Se intensifican los controles de alcoholemia que la policía realiza estos días con motivo de las comidas o cenas de empresa. Nos besamos más que en todo el año. Nos abrazamos y nos deseamos mutuamente los mejores augurios para estos días. Por una parte, los encargados de nuestra seguridad vial nos dicen que con los controles de alcoholemia se pueden evitar muchos accidentes y, por tanto, muertes, y, por otra, los psicólogos y sociólogos opinan que con las muestras de afecto y cariño somos más tolerantes y empatizamos con nuestros semejantes. Y yo me pregunto: ¿por qué esto no se continúa durante todo el año con la misma intensidad?
Todavía no hemos llegado al ecuador de la Navidad y ya estoy cansado de tantos perfumes, de tantas comidas de empresa, de tantas despedidas, de tanto consumismo, de tantas bebidas, de tantos mensajes halagüeños, de tantos adornos, de tanta felicidad ficticia, de tanto mangante, de tantos chorizos, de tantos corruptos, de tantos juicios que no se resuelven, de tantos escándalos, de tanto advenedizo, y de tantos y tantos.
Por esto es por lo que me voy a ver a mi amigo Federico. Éste no me defrauda nunca. Siempre está ahí para darme el mejor de los consejos. Éste te abraza todos los días del año con el mismo cariño. Para él siempre está presente el espíritu navideño. Y, como no podía ser de otro modo, después de pasar a su lado un par de horas y tomarnos un café salgo más purificado que un santo.
Sin embargo, seguiré sin escribir esta columna hasta que no pasen todas las fiestas y la normalidad cotidiana vuelva a nuestras vidas, aunque esta cotidianidad no sea tan ilusionante como nos gustaría que fuera.
Desde esta columna que estrené este verano os deseo a todos (y caigo en el tópico) que, si podéis, paséis unos días felices, que os olvidéis, si podéis, de los problemas vuestros y de los ajenos. A los jóvenes, que disfruten de su juventud, que ésta no es como el Almendro, sólo se vive una vez. A las parejas, que vivan no sólo estos días, sino todos los días, con ilusión y amor y, si tienen hijos, que lo compartan con ellos. A las parejas ya maduras, que aunque muchas cosas nos han llegado demasiado tarde, todavía se puede ser feliz, aunque sea con los recuerdos.
A todos los supervivientes de la «Cosecha del 68», localizados y no localizados, vivir la Navidad como las vivimos aquellos últimos años de la década de 1960. Irrepetibles.
A los compañeros de los distintos trabajos en los que hemos coincidido, olvidar por unos días las penas y recordar nuestras cenas de empresa.
A César, que recuerde la noche que vivió con Ángeles, la contable de la segunda planta, después de una cena de empresa. Todavía pensamos que fue como la que pasó El Fary con Ava Gardner.
Que seáis todos buenos, y nos encontraremos, si nos dejan, cuando pasen todas las festividades.
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