en la sociedad, pero que, desde nuestro punto de vista, nunca llegará a ser realidad no por los «cojones» del hombre, sino porque a la mujer no le interesa que así ocurra. Quiere tener los derechos del hombre y los privilegios de una dama. Mientras en la sociedad se están nivelando las desigualdades entre hombres y mujeres, producto de los cambios sociológicos de toda época, en la relación de pareja las desigualdades se invierten: la mujer es abiertamente más dominante (en todos los sentidos, incluido el sexual) y el hombre desempeña un papel más sumiso. (Alguna feminista puede llamarme machista. Correré el riesgo; pero a ciertas edades puedo permitirme el capricho de opinar y decir lo que pienso, entre otras razones, porque mis decisiones ya no dependen del nivel de mi testosterona y eso me hace ser libre.)
A esas feministas que allá por finales de la década de 1960 y principios de 1970 comenzaron la liberación de la mujer con la quema de sujetadores como símbolo de una batalla por su igualdad de derechos y que feministas como Miriam González aprovechan las ocasiones para continuar la lucha les puedo decir que si los hombres de aquellos años finales de los sesenta y principios de los setenta del siglo pasado no dedicaban tiempo a sus mujeres e hijos no era por falta de cariño, interés o compromiso con la familia, sino porque se pasaban el día y parte de la noche en el trabajo. Era la sociedad del consumo, de los plazos, del bienestar, y eso había que trabajárselo, porque, además había trabajo. Señoras feministas, si ustedes estaban más tiempo en casa, ¿no era lógico que fueran ustedes quienes más trabajasen en el hogar y más cuidados y atenciones dedicaran a sus hijos?
Hoy se vive de otra forma (no sé si es mejor o peor, depende en qué orilla te encuentres o, en el caso de las feministas, si tienes nuera o yerno). La pareja trabaja fuera del hogar, es lógico que sean los dos quienes en el hogar se repartan las tareas propias de la casa. Y es aquí, en la casa, donde esa igualdad que ustedes persiguen la están consiguiendo en detrimento de la libertad del hombre. En este punto es donde entra en funcionamiento el lenguaje femenino (difícil de comprender): hablan como el Papa, en plural; nunca se sabe si están preguntando o afirmando, y, además, te hacen creer que tú eres el que organizas.

Mejor no saberlo


martes, 22 de abril de 2014



E
STOS días nos ha llegado la noticia que McDonald's ha lanzado una campaña bajo el título «Nuestra comida, sus preguntas» con el propósito de acabar con las especulaciones y las leyendas urbanas. Para ello, la compañía americana de comida rápida ha elaborado una lista con los componentes de sus productos: desde los «aromatizantes de humo», que llevan las tiras de bacón de las hamburguesas, hasta los ingredientes de sus famosas patatas fritas.
Donde la noticia hace más hincapié es en las célebres patatas fritas que acompañan a las hamburguesas. Cuando pensábamos que este tubérculo no tenía ningún misterio, aparece McDonald's y nos ofrece una lista de componentes añadidos que sólo leerlos nos producen una urticaria.
La lista está confeccionada por los siguientes componentes: dextrosa (un tipo de azúcar), ácido sodio pirofosfato (sirve para mantener el color de las patatas), ácido cítrico (conservante), dimetilpolisiloxano (un derivado de la silicona que sirve de antiespumante). Además, el aceite empleado para freír las patatas está elaborado con aceites de canola (obtenido a partir de semillas de colza modificadas genéticamente), de maíz, de cártamo o de soja hidrogenado con terc-butil-hidroquinona (TBHQ).
Con esta lista de componentes dudamos que McDonald's alcance el propósito esclarecedor que ha llevado a la compañía a publicar estos informes, teniendo en cuenta a ecologistas y naturalistas que, día a día, se hacen más numerosos y notorios y que ya han lanzado sus advertencias sobre estos ingredientes que pueden producirnos asma, trastornos cutáneos y hormonales, y, cómo no, cáncer.
Por nuestra parte, podemos estar tranquilos en cuanto a nuestra salud, ya que este tipo de comida rápida no entra en nuestros gustos culinarios y, por ello, los señores de McDonald's pueden continuar añadiendo más aditivos a sus productos. Sin embargo, sí vamos a recomendar otro tipo de comida rápida más saludable, como pueden ser los bocadillos de todo tipo, las raciones (especialmente, de calamares) y, por supuesto las patatas bravas; todo ello acompañado de una cerveza rubia, transparente y fría. Aparte de ser alimentos más beneficiosos para nuestra salud, también sirven para aliviar bajones emocionales.
Vista la polvareda que la noticia ha suscitado, no nos extrañaría que la compañía Coca-Cola continuase otros ciento veinte años guardando celosamente la enigmática fórmula de su bebida de cola, ya que hay ciertas cosas que lo mejor es no saberlas y continuar con las especulaciones, al menos éstas no dañan la salud del consumidor.
Por último, lo que nos gustaría saber es si el empleado de McDonald's que ha proporcionado esta información a las agencias de prensa continúa en la empresa.

OTRAS COLUMNAS



A vueltas con el 0,25 de las pensiones
DURANTE ESTOS DÍAS de principios de septiembre se viene hablando y mucho de las pensiones. El año pasado fue la prima de riesgo quien acaparó todas las portadas de los periódicos. (Véase.)

Éramos pocos y...
APROVECHO el puente de Todos los Santos para disfrutar del buen tiempo y poner en orden los recibos del banco que, como los líos de los políticos, no cesan de llegar. También lo dedico a andar. (Véase.)

Raúl, a secas
EL PASADO 22 de agosto se celebró en el estadio Santiago Bernabéu el esperado partido homenaje a Raúl sin más, sin apellidos. Porque a Raúl se le conoce como a los auténtico 
fenómenos dentro de su especialidad: sólo por el nombre. (Véase.)


Y ahora, ¿qué? 
YA HEMOS despertado del sueño olímpico, aunque lo hayamos hecho de la manera más brusca, de golpe, como en las peores pesadillas, puesto que nadie esperaba este resultado. (Véase.)

Calibremos en su justa medida a Bale


lunes, 21 de abril de 2014

C
UANDO el Real Madrid hizo oficial el fichaje de Gareth Bale y supimos que había pagado cien millones de euros por su traspaso, pensamos que podía ser un disparate mayúsculo pagar tal cantidad de millones por un jugador de fútbol. No obstante, tanto en el mundo del fútbol como en el empresarial los resultados sobre la contratación de una determinada persona se miden en función de los rendimientos y beneficios que puedan alcanzarse con la firma del contrato.
Asimismo, si queremos que una empresa logre éxitos empresariales y obtenga beneficios económicos, contrataremos a los mejores consejeros, directivos o empleados para que logren estos objetivos. Este mismo criterio puede aplicarse en un equipo de fútbol cuando se estime que hay que fichar a un jugador para que con su aportación deportiva contribuya a la consecución de títulos para el equipo.
Por ello, pensamos que todo lo que ahora se dice de Bale, tras la espectacular jugada que supuso el gol de la victoria sobre el Barcelona y que sirvió para que el Real Madrid ganara la Copa del Rey, también es desmesurado, ya que el club blanco fichó y pagó lo que pagó a Bale para que hiciera lo que hizo en Mestalla. Para nosotros, Bale simplemente cumplió con su deber. No debemos convertir una obligación por parte del jugador en una virtud de éste.
Gareth Bale tendrá que realizar muchas más jugadas como la de la final de la Copa del Rey para demostrar que es una pieza importante y rentable en el engranaje del Real Madrid. De lo contrario, el coste de su fichaje será excesivo, pues tal cantidad de dinero no se puede invertir para lograr sólo un título.
Mucho se está hablando y escribiendo sobre la carrera que Bale realizó para lograr el gol que daba la victoria a su equipo. Parece que el galés es el único capaz de realizar semejante acción. Que esta impresión la manifiesten los jóvenes nos parece normal.
Lo que no podemos entender es cómo personas que ya tienen cierta edad o profesionales del periodismo pueden subir a los altares a Gareth Bale por una sola jugada cuando, sin tener que ir más lejos, en el mismo Real Madrid jugó Francisco Gento —también lucía en su camiseta el número 11— que realizaba la jugada de marras varias veces durante un partido. Su fichaje fue muy rentable para el Real Madrid y sus carreras por la banda un deleite para los aficionados. El tiempo nos dirá si Gareth Bale es digno acreedor de llevar ese «11» que durante dieciocho años lució Gento en el Real Madrid.
Si para estas personas desmemoriadas no basta con el ejemplo de Gento, podemos nombrarles otros jugadores que también hacían jugadas como las de Bale. La lista podría ser extensa, pero citaremos sólo a los Gaínza, Collar, Czibor, Garrincha, Canario o Best, entre otros. 

Guardiola, ¿por qué te fuiste?


viernes, 18 de abril de 2014

Guardiola, ¿por qué te fuiste?

A
HORA que el Barcelona ha perdido la final de la Copa del Rey ante el Real Madrid, las críticas a los jugadores y a su entrenador, Tata Martino, proliferan por todas partes. Y se proclama un fin de ciclo sin reservas.
Para nosotros, la derrota en Valencia ha sido la gota que ha hecho rebosar el vaso. Un vaso que desde que Guardiola dejó al Barcelona comenzó a llenarse.
Con la salida de Pep del equipo, el grupo comenzó a fragmentarse y solamente se mantuvo algo unido con Tito Vilanova. Una unión que acabó con la llegada del Tata Martino y de Neymar. Aparte de los líos con Hacienda.
Pep Guardiola consiguió formar, por una parte, un equipo que, además, era un grupo de amigos que amaban al club y a Cataluña y, sobre todo, jugaban al fútbol muy bien, y, por otra, creó un estilo de juego que le sirvió para adelantarse técnica y tácticamente al resto de los equipos.
Una vez que Pep consiguió esto, encumbró a Leo Messi a los altares de la gloria. Primero, cuidándole, protegiéndole, dentro y fuera del terreno de juego, y, en especial, mimándole. Para que todo esto fuera posible, Guardiola puso a disposición del jugador argentino a un arquitecto (Andrés Iniesta), a un aparejador (Xavi Hernández) y a dos oficiales de lujo (Sergio Busquets y Gerard Piqué) que lograron que Leo Messi consiguiera en cuatro ocasiones el Balón de Oro. Sin esta cuadrilla extraordinaria y, por supuesto, sin Guardiola, el Messi del Barcelona hubiera sido el Messi de la selección argentina, donde todavía no ha demostrado nada.
Como nada es eterno y menos en el fútbol, los equipos rivales fueron estudiando el juego que practicaba el Barcelona y cada vez son más los equipos que ya han encontrado la fórmula para parar el juego de los azulgrana. Fue una época que todos recordaremos como la mejor del F.C. Barcelona, pero que ha llegado a su final como llegó la de Johan Cruyff o la de la Quinta del Buitre en su eterno rival.
En algunos círculos deportivos se pide la vuelta de Pep Guardiola para que la nave azulgrana que encalló en Mestalla comience de nuevo a navegar majestuosamente por los terrenos de juego. Sin embargo, creemos que será muy difícil, aun con Guardiola, por no decir imposible, construir otra embarcación que atraque en el Camp Nou para que desembarquen jugadores como éstos que han conseguido pasar a la historia no sólo del Barcelona, sino también a la del fútbol mundial.
Por último, queremos mandar un aviso para navegantes. Mucho nos tememos que la selección española, en el Mundial de Brasil, corra la misma suerte del Barcelona, ya que el juego que practica la selección está basado en el esquema de juego del equipo azulgrana. Si queremos realizar un buen papel en el próximo mundial, mucho tenemos que cambiar. Nuestro sistema de juego ya lo tienen muy estudiado las demás selecciones.





… y la Semana Santa llegó
O
TRO año más celebramos la Semana Santa y, como no podía ser de otra forma, los consejos para poder disfrutar de estos días de vacaciones son los de todos los años, especialmente que tengamos precaución durante los desplazamientos por carretera.
Y como todos los años, en especial éste que hay elecciones a la vuelta de las vacaciones, el Gobierno aprovecha para animarnos a coger la maleta, ponernos el pantalón corto y unirnos a la caravana, porque a la crisis ya la estamos perdiendo de vista si no la hemos perdido ya, y los que están parados pueden encontrar trabajo en dos días. Y si a estas alturas todavía queda algún pesimista rezagado, nos ilusionan con la noticia de la bajada de la gasolina y el consiguiente ahorro que experimentaremos al llenar el depósito del coche.
Por otra parte, los meteorólogos nos dicen que hará buen tiempo de playa y chiringuito, aunque luego a partir del viernes, cuando todos estemos embarcados en estas primeras vacaciones de salida de la crisis, la situación pase a ser de «alerta amarilla» como les gusta etiquetar ahora las circunstancias adversas.
Sin embargo, creemos que la situación no es tan halagüeña como nos la pinta el señor Rajoy y sus adláteres. Las encuestas que solemos realizar a pie de ascensor, de panadería, de peluquería, de mercado, de farmacia, de ambulatorio, de junta de vecinos ofrecen unos resultados muy distintos a los que el Ejecutivo de Rajoy nos quiere hacer ver. Salvo que nuestros encuestados, al igual que los sondeos que se realizan a pie de urna, no digan la verdad.
El señor Rajoy y todo su gobierno podrían organizarse una excursión dominical hasta la Ribera de Curtidores (lugar donde se ubica El Rastro madrileño) y allí lanzar sus soflamas sobre la economía, la salida del túnel o la recuperación de empleo al ser éste el lugar más apropiado para que los charlatanes lancen sus alegatos y no la Carrera de San Jerónimo.
Sus señorías, durante esta excursión, podrían ver cómo los pequeños comercios han desaparecidos y el desempleo ha aumentado por los barrios. Los emprendedores son los «chinos» que abren nuevas fruterías. Los nuevos empleados son los que nos atienden en el chiringuito, y cuando las vacaciones terminen, todos a casa: el camarero y el cliente, y hasta las próximas vacaciones.
Para terminar esta columna nos gustaría dejar dos recomendaciones. En primer lugar, si sus señorías se decidieran a visitar El Rastro y montar allí su puesto de oradores, quizá un agente de movilidad les pida el permiso municipal correspondiente. Si no disponen de autorización y licencia, no se les ocurra salir corriendo, como cualquier sexagenario, ya que al ser un lugar muy concurrido no tendrían ninguna opción de escapar. El Rastro no es la Gran Vía. Y, por último, queridos veraneantes cuidado con lo que gastáis, no os confiéis de lo que dice «papá Gobierno», el señor Montoro os estará esperando a la vuelta de las vacaciones con el borrador de la Renta encima de la mesa y su sonrisa siniestra. Quizá alguno se lleve una sorpresa desagradable respecto al año pasado.
Si después de todo, podéis ser felices y disfrutar de estos días, mejor que mejor.





Del ¿estudias o trabajas? al…
C
UANDO cumples cierta edad, descubres que la vida ha pasado por tu lado y apenas te has dado cuenta. Durante la juventud no te importa que los años pasen. Es más, en ocasiones, deseas que éstos pasen y rápido. Tienes mucho futuro por delante y el presente casi no cuenta.
Con los años, el futuro se va terminando y el día a día es lo que importa. Quisieras detener el tiempo, pero entonces las fuerzas o el ánimo no te ayudan. Las mismas fuerzas y el mismo ánimo que antaño empleábamos para acelerar y tratar de alcanzar ese futuro con el que soñábamos cada día.
Llega el día que te jubilas y experimentas una sensación de libertad, de regocijo, de ser tú mismo. Sientes por tu cuerpo cómo nace una nueva vida, y hasta tus hormonas se alteran. ¡Por fin! Sí; por fin, vamos a poder conseguir hacer realidad sueños que teníamos en el pensamiento desde hacía tiempo para cuando llegara este momento. Porque ahora sí que podemos.
Sin embargo, no nos damos cuenta de que esos sueños, quizá, son de hace mucho tiempo. Ellos no cumplen años, pero nosotros sí.  Entonces es cuando te encuentras cara a cara con la realidad y ésta te sacude con tal violencia que hace que despiertes y pongas los pies en el suelo. Muchos de los sueños, por no decir todos, se desvanecen y vuelves a ver que la vida pasa, pero más deprisa aún. Y descubres que todo es un espejismo.
Hemos pasado de aquella mítica pregunta: «¿Estudias o trabajas?», que empleábamos en la discoteca para poder entablar una conversación con una chica y quién sabe si comenzar algo más, a las preguntas que ahora formulamos en el centro de salud: «¿Tienes azúcar o colesterol? Y las transaminasas, ¿cómo las tienes? ¿Y la tensión? ¿Y el sintrom?». Y todo este espacio de tiempo ha transcurrido como si fueran postes de la luz que vemos pasar, mientras viajamos,  a través de la ventanilla del vagón de un tren.
Como dice mi amigo Jesús, tendríamos que jubilarnos antes, porque como no realices tus sueños en los cinco primeros años de la jubilación, jamás podrás cumplirlos. Acabaremos en el parque, en el hogar o, en el mejor de los casos, en la playa de Benidorm cantando canciones regionales y habaneras y escuchando contar las virtudes de los hijos y los defectos de las nueras o las excelencias de las hijas y las calaveradas de los yernos, según en qué lado nos encontremos.
Por mucho que quieran inculcarnos los de Asuntos Sociales que somos jóvenes, que podemos ir, venir, entrar y salir, la realidad es que nos falta lo más principal: ese pájaro de juventud que cada mañana revoloteaba en nuestra cabeza y nos hacía ilusionarnos y soñar. Lo que ahora nos queda es un estanque dorado donde cada mañana vemos un cuerpo más ajado y una ilusión más  que se difumina.
Lo cierto es que muchas cosas nos llegan demasiado tarde. Incluso darte la razón, amigo Jesús.

Algunas cosas no se olvidan


jueves, 10 de abril de 2014







S
ALÍ del centro médico y trataba de poner en orden todas las indicaciones que acababa de recibir por parte de la doctora en apenas cinco minutos. Hace años era un problema entender lo que habían diagnosticado o qué medicamento debíamos tomar. La caligrafía nunca fue el punto fuerte (ni débil) de los doctores. Es más, creo que aún no saben para qué sirve. La introducción del ordenador en la consulta vino a paliar estos problemas. Ahora los galenos escriben el diagnóstico y prescriben el tratamiento preciso y todos sabemos qué tenemos y qué debemos tomar sin tener que esperar a que el farmacéutico de turno nos descifre el jeroglífico facultativo.
Sin embargo, no todo son ventajas. Lo que hemos ganado en claridad caligráfica lo hemos perdido en claridad verbal. Ahora, los médicos se expresan con más rapidez y, a veces, se parecen a los políticos porque mencionan palabras que no hay quién las entienda o no admiten preguntas, acuciados por la lista de pacientes que tienen que visitar y esperan en la sala, y esto, unido al bloqueo mental que muchos pacientes presentan ante el doctor, da una combinación que, como un buen coñac, necesita tiempo para sacar lo mejor de cada ingrediente.
Con esas tesituras me encaminé a tomar un café y poner un poco de orden en ese crisol médico en el que se mezclan prisas, supuestos, diagnósticos y temores. La cafetería estaba casi vacía. La mayoría de los clientes ocupaban las mesas de la terraza.
Me acomodé en la barra y pedí un cortado. Por un instante mis pensamientos se desvanecieron al reparar en la canción que se oía a través del hilo musical del local.
No tenía duda alguna. Se trataba de Release Me, interpretada por Engelbert Humperdinck. Olvidé las instrucciones sobre el tratamiento médico y me dejé transportar con la melodía hasta la discoteca La Tuna en Madrid, allá por finales de la década de 1960.
Era invierno en Madrid y aquella tarde de domingo habíamos decidido «ir a bailar», como se decía en la época. Era la primera vez que pisábamos una discoteca. Cuando pusieron Release Me, saqué a bailar a una chica y la chica dijo sí. Fue la primera vez que bailé una canción «agarrao». Después vinieron otras canciones y otras chicas.
Desde entonces, siempre que oigo la melodía recuerdo aquel domingo, aquella tarde, aquella discoteca, aquellas luces que llamábamos psicodélicas y que en ocasiones servían para dejar ver sobre los jerséis el polvo que éstos almacenaban o descubrían algún sujetador que hasta entonces había permanecido castamente oculto debajo de una camisa. Evoco aquellos tres minutos que dura la canción, pero no recuerdo cómo era la chica. Quizá estaba tan nervioso como lo estaba hace unos minutos delante de la doctora.
Creo que el primer baile lento, abrazado a una chica y en una discoteca de finales de la década de 1960 son cosas que no se pueden olvidar nunca, como el montar en bicicleta o el año del doblete del Atleti: 1996.
También aquel día y con Release Me comencé la confección de una agenda con nombres y números de teléfonos de chicas. Hoy, casi cincuenta años después, también con Release Me, mientras tomo un café comienzo otra agenda, pero en esta ocasión las citas y los números son con doctores y con consultas de especialistas.
Si pasaran otros cincuenta años y volviera a oír  Release Me, seguro que en esa ocasión sí recordaría cómo era mi doctora, aunque nunca llegue a bailar «agarrao» como con aquella chica, pero sí por ser la primera en la nueva agenda. Y es que hay cosas que no se pueden olvidar.

Desde Antonio Alcántara hasta Esperanza Aguirre


domingo, 6 de abril de 2014







E
N los últimos capítulos de la serie Cuéntame cómo pasó hemos podido ver cómo Antonio Alcántara para resolver ciertos asuntos recurre a sus amistades políticas o a su paso por el Ministerio de Agricultura. El pasado jueves, Televisión Española emitía por la noche el capítulo correspondiente sobre la familia Alcántara. Y una vez más vimos cómo Antonio se encara con un agente de tráfico al tiempo que le recuerda, con una actitud prepotente, su paso por el Ministerio y su amistad con el gobernador civil.
Ironías de la vida, ese mismo jueves, por la tarde, Esperanza Aguirre, en plena Gran Vía de Madrid, protagonizaba un espectáculo semejante a los de Antonio Alcántara al grito de: «Usted no sabe con quién está hablando».
Esperanza Aguirre, tras circular por el carril bus, parar y aparcar en dicho carril para poder sacar dinero de un cajero, tachar de machistas a unos agentes de tráfico que estaban sancionándola, sale a la fuga, porque se cansa de esperar a que los agentes terminen de imponerla la sanción, arrollando la moto de uno de éstos, y no para hasta llegar a su casa y, esta vez sí, estacionar bien su vehículo. Para que los agentes que la habían perseguido no se sintieran zaheridos, dos guardias civiles, escoltas de la señora Aguirre, les proponen hacer un parte amistoso por el golpe de la moto. Y aquí paz y después gloria.
Tras el revuelo, Esperanza Aguirre acude a las emisoras de radio y a los profesionales que le deben pleitesía y ante sus micrófonos trata de justificar lo injustificable. La señora Aguirre —puede usted tacharme de machista— se habría portado como una auténtica señora empleando esos micrófonos amigos y serviles para anunciar su dimisión del Partido Popular, su alejamiento total de la política y, por supuesto, pedir perdón a todos los ciudadanos. Pero continuó en el papel femenino de Antonio Alcántara.
Como los errores de algunas mujeres políticas no vienen solos —puede usted seguir tachándome de machista—, sale a la palestra Ana Botella, la alcaldesa de Madrid, para decir que los agentes de movilidad actuaron como ante cualquier ciudadano que comete una infracción de tráfico. Mire, usted, señora alcaldesa, como ante cualquier hijo de vecino, «de eso, na de na», que diría un castizo.
Si la película que protagonizó la señora Aguirre (Persecución por Gran Vía) la interpreta un ciudadano de a pie, a éste no le quedan ganas de repetir la escena ni aunque la dirigiera el mismísimo  Martin Scorsese.
Desde aquella España que estamos rememorando a través de Cuéntame… a ésta del siglo xxi de Esperanza Aguirre qué poco ha cambiado nuestro país. Continúa el paro, la violencia de género, la corrupción, y personajes como los de Antonio Alcántara Barbadillo o Pablo Ramírez Sañudo (Don Pablo) campan a sus anchas. ¿A qué juegan nuestros políticos?

ENTRE LA FICCIÓN
Y LA REALIDAD





Jubilado noctámbulo

EL DÍA EN GALERADAS
Jueves 16 de enero de 2020

Y ahora a por el Oscar
CONOCÍAMOS varias facetas de la vida de Pablo Iglesias, pero tras ser designado vicepresidente del gobierno de Pedro Sánchez, ha salido a la luz la verdadera vocación de Pablo Iglesias. Con su nombramiento para formar parte del nuevo gobierno progresista y de coalición y feminista y populista y oportunista y veleta se han confirmado los rumores que desde hacía tiempo venían rondando por esta redacción sobre una de las pasiones ocultas del exultante líder de Unidas Podemos: el cine.
Por ello es por lo que hoy publicamos el cartel que anuncia la última película que el gran actor Iglesias ha protagonizado: El hombre del Oeste, filme producido y dirigido por un novel director Sánchez. Con esta película, tanto el director como el actor quieren rendir un homenaje a la España del «blanco y negro» (representada en un mítico Kirk Douglas) y a la España del tecnicolor (personificada en el legendario Alfredo Landa), sirviendo como nexo de unión entre ambas el ya populista Pablo Iglesias, que lo mismo interpreta un drama o una comedia o un wéstern o una vicepresidencia.
Lástima que por demorarse su elección como ministro no pueda optar a los Oscar y haya llegado tarde para competir con Antonio Banderas por el premio a mejor actor. Pero démosle tiempo a este nuevo intérprete del séptimo arte que se atreve con todos los géneros de la interpretación.
Desde el pasado lunes 13 de enero se proyectan en las Salas de la Carrera de San Jerónimo los filmes más destacados de Pablo Iglesias. Títulos como El pisito, No sin mi Irene, Los tramposos, Deprisa, deprisa, Furtivos, Amantes, Mentiroso compulsivo o El Azotador, entre otros.
Desde esta columna deseamos a Pablo Iglesias los mayores éxitos en el desempeño de su nueva faceta por el bien suyo, por el de Irene, por el de Pedrín (el de Roberto Alcázar), por el populismo, por los que se han ido y por los que quieren irse y por los que llegan, por los del feminismo, por los LGBT, por los del cambio climático, por los colectivos marginados, por los de Teruel, por los del centro (bueno, por éstos no), por los que creen en la igualdad entre las mujeres y los hombres… Por todos ellos y todas ellas sí se puede.

Un Jubilado por la Gran Vía



EL DÍA EN GALERADAS
Miércoles 25 de diciembre de 2019

Las necesidades del espíritu
DOS veces al año, desde que me divorcié, quedo con mi amigo Andrés. Una cita es a principios de verano y la otra, cuando se acercan las Navidades. Si la cita corresponde con el tiempo de verano, solemos quedar en cualquier lugar del Levante y si el encuentro es durante la Navidad, nos citamos en cualquier restaurante de la Gran Vía madrileña. «Nuestra» Gran Vía.
A Andrés lo conozco desde aquellos años de juventud en que cada fin de semana echábamos nuestras partidas de billar y frecuentábamos discotecas en busca de muchachas que quisieran compartir con nosotros esos momentos que nuestra juventud nos demandaba entre la gloria y el infierno y que tenían lugar en un piso de alquiler en el que, aparte de estos encuentros compartidos, organizábamos partidas de cartas con otros amigos del barrio, celebrábamos cenas con largas sobremesas en las que cada uno a su manera contaba de qué forma podríamos vivir un futuro en libertad y en democracia; también solía contarse alguna que otra trola. Pues bien, aquel piso de alquiler era además la vivienda de Andrés.
Atrás quedaron todas aquellas aventuras amparadas en una loca y, en ocasiones, irresponsable juventud. La vida nos condujo unas veces por donde quiso y otras, por donde nosotros queríamos caminar o al menos eso pensábamos. Nuestros encuentros de juventud se desvanecieron por la situación laboral de cada uno de nosotros. Andrés marchó a trabajar durante largas temporadas a Londres y con ello nuestra relación se limitó a algunas cartas o a algunos encuentros esporádicos durante las vacaciones de verano que aprovechábamos para visitar algún lugar de moda durante la época estival. Sin embargo, cuando nuestra amistad se tambaleó hasta caer en un abismo fue cuando durante unas vacaciones de verano conocimos a dos jovencitas que a la postre fueron nuestras esposas. Vamos que nos casamos por la Santa Madre Iglesia y hasta que la muerte nos separase. Sin embargo, no fue la muerte quien nos separó, sino otras circunstancias que ahora no vienen al caso y que algún día desvelaré. Pero volvamos a mis encuentros con Andrés. En esta ocasión nos citamos en un restaurante de la Gran Vía. La emblemática calle de Madrid había sido engalanada con las luces que anunciaban la Navidad y por sus aceras transitaban ciudadanos, unos llegados de provincias y otros, lugareños, que ponían cierto colorido a la noche madrileña.
Andrés y yo contemplábamos toda esa fauna consumista como lo veníamos haciendo desde hacía muchas Navidades. Sin embargo, con el paso de los años, todo era distinto. Habían cambiado los locales, los cines, las salas de fiesta, los transeúntes... Había cambiado hasta la propia Gran Vía y, por supuesto, nuestras conversaciones, nuestras necesidades y, claro, nosotros mismos.
Es curioso comprobar cómo tu top de prioridades va experimentando variaciones con el paso del tiempo y, por ello, las necesidades espirituales sufren tantas variaciones como si de una bolsa de valores se tratara. Y a esas prioridades del espíritu son a las que Andrés y yo dedicamos nuestros encuentros gastronómicos y anuales. Al principio de estas reuniones, cuando teníamos unos cuanto años menos, nuestras conversaciones fluían al amparo de una cena sobre nuestros proyectos, nuestra vida laboral, nuestros ideales políticos, nuestro número de conquistas amorosas y de las no amorosas, nuestras aficiones y, a veces, hasta de nuestra familia, sin darle importancia al verdadero anfitrión de la mesa: el menú. A continuación nos trasladábamos a cualquier sala de fiestas o discoteca para concluir en no se sabía bien en qué cama ni quién era la morena o la rubia que teníamos junto a nuestro cuerpo desnudo.
El tiempo pasa inmisericorde y con él pasa nuestra vida. Deja de importarnos la política. De la oficina, ni hablar, tan solo algún vago recuerdo sin importancia. De la familia... de la familia, mejor dejarla correr como al agua. Las aficiones: las que nos gustan ya no podemos practicarlas y las que podemos practicar no nos agradan. Los amores... pues los amores ni correspondidos ni sin corresponder, salvo algún escarceo ocasional. Y de los alimentos, ¿qué? Pues que el que no perjudica al riñón hace daño al hígado o te sube el colesterol. Vamos, que estamos a punto de pasar esa raya que marca la frontera entre vivir una vida de privaciones de toda clase y comenzar a tomar pastillas para toda clase de remedios.
Por ello, en las comidas o cenas que celebro junto a mi amigo Andrés, por un lado, nos saltamos toda clase de recomendaciones, tanto de las médicas, de las sociales, de lo políticamente correcto como de las que nos inculcó la Santa Madre Iglesia condenándonos al fuego eterno si no cumplíamos sus preceptos y, por otro, mandamos al diablo todas las privaciones y nos ocupamos de esas necesidades del espíritu de las que los médicos no tienen ni idea y disfrutamos, al menos dos veces al año, de lo que son los placeres de la vida: un buen amigo, una exquisita cena sin restricciones y con su correspondiente sobremesa regada con un buen coñac, un paseo por los santos lugares de antaño, unas copas y una compañía femenina de coalición. En pocas palabras, lo que toda la vida se viene llamando «echar una cana al aire».

Un Jubilado por la Gran Vía



EL DÍA EN GALERADAS
Martes 26 de noviembre de 2019

Cómo dejé de fumar
HACE unos dias leí en la prensa que Robert Norris, más conocido como el «hombre Marlboro», había fallecido a los noventa años y que nunca había fumado. Yo sí fui fumador.
La noticia hizo que me retrotrayese a aquellos años en los que, aún siendo un imberbe, quería imitar e incluso ser el hombre de Marlboro. Transcurrían los años sesenta y a mediados de esa década dejaba la férrea disciplina de un colegio religioso con misa diaria y fiestas de guardar para enfrentarme con un mundo en el que todo me resultaba novedoso, fascinante, ilusionante y hasta turbulento y pecaminoso. Empezaba a ver cómo era la vida fuera de los muros del colegio.
Comencé a trabajar y aparqué los estudios. Descubrí mi barrio y conocí nuevos amigos. La diaria asistencia a misa fue transformándose en visita cotidiana a los billares del barrio. Las clases de matemáticas se convirtieron en lecciones de cómo hacer carambolas en el juego del billar. El amor cristiano que me enseñaron aquellos curas del colegio se convertía en amores paganos y sin duda acreedores de las penas más terribles del infierno.
Durante ese devenir entre lo prohibido y lo permitido, en mi vida irrumpieron el mítico vaquero que anunciaba los cigarrillos Marlboro con su icónico sombrero y Humphrey Bogart con su cigarrillo entre los dedos. Aquellas imágenes me trasladaban a un mundo que representaba para mí el poder, la seducción, la libertad, el placer... y comencé a fumar.
Fumaba porque, entre otras cosas, fumar era bien visto por la sociedad y hasta llegué a creer que ello me reportaba más éxito con las chicas y porque con un cigarrillo entre mis dedos me sentía más seguro.
En alguna que otra ocasión ofrecer un cigarrillo era una forma de comenzar una conversación e incluso servía para llenar esos silencios que a veces se producían durante algún encuentro, llamésmolo amoroso. Me gustaba que cuando salía con una chica, ésta fumara. Encender un cigarrillo y ponérselo entre sus labios o ver la marca que su carmín dejaba en la boquilla del cigarrillo eran situaciones que me proporcionaban grandes dosis de morbo, tantas como las que aún me producen unos tacones de aguja.
Los fines de semana (el resto de la semana fumaba Bisonte o Tres Carabelas) compraba un paquete de Marlboro y lo compartia con mis colegas en los guateques, durante los partidos de pelota en el frontón Madrid o durante las partidas de billar de domingo por la mañana.
Asi, entre bisonte y marlboro, entre el trabajo y los billares, entre charlas con los colegas y conquistas femeninas, fueron pasando los años y cada día iba incrementando el consumo del tabaco. Me encontraba seguro con un cigarrillo en la mano. Esa seguridad me daba fuerzas para emprender nuevas empresas, tanto profesional como personal. Me matriculé en la Escuela Oficial de Idiomas para cursar francés. Y durante un descanso entre clases fui a encender un cigarrillo y en ese momento de búsqueda por los bolsillos tratando de encontrar el encendedor fue cuando una de las chicas cercanas a mí me ofreció una carterilla de cerillas de esas que anunciaban, bien un bar de copas, bien una discoteca. Nos enrollamos.
Ninguno sabía el tiempo que duraría aquello. Sólo teníamos claro que nos gustábamos mutuamente, que queríamos disfrutar sólo el presente sin mirar el futuro y que a los dos nos gustaba fumar y así comenzamos a salir y a despertar partes de nuestra piel que teníamos dormidas. Nuestra aventura navegaba a favor del viento hasta que una de esas tardes que pasábamos en cualquier discoteca ocurrió lo que jamás imaginamos ninguno de los dos que pasaría: comencé a aborrecer el tabaco.
Aquella tarde transcurría como una de tantas otras. Bailamos. Nos besamos. Volvimos a bailar y volvimos a besarnos. Disfrutábamos el presente hasta que ella dio una calada y acercó su boca a la mía en un ademán de besarme.
Yo entreabrí mi boca como había hecho en otras muchas ocasiones esperando sentir su lengua explorando todo mi interior, pero lo que sentí fue toda una bocanada de humo que me produjo náuseas y un cabreo impresionante que tardé varios días en olvidarlo, no así la sensación de ahogo que me produjo aquel beso envenenado, pues cada vez que encencía un cigarrillo y daba la primera calada sentía una sensación de rechazo que me obligaba a tirar el cigarro al suelo y pisarlo con rabia.
Días después, mientras nos besábamos dentro del coche, ella volvió a repetir la misma acción de depositar el humo del cigarro dentro de mi boca con lo que logró que vomitara manchando su vestido y la tapicería del asiento del coche, y cogiendo esta vez un cabreo monumental, que quizá hoy sería catalogado de violencia machista.
Durante los días posteriores iba aumentando mi rechazo al tabaco y al mismo tiempo hacia aquella muchacha. Poco a poco fuimos espaciando nuestras citas hasta llegar al final de aquella aventura que comenzamos con una carterilla de cerillas. Ella se marchó a Granada, no recuerdo a qué. Yo abandoné la Escuela de Idiomas, marché a Gijón de comercial en un concesionario de coches y dejé mi adicción al tabaco.
Todavía hoy conservo aquella carterilla de cerillas y llevo un encendedor en el bolsillo de la chaqueta por si alguien se acerca para decirme: «Por favor, me da fuego».

Un Jubilado por la Gran Vía



EL DÍA EN GALERADAS
Miércoles 20 de marzo de 2019

Todo tiene su fin
ATRÁS quedó 2018. Un año que muchos recordaremos porque se celebró el cuadragésimo aniversario de la  Constitución española o el año que un tal Pedro Sánchez, tras pactar con Dios y con el diablo, se alzó a los altares del poder, disfrutó con un falcón, hizo más viajes que todos los jubilados del Imserso juntos y se aseguró una pensión de lujo de por vida para regocijo propio y señora. Esto es hacer carrera. Al término de su embarazo presidencial (comienzos de 2019), presentó sus memorias y, entre los cambios más sonados mediante decretos-leyes durante su mandato al frente del Gobierno de España, puede atribuírsele el de un colchón para cama de matrimonio. Por el momento no nos consta que también haya cambiado las almohadas y la sábana bajera por decreto-ley.
Sin embargo, para mí 2018 fue el año en el que se cumplieron cincuenta años de la creación de Cosecha del 68. No. No se trata de un vino. Cosecha del 68 obedece al nombre que un grupo de muchachos, allá por el año 1968 y por iniciativa de una jovencita llamada Natalia, decidieron en aquel verano dar nombre propio al grupo que desde hacía un año se divertía los fines de semana, y especialmente en verano, en la discoteca de Chapinería, un pueblo cercano a Madrid. Por ello, aquel verano del 68 fue algo especial para todos los integrantes de aquella cuadrilla (chicos y chicas).
Los fines de semana se sucedían, y la unión y la complicidad de todos nosotros iban ganando enteros. Solíamos reunirnos en Aldea del Fresno, lugar del que algún miembro del grupo era natural o bien sus padres tenían una segunda vivienda. La empatía que reinaba entre nosotros era tal que continuó más allá del verano y fue prolongándose durante el resto de las estaciones. Acudir un fin de semana a Aldea y Chapi fue convirtiéndose para todos nosotros en una fiesta de precepto y en lugar de amoríos para muchos, de amores para otros y de desamores para algunos. Todos ellos alimentados por la brasa que aviva el fuego hormonal propio de una juventud estigmatizada por la censura sexual a la que estaba sometida por el régimen franquista. Cosecha del 68 permaneció unido durante cinco años.
En el verano de 1969, el grupo musical Módulos lanza una de las baladas más destacadas en el panorama musical español, Todo tiene su fin, que acabó con la norma de que las canciones comerciales debían tener cerca de tres minutos de duración. (Años más tarde, esta balada recobró un gran éxito con la versión del grupo cordobés Medina Azahara publicada en 1992.) Está canción fue una de mis preferidas durante aquel periodo. A esta preferencia se sumó Natalia. Con sus acordes nos enamoramos, nos desenamoramos, nos quisimos y nos odiamos. El azar quiso que Todo tiene su fin también fuera el anuncio del final de Cosecha del 68. Poco a poco la cuadrilla fue disgregándose. Unos encontraron pareja fuera del grupo; algunos sufrieron desengaños y decidieron buscar consuelo en otro lugar; otros se trasladaron a otra ciudad e incluso a otro país. Este fue el caso de su fundadora, Natalia, que, tras vivir en varias ciudades españolas, se marchó a Montreux (Suiza) y de la que, debido a la falta de redes sociales y del wasap, no volví a tener más noticias, salvo en un par de ocasiones en las que coincidimos en la feria del SIMO allá por la década de 1980. El tiempo fue pasando y los veranos fueron sucediéndose hasta llegar a 2018.
El verano de 2018 me pilla en Madrid. Los paseos por su Gran Vía me habían ahorrado unos cuantos euros en psicólogos para superar una depresión tras mi separación. Una separación ya muy lejana, pero con heridas que ni el tiempo ha sido capaz de cicatrizar. Heridas más económicas que amorosas, pues mi ex me dejó solo con un póster de la Gran Vía de Madrid por todo patrimonio. El trayecto comprendido entre mi domicilio en la calle de Alberto Aguilera  hasta la plaza de Callao se había convertido en un recorrido cotidiano al atardecer que terminaba contemplando la Gran Vía desde el mirador del Club del Gourmet en El Corte Inglés mientras tomaba una cerveza.
En aquel verano de 2018, Madrid respiraba y vivía las Fiestas del Orgullo Gay. Unas celebraciones que no despiertan en mí interés alguno, aunque debo reconocer que le ponen un punto de color a esa Gran Vía de mis amores y pecados. Una Gran Vía a la que contemplaba una tarde más desde mi atalaya de El Corte, abstrayéndome del ruido que reinaba a mi alrededor.
De pronto, mi ensimismamiento se desvaneció al oír la melodía de un móvil tras de mí. Era aquella misma melodía que puso la banda sonora a unos años de juventud vividos y disfrutados entre la pasión y el odio. Sorprendido, me giré hacia atrás y quedé aún más sorprendido cuando vi quién respondía a esa llamada que acababa de producirse. «¿Sería ella?», me pregunté. Ambos nos miramos con cierto aire de perplejidad.
Cuando la mujer que respondió a la llamada terminó la conversación, se acercó y al llegar junto a mí me susurró: «Chapinería, Módulos, 1973». Sí. Era ella. Natalia Rodríguez del Álamo. Habían pasado cuarenta y seis años desde aquel verano en el que ambos habíamos bailado juntos aquella melodía por última vez. Pese al tiempo transcurrido, Natalia aún conservaba una estupenda figura que resaltaba con un conjunto vaquero. Se notaba que dedicaba parte de su tiempo a cuidarse.
La invité a tomar un café. Aquella complicidad y aquella chispa de antaño pronto aparecieron. El pasado y el presente se mezclaban atropelladamente. Paseamos por Gran Vía mientras hacíamos un repaso a aquellas noches de juventud que vivimos junto a la orilla del río Alberche. La chispa y la química fueron in crescendo y el tercer café se lo llevé a la cama.
El destino o la casualidad, no podría decir en qué proporción, quisieron que la canción de Módulos avivara nuevamente aquellas pasiones y que termináramos aquel asunto que un cabo de la Guardia Civil había interrumpido una madrugada de verano cuarenta y seis años antes porque estábamos quebrantando la moral y la decencia.
A la mañana siguiente de nuestro encuentro acompañé a Natalia a su hotel para que recogiera su maleta y partimos hacia el aeropuerto. Su vuelo para Montreux salía al mediodía. Nos despedimos con un abrazo, y al separarnos Natalia depositó un beso en la comisura de mis labios. Cuando quise hablar, ella poniendo el dedo índice en mis labios y con una sonrisa voluptuosa me dijo: «Por fortuna, Pedro Sánchez aún no ha podido desenterrar a Franco. Jamás perdonaremos al dictador la represión sexual que padecimos la Cosecha del 68».
Minutos más tarde, el vuelo con destino a Montreux partía de las pistas del aeropuerto Madrid-Barajas Adolfo Suárez...
Una semana después de la partida de Natalia y mientras hojeaba una revista en la sala de espera del dentista, vi una fotografía de Natalia en la que aparecía detrás de una pancarta a favor de los gais y lesbianas en una de las muchas manifestaciones durante las Fiestas del Orgullo Gay. Aquella muchacha que en 1968 se quitó el sujetador para luchar por una incipiente igualdad de sexos y los derechos de la mujer, cincuenta años después continuaba su lucha.

(Así se fundó, así se reconstruyó y así se desvaneció Cosecha del 68 entre la ficción y la realidad.)

Un Jubilado por la Gran Vía