DICE el cantante Emmanuel en una de sus canciones «… y se fue mi juventud sin saber qué era la vida…». Y eso mismo podemos decir nosotros de nuestra jubilación: se nos está marchando sin que sepamos qué es la jubilación. Sí eso es; esa vida que habíamos imaginado de tranquilidad, de felicidad, de bienestar, se nos está marchando a velocidad de crucero, tan deprisa que para cuando queramos saber lo que verdaderamente es la jubilación ya no estaremos para gaitas.
Desde que sales de la oficina de la Seguridad Social con todos tus papeles en regla que avalan tu nuevo estatus de jubilado comienza una cuenta atrás que ya no hay quién la detenga. Recuerdo que cuando salía por la puerta de esa oficina en la que acababan de tramitarme la documentación que acreditaba mi nuevo estatus en la sociedad sentí que por mi cuerpo corrían sensaciones de libertad, de tranquilidad, de felicidad, de emprendedor y hasta de juventud. Sí. Sobre todo de juventud. Porque creía que a partir de ese momento iba a realizar todas esas cosas que perdí en mi juventud y adolescencia dejando para cuando tuviera tiempo pero que, al igual que en la canción de Emmanuel, se fueron sin saber que se iban.
Y así perdí mis primeros cinco años de la jubilación, dejando pasar oportunidades de realizar cosas que me hubieran gustado realizar o privándome de esos pequeños o grandes caprichos, según quieran verse, que amparados en esa euforia que da alcanzar la jubilación se presentan ante ti de una forma tan fugaz y que ya no vuelven a pasar por tu puerta; unas veces, porque aún crees que te queda mucho tiempo para llevarlas a cabo y no les das la importancia que tienen, y otras, porque las circunstancias, ay las circunstancias, te lo impiden.
Y claro te presentas estrenando década, la de los setenta. Aquí comienza otra historia. Comienzas a tener los achaques más ostensibles y más continuados, aunque te
resistes a reconocerlo diciéndote que eres joven, entre otras cuestiones porque la sociedad se encarga de que te lo creas, unas veces por intereses económicos para la propia sociedad y otras por cuestiones económicas de empresas que te dan coba para que gastemos más y más; te dices que cada día estás mejor, pero no cuela. En el mejor de los casos tienes entre seis y ocho años, siendo generoso, para disfrutar de la jubilación y apurar esas cosas que aún tengas la suerte de poder estar realizando. Pero tú continúas diciéndote que estás hecho un chaval y que estás como el coñac Fundador: como nunca, y que tienes cuerda para rato.
En el mejor de los casos tienes entre seis y ocho años, siendo generoso, para disfrutar de la jubilación.
Mientras tanto las oportunidades de hacer algo, lo que sea, pero algo, continúan pasando. Los médicos comenzarán a prohibirte cosas que tal vez tú ya te habías prohibido mucho tiempo antes por aquello de llevar una vida saludable que es lo que nos meten en la cabeza desde todas las cadenas de televisión o radio: hay que hacer una vida saludable. Tu cuerpo empezará a manifestar ciertas carencias que te impedirán realizar ciertas actividades, eso si tú ya no habías renunciado a ellas para evitar unos riesgos que podrían acabar con tu salud. Tratarás de ahorrar más para poder pagar la residencia y que a nuestros pobres herederos les quede algún dinerito después de que nosotros ya no estemos. Te entrarán ganas de emprender cosas que hace tiempo tenías que haber comenzado. A buenas horas.
Dejemos ya de ahorrar y démosnos ese capricho que anhelamos; olvidemos las privaciones (que ya se encargarán los médicos de privarnos de los placeres terrenales) en aras de una salud mejor; disfrutemos de los placeres que la vida aún nos brinda, antes de que tengamos algún disgusto con la vida; no renunciemos a aquello que nos pueda hacer felices, porque ya aparecerá alguien que se encargue de que no seamos felices; vivamos no el día a día, sino el momento a momento, porque ya no podemos hacer planes a largo plazo; disfrutemos de todo y con todo, porque puede que no haya otra oportunidad de hacerlo. Y todo esto para evitar que la jubilación se marche sin que sepamos que se ha ido; ahora que todavía estamos a tiempo.