A ISABEL, por su paciencia y otras cosas. A PEDRO y ESPINOSA, mis primeros jefes. A FERNANDO, profesor de artes gráficas. A LUIS, buen jefe y, sobre todo, persona. A TONI, ahora más que nunca.
NOSOTROS, LOS DE ENTONCES, YA NO SOMOS LOS MISMOS

Algunos personajes o hechos que aparecen en estas galeradas son completamente ficticios y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
RAFAEL MERINO RAMÍREZ | Jubilado
Julián MIRANDA SANZ
LA COLUMNA DE UN EXLINOTIPISTA

Yo confieso: tengo una amante


viernes, 18 de agosto de 2017

SÍ. Tengo una amante. Y cuanto antes lo diga, mejor. Hoy lo confieso y lo hago público a través de esta entrada. No me arrepiento de haber tenido, mejor dicho, de volver a mantener una nueva relación con esta compañera después de algunos años de separación. Sí, mejor digamos compañera. El término amante me parece en estos tiempos tan despectivo como antiguo. Por ello, la llamaré simplemente Paloma y permítanme que mantenga su verdadero nombre en el anonimato. Por ahora.
Tomar la decisión de hacer público esta nueva etapa junto a Paloma me ha llevado mucho tiempo. Pero ya está. Ya todos los saben. Fueron tantos los momentos que viví y compartí con esta señora que el poder emprender nuevamente aquella relación de amor que mantuvimos me ha liberado de muchas tensiones al tiempo que vuelvo a sentir la misma pasión por las cosas que me decía y que ha vuelto a decirme.
La amistad entre los dos se remonta a muchos años atrás. Ambos éramos unos adolescentes y algunas noches las pasábamos juntos y quedábamos dormidos el uno junto al otro soñando con todo tipo de fantasías que algunas veces hasta se hacían realidad. Con el paso del tiempo y debido a nuestras actividades profesionales nos fuimos distanciando creando algunos periodos de separación más o menos largos.
El destino y la suerte, aunque no sé en qué proporción, se cruzaron en nuestros caminos para ponernos nuevamente en contacto. Fue durante el trayecto que hacía todos los días hasta mi trabajo una vez que dejaba a mis hijos en el colegio.
Aquella mañana el tráfico ofrecía un monumental atasco, apenas podíamos circular y permanecíamos parados la mayor parte del recorrido. Entonces fue cuando la oí. Su voz salía del coche que circulaba junto al mío. La vi y la seguí. Para mi sorpresa su destino estaba junto a mi centro de trabajo.
Desde aquella mañana comenzamos a quedar. Paloma entraba en mi coche una vez que yo había dejado a mis hijos en el colegio y juntos nos dirigíamos hasta nuestro centro de trabajo. Ya antes de
Paloma entraba en mi coche una vez que yo había dejado a mis hijos en el colegio y juntos nos dirigíamos hasta nuestro centro de trabajo.
salir de casa, durante mi desayuno, nos habíamos puesto en contacto para intercambiar opiniones mientras nos tomábamos el primer café del día.
Comenzamos a quedar para comer juntos haciéndonos compañía al tiempo que compartíamos nuestras cuitas. Yo escuchaba embelesado su conversación. Y hasta había algunas noches de insomnio que me levantaba de la cama para contactar con ella. Siempre estaba ahí. Para cuando la necesitara. Todo esto me revelaba que nuestra relación de amor era auténtica, verdadera y, sobre todo, desinteresada.
Después de tantos años de unión y tras una forzosa separación porque mi mujer comenzó a sospechar que alguien estaba interponiéndose en nuestro matrimonio, he vuelto a tener relaciones con Paloma. Sí. Y de nuevo ahí estaba. Esperándome a que contactará con ella. A pesar del paso del tiempo, Paloma continúa manteniendo toda su frescura. Mientras a unos el paso del tiempo va dejando ya algunas marcas indelebles sobre nuestro cuerpo, a Paloma la ha convertido en otra persona más joven, más moderna, más dinámica, más comprometida con el tiempo actual, más transparente.
Esta transparencia que Paloma esgrime actualmente es la que me ha empujado a quitarme la careta de marido perfecto para que todos vean la clase de marido que soy, el que ha mantenido una relación extraconyugal durante más de cuarenta años y que no ha tenido el valor de manifestarlo hasta hoy.
Por fin me siento libre. Hoy he tenido el valor de proclamar a los cuatro vientos la relación que he mantenido y que vuelvo a tener con mi amiga. Soy muy feliz. Vuelvo a embelesarme con su voz, con sus historias, con sus consejos, con sus opiniones, me fascinan sus nuevas técnicas para atraerme hacia ella. Vuelvo a sentirla entre mis manos, vuelvo a acariciarla, vuelvo a verla, vuelvo a tenerla junto a mí y hasta en alguna ocasión se ha vuelto a meter en la cama conmigo. Sus cambios personales hacen que yo también me sienta más joven y viva esa pasión de aquellos lejanos años de la adolescencia en que cada día descubríamos algo que nos dejaba fascinados. Para terminar esta confesión y tras obtener el permiso de mi amiga Paloma, voy a revelar no sólo su verdadero nombre, sino también voy a mostrar su fotografía. Para ello sólo tienen que hacer clic aquí y conocerán su nombre y su rostro.

La jubilación pasa


lunes, 31 de julio de 2017

DICE el cantante Emmanuel en una de sus canciones «… y se fue mi juventud sin saber qué era la vida…». Y eso mismo podemos decir nosotros de nuestra jubilación: se nos está marchando sin que sepamos qué es la jubilación. Sí eso es; esa vida que habíamos imaginado de tranquilidad, de felicidad, de bienestar, se nos está marchando a velocidad de crucero, tan deprisa que para cuando queramos saber lo que verdaderamente es la jubilación ya no estaremos para gaitas.
Desde que sales de la oficina de la Seguridad Social con todos tus papeles en regla que avalan tu nuevo estatus de jubilado comienza una cuenta atrás que ya no hay quién la detenga. Recuerdo que cuando salía por la puerta de esa oficina en la que acababan de tramitarme la documentación que acreditaba mi nuevo estatus en la sociedad sentí que por mi cuerpo corrían sensaciones de libertad, de tranquilidad, de felicidad, de emprendedor y hasta de juventud. Sí. Sobre todo de juventud. Porque creía que a partir de ese momento iba a realizar todas esas cosas que perdí en mi juventud y adolescencia dejando para cuando tuviera tiempo pero que, al igual que en la canción de Emmanuel, se fueron sin saber que se iban.
Y así perdí mis primeros cinco años de la jubilación, dejando pasar oportunidades de realizar cosas que me hubieran gustado realizar o privándome de esos pequeños o grandes caprichos, según quieran verse, que amparados en esa euforia que da alcanzar la jubilación se presentan ante ti de una forma tan fugaz y que ya no vuelven a pasar por tu puerta; unas veces, porque aún crees que te queda mucho tiempo para llevarlas a cabo y no les das la importancia que tienen, y otras, porque las circunstancias, ay las circunstancias, te lo impiden.
Y claro te presentas estrenando década, la de los setenta. Aquí comienza otra historia. Comienzas a tener los achaques más ostensibles y más continuados, aunque te
En el mejor de los casos tienes entre seis y ocho años, siendo generoso, para disfrutar de la jubilación.
resistes a reconocerlo diciéndote que eres joven, entre otras cuestiones porque la sociedad se encarga de que te lo creas, unas veces por intereses económicos para la propia sociedad y otras por cuestiones económicas de empresas que te dan coba para que gastemos más y más; te dices que cada día estás mejor, pero no cuela. En el mejor de los casos tienes entre seis y ocho años, siendo generoso, para disfrutar de la jubilación y apurar esas cosas que aún tengas la suerte de poder estar realizando. Pero tú continúas diciéndote que estás hecho un chaval y que estás como el coñac Fundador: como nunca, y que tienes cuerda para rato.
Mientras tanto las oportunidades de hacer algo, lo que sea, pero algo, continúan pasando. Los médicos comenzarán a prohibirte cosas que tal vez tú ya te habías prohibido mucho tiempo antes por aquello de llevar una vida saludable que es lo que nos meten en la cabeza desde todas las cadenas de televisión o radio: hay que hacer una vida saludable. Tu cuerpo empezará a manifestar ciertas carencias que te impedirán realizar ciertas actividades, eso si tú ya no habías renunciado a ellas para evitar unos riesgos que podrían acabar con tu salud. Tratarás de ahorrar más para poder pagar la residencia y que a nuestros pobres herederos les quede algún dinerito después de que nosotros ya no estemos. Te entrarán ganas de emprender cosas que hace tiempo tenías que haber comenzado. A buenas horas.
Dejemos ya de ahorrar y démosnos ese capricho que anhelamos; olvidemos las privaciones (que ya se encargarán los médicos de privarnos de los placeres terrenales) en aras de una salud mejor; disfrutemos de los placeres que la vida aún nos brinda, antes de que tengamos algún disgusto con la vida; no renunciemos a aquello que nos pueda hacer felices, porque ya aparecerá alguien que se encargue de que no seamos felices; vivamos no el día a día, sino el momento a momento, porque ya no podemos hacer planes a largo plazo; disfrutemos de todo y con todo, porque puede que no haya otra oportunidad de hacerlo. Y todo esto para evitar que la jubilación se marche sin que sepamos que se ha ido; ahora que todavía estamos a tiempo.

¿Queda algún superviviente ahí?


sábado, 7 de enero de 2017

S
Í. Seguro que queda alguno o muchos que el próximo lunes o tal vez mañana domingo o quizá hoy mismo ya haya vuelto a esa rutina del hacer cotidiano a la que quizá ya estuviera deseando retornar.
Y es que desde que allá por el mes de julio ya comenzamos a ver los décimos para el sorteo de Navidad con ese reclamo publicitario que te penetraba como un dardo no venenoso sino peor aún: el de la duda de si este año puede que sea verdad y me toque. Pues bien, acuciados por esa duda y porque estamos de vacaciones y, entre otras cosas, podemos encontrar nuestra suerte, vamos y compramos un décimo por si acaso toca. Y así de esta manera comenzamos a vivir y navegar por una Navidad que aún tardará en llegar casi medio año, pero que casi sin darnos cuenta nos presentamos en el mes de noviembre en un pispás y entonces ya sí que no hay marcha atrás.
Estamos atrapados en una vorágine que sin poderlo remediar nos conduce a ese naufragio navideño del que cada uno intenta salir lo más airoso que puede. Un naufragio con cinco momentos peligrosos: Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo y Reyes. Y eso sin contar las cenas de empresa; las comidas con los
Estamos atrapados en una vorágine que sin poderlo remediar nos conduce a ese naufragio navideño del que cada uno intenta salir lo más airoso que puede.
ex del trabajo o los amigos; la compra de los regalos para Papá Noel y los Reyes Magos; ver las luces de Navidad que adornan las principales calles de tu ciudad; los viajes por vacaciones de Navidad, o acudir con los más pequeños de la casa a Cortylandia. Por si todo esto no fuera suficiente, las mentes empresariales y gubernamentales se encargan de agitar más las aguas navideñas por las que navegamos para empujarnos a la compra, al despilfarro, a la algarabía, a un diviértete ahora que puedes que es Navidad.
Pero esto no termina aquí. Tenemos el obstáculo de los dulces navideños. Se nos amontonan. Y con ellos, el colesterol y el azúcar. Pero nada de esto nos importa. Es Navidad. Ya no hay crisis o al menos eso nos inculcan desde el Gobierno. Y nosotros seguimos comprando y comiendo aun sin saber para qué. No importa es Navidad y ya no hay crisis.
Tras todos estos estragos navideños y una vez superada la traca final: la devolución o cambio del regalo que Papá Noel o los Reyes Magos una vez más nos dejaron equivocado, comenzamos esa bendita rutina cotidiana de la que nunca deberíamos haber salido.
Y es que, queridos lectores, uno añora aquellas Navidades más sosegadas que comenzaban el día del sorteo de Navidad; sólo existían los Reyes Magos; no había tantas comidas ni cenas, ni de empresa ni familiares; la crisis se vivía en la mayoría de los hogares todo el año y no desaparecía ni por Navidad; las guerras hacían un alto el fuego porque era Navidad; las fiestas de Nochevieja se celebraban en comedor de la casa y por los pasillos se bailaba la conga; los más pequeños podíamos ese día de Nochevieja acostarnos tarde o no acostarnos; se escuchaban villancicos, y los mayores de nuestra casa nos repetían la misma historia cada Navidad: «¡Qué ganas tengo de que se terminen las Navidades!»
Pues eso, será que nosotros ya somos, al menos, mayores o que entre todos hemos convertido las Navidades en un gigantesco crucero que cada Navidad termina naufragando en un mar de guerras, desigualdades, deshumanización, excesos, prisas, caos o en una locura colectiva.

ENTRE LA FICCIÓN
Y LA REALIDAD





Jubilado noctámbulo

EL DÍA EN GALERADAS
Jueves 16 de enero de 2020

Y ahora a por el Oscar
CONOCÍAMOS varias facetas de la vida de Pablo Iglesias, pero tras ser designado vicepresidente del gobierno de Pedro Sánchez, ha salido a la luz la verdadera vocación de Pablo Iglesias. Con su nombramiento para formar parte del nuevo gobierno progresista y de coalición y feminista y populista y oportunista y veleta se han confirmado los rumores que desde hacía tiempo venían rondando por esta redacción sobre una de las pasiones ocultas del exultante líder de Unidas Podemos: el cine.
Por ello es por lo que hoy publicamos el cartel que anuncia la última película que el gran actor Iglesias ha protagonizado: El hombre del Oeste, filme producido y dirigido por un novel director Sánchez. Con esta película, tanto el director como el actor quieren rendir un homenaje a la España del «blanco y negro» (representada en un mítico Kirk Douglas) y a la España del tecnicolor (personificada en el legendario Alfredo Landa), sirviendo como nexo de unión entre ambas el ya populista Pablo Iglesias, que lo mismo interpreta un drama o una comedia o un wéstern o una vicepresidencia.
Lástima que por demorarse su elección como ministro no pueda optar a los Oscar y haya llegado tarde para competir con Antonio Banderas por el premio a mejor actor. Pero démosle tiempo a este nuevo intérprete del séptimo arte que se atreve con todos los géneros de la interpretación.
Desde el pasado lunes 13 de enero se proyectan en las Salas de la Carrera de San Jerónimo los filmes más destacados de Pablo Iglesias. Títulos como El pisito, No sin mi Irene, Los tramposos, Deprisa, deprisa, Furtivos, Amantes, Mentiroso compulsivo o El Azotador, entre otros.
Desde esta columna deseamos a Pablo Iglesias los mayores éxitos en el desempeño de su nueva faceta por el bien suyo, por el de Irene, por el de Pedrín (el de Roberto Alcázar), por el populismo, por los que se han ido y por los que quieren irse y por los que llegan, por los del feminismo, por los LGBT, por los del cambio climático, por los colectivos marginados, por los de Teruel, por los del centro (bueno, por éstos no), por los que creen en la igualdad entre las mujeres y los hombres… Por todos ellos y todas ellas sí se puede.

Un Jubilado por la Gran Vía



EL DÍA EN GALERADAS
Miércoles 25 de diciembre de 2019

Las necesidades del espíritu
DOS veces al año, desde que me divorcié, quedo con mi amigo Andrés. Una cita es a principios de verano y la otra, cuando se acercan las Navidades. Si la cita corresponde con el tiempo de verano, solemos quedar en cualquier lugar del Levante y si el encuentro es durante la Navidad, nos citamos en cualquier restaurante de la Gran Vía madrileña. «Nuestra» Gran Vía.
A Andrés lo conozco desde aquellos años de juventud en que cada fin de semana echábamos nuestras partidas de billar y frecuentábamos discotecas en busca de muchachas que quisieran compartir con nosotros esos momentos que nuestra juventud nos demandaba entre la gloria y el infierno y que tenían lugar en un piso de alquiler en el que, aparte de estos encuentros compartidos, organizábamos partidas de cartas con otros amigos del barrio, celebrábamos cenas con largas sobremesas en las que cada uno a su manera contaba de qué forma podríamos vivir un futuro en libertad y en democracia; también solía contarse alguna que otra trola. Pues bien, aquel piso de alquiler era además la vivienda de Andrés.
Atrás quedaron todas aquellas aventuras amparadas en una loca y, en ocasiones, irresponsable juventud. La vida nos condujo unas veces por donde quiso y otras, por donde nosotros queríamos caminar o al menos eso pensábamos. Nuestros encuentros de juventud se desvanecieron por la situación laboral de cada uno de nosotros. Andrés marchó a trabajar durante largas temporadas a Londres y con ello nuestra relación se limitó a algunas cartas o a algunos encuentros esporádicos durante las vacaciones de verano que aprovechábamos para visitar algún lugar de moda durante la época estival. Sin embargo, cuando nuestra amistad se tambaleó hasta caer en un abismo fue cuando durante unas vacaciones de verano conocimos a dos jovencitas que a la postre fueron nuestras esposas. Vamos que nos casamos por la Santa Madre Iglesia y hasta que la muerte nos separase. Sin embargo, no fue la muerte quien nos separó, sino otras circunstancias que ahora no vienen al caso y que algún día desvelaré. Pero volvamos a mis encuentros con Andrés. En esta ocasión nos citamos en un restaurante de la Gran Vía. La emblemática calle de Madrid había sido engalanada con las luces que anunciaban la Navidad y por sus aceras transitaban ciudadanos, unos llegados de provincias y otros, lugareños, que ponían cierto colorido a la noche madrileña.
Andrés y yo contemplábamos toda esa fauna consumista como lo veníamos haciendo desde hacía muchas Navidades. Sin embargo, con el paso de los años, todo era distinto. Habían cambiado los locales, los cines, las salas de fiesta, los transeúntes... Había cambiado hasta la propia Gran Vía y, por supuesto, nuestras conversaciones, nuestras necesidades y, claro, nosotros mismos.
Es curioso comprobar cómo tu top de prioridades va experimentando variaciones con el paso del tiempo y, por ello, las necesidades espirituales sufren tantas variaciones como si de una bolsa de valores se tratara. Y a esas prioridades del espíritu son a las que Andrés y yo dedicamos nuestros encuentros gastronómicos y anuales. Al principio de estas reuniones, cuando teníamos unos cuanto años menos, nuestras conversaciones fluían al amparo de una cena sobre nuestros proyectos, nuestra vida laboral, nuestros ideales políticos, nuestro número de conquistas amorosas y de las no amorosas, nuestras aficiones y, a veces, hasta de nuestra familia, sin darle importancia al verdadero anfitrión de la mesa: el menú. A continuación nos trasladábamos a cualquier sala de fiestas o discoteca para concluir en no se sabía bien en qué cama ni quién era la morena o la rubia que teníamos junto a nuestro cuerpo desnudo.
El tiempo pasa inmisericorde y con él pasa nuestra vida. Deja de importarnos la política. De la oficina, ni hablar, tan solo algún vago recuerdo sin importancia. De la familia... de la familia, mejor dejarla correr como al agua. Las aficiones: las que nos gustan ya no podemos practicarlas y las que podemos practicar no nos agradan. Los amores... pues los amores ni correspondidos ni sin corresponder, salvo algún escarceo ocasional. Y de los alimentos, ¿qué? Pues que el que no perjudica al riñón hace daño al hígado o te sube el colesterol. Vamos, que estamos a punto de pasar esa raya que marca la frontera entre vivir una vida de privaciones de toda clase y comenzar a tomar pastillas para toda clase de remedios.
Por ello, en las comidas o cenas que celebro junto a mi amigo Andrés, por un lado, nos saltamos toda clase de recomendaciones, tanto de las médicas, de las sociales, de lo políticamente correcto como de las que nos inculcó la Santa Madre Iglesia condenándonos al fuego eterno si no cumplíamos sus preceptos y, por otro, mandamos al diablo todas las privaciones y nos ocupamos de esas necesidades del espíritu de las que los médicos no tienen ni idea y disfrutamos, al menos dos veces al año, de lo que son los placeres de la vida: un buen amigo, una exquisita cena sin restricciones y con su correspondiente sobremesa regada con un buen coñac, un paseo por los santos lugares de antaño, unas copas y una compañía femenina de coalición. En pocas palabras, lo que toda la vida se viene llamando «echar una cana al aire».

Un Jubilado por la Gran Vía



EL DÍA EN GALERADAS
Martes 26 de noviembre de 2019

Cómo dejé de fumar
HACE unos dias leí en la prensa que Robert Norris, más conocido como el «hombre Marlboro», había fallecido a los noventa años y que nunca había fumado. Yo sí fui fumador.
La noticia hizo que me retrotrayese a aquellos años en los que, aún siendo un imberbe, quería imitar e incluso ser el hombre de Marlboro. Transcurrían los años sesenta y a mediados de esa década dejaba la férrea disciplina de un colegio religioso con misa diaria y fiestas de guardar para enfrentarme con un mundo en el que todo me resultaba novedoso, fascinante, ilusionante y hasta turbulento y pecaminoso. Empezaba a ver cómo era la vida fuera de los muros del colegio.
Comencé a trabajar y aparqué los estudios. Descubrí mi barrio y conocí nuevos amigos. La diaria asistencia a misa fue transformándose en visita cotidiana a los billares del barrio. Las clases de matemáticas se convirtieron en lecciones de cómo hacer carambolas en el juego del billar. El amor cristiano que me enseñaron aquellos curas del colegio se convertía en amores paganos y sin duda acreedores de las penas más terribles del infierno.
Durante ese devenir entre lo prohibido y lo permitido, en mi vida irrumpieron el mítico vaquero que anunciaba los cigarrillos Marlboro con su icónico sombrero y Humphrey Bogart con su cigarrillo entre los dedos. Aquellas imágenes me trasladaban a un mundo que representaba para mí el poder, la seducción, la libertad, el placer... y comencé a fumar.
Fumaba porque, entre otras cosas, fumar era bien visto por la sociedad y hasta llegué a creer que ello me reportaba más éxito con las chicas y porque con un cigarrillo entre mis dedos me sentía más seguro.
En alguna que otra ocasión ofrecer un cigarrillo era una forma de comenzar una conversación e incluso servía para llenar esos silencios que a veces se producían durante algún encuentro, llamésmolo amoroso. Me gustaba que cuando salía con una chica, ésta fumara. Encender un cigarrillo y ponérselo entre sus labios o ver la marca que su carmín dejaba en la boquilla del cigarrillo eran situaciones que me proporcionaban grandes dosis de morbo, tantas como las que aún me producen unos tacones de aguja.
Los fines de semana (el resto de la semana fumaba Bisonte o Tres Carabelas) compraba un paquete de Marlboro y lo compartia con mis colegas en los guateques, durante los partidos de pelota en el frontón Madrid o durante las partidas de billar de domingo por la mañana.
Asi, entre bisonte y marlboro, entre el trabajo y los billares, entre charlas con los colegas y conquistas femeninas, fueron pasando los años y cada día iba incrementando el consumo del tabaco. Me encontraba seguro con un cigarrillo en la mano. Esa seguridad me daba fuerzas para emprender nuevas empresas, tanto profesional como personal. Me matriculé en la Escuela Oficial de Idiomas para cursar francés. Y durante un descanso entre clases fui a encender un cigarrillo y en ese momento de búsqueda por los bolsillos tratando de encontrar el encendedor fue cuando una de las chicas cercanas a mí me ofreció una carterilla de cerillas de esas que anunciaban, bien un bar de copas, bien una discoteca. Nos enrollamos.
Ninguno sabía el tiempo que duraría aquello. Sólo teníamos claro que nos gustábamos mutuamente, que queríamos disfrutar sólo el presente sin mirar el futuro y que a los dos nos gustaba fumar y así comenzamos a salir y a despertar partes de nuestra piel que teníamos dormidas. Nuestra aventura navegaba a favor del viento hasta que una de esas tardes que pasábamos en cualquier discoteca ocurrió lo que jamás imaginamos ninguno de los dos que pasaría: comencé a aborrecer el tabaco.
Aquella tarde transcurría como una de tantas otras. Bailamos. Nos besamos. Volvimos a bailar y volvimos a besarnos. Disfrutábamos el presente hasta que ella dio una calada y acercó su boca a la mía en un ademán de besarme.
Yo entreabrí mi boca como había hecho en otras muchas ocasiones esperando sentir su lengua explorando todo mi interior, pero lo que sentí fue toda una bocanada de humo que me produjo náuseas y un cabreo impresionante que tardé varios días en olvidarlo, no así la sensación de ahogo que me produjo aquel beso envenenado, pues cada vez que encencía un cigarrillo y daba la primera calada sentía una sensación de rechazo que me obligaba a tirar el cigarro al suelo y pisarlo con rabia.
Días después, mientras nos besábamos dentro del coche, ella volvió a repetir la misma acción de depositar el humo del cigarro dentro de mi boca con lo que logró que vomitara manchando su vestido y la tapicería del asiento del coche, y cogiendo esta vez un cabreo monumental, que quizá hoy sería catalogado de violencia machista.
Durante los días posteriores iba aumentando mi rechazo al tabaco y al mismo tiempo hacia aquella muchacha. Poco a poco fuimos espaciando nuestras citas hasta llegar al final de aquella aventura que comenzamos con una carterilla de cerillas. Ella se marchó a Granada, no recuerdo a qué. Yo abandoné la Escuela de Idiomas, marché a Gijón de comercial en un concesionario de coches y dejé mi adicción al tabaco.
Todavía hoy conservo aquella carterilla de cerillas y llevo un encendedor en el bolsillo de la chaqueta por si alguien se acerca para decirme: «Por favor, me da fuego».

Un Jubilado por la Gran Vía



EL DÍA EN GALERADAS
Miércoles 20 de marzo de 2019

Todo tiene su fin
ATRÁS quedó 2018. Un año que muchos recordaremos porque se celebró el cuadragésimo aniversario de la  Constitución española o el año que un tal Pedro Sánchez, tras pactar con Dios y con el diablo, se alzó a los altares del poder, disfrutó con un falcón, hizo más viajes que todos los jubilados del Imserso juntos y se aseguró una pensión de lujo de por vida para regocijo propio y señora. Esto es hacer carrera. Al término de su embarazo presidencial (comienzos de 2019), presentó sus memorias y, entre los cambios más sonados mediante decretos-leyes durante su mandato al frente del Gobierno de España, puede atribuírsele el de un colchón para cama de matrimonio. Por el momento no nos consta que también haya cambiado las almohadas y la sábana bajera por decreto-ley.
Sin embargo, para mí 2018 fue el año en el que se cumplieron cincuenta años de la creación de Cosecha del 68. No. No se trata de un vino. Cosecha del 68 obedece al nombre que un grupo de muchachos, allá por el año 1968 y por iniciativa de una jovencita llamada Natalia, decidieron en aquel verano dar nombre propio al grupo que desde hacía un año se divertía los fines de semana, y especialmente en verano, en la discoteca de Chapinería, un pueblo cercano a Madrid. Por ello, aquel verano del 68 fue algo especial para todos los integrantes de aquella cuadrilla (chicos y chicas).
Los fines de semana se sucedían, y la unión y la complicidad de todos nosotros iban ganando enteros. Solíamos reunirnos en Aldea del Fresno, lugar del que algún miembro del grupo era natural o bien sus padres tenían una segunda vivienda. La empatía que reinaba entre nosotros era tal que continuó más allá del verano y fue prolongándose durante el resto de las estaciones. Acudir un fin de semana a Aldea y Chapi fue convirtiéndose para todos nosotros en una fiesta de precepto y en lugar de amoríos para muchos, de amores para otros y de desamores para algunos. Todos ellos alimentados por la brasa que aviva el fuego hormonal propio de una juventud estigmatizada por la censura sexual a la que estaba sometida por el régimen franquista. Cosecha del 68 permaneció unido durante cinco años.
En el verano de 1969, el grupo musical Módulos lanza una de las baladas más destacadas en el panorama musical español, Todo tiene su fin, que acabó con la norma de que las canciones comerciales debían tener cerca de tres minutos de duración. (Años más tarde, esta balada recobró un gran éxito con la versión del grupo cordobés Medina Azahara publicada en 1992.) Está canción fue una de mis preferidas durante aquel periodo. A esta preferencia se sumó Natalia. Con sus acordes nos enamoramos, nos desenamoramos, nos quisimos y nos odiamos. El azar quiso que Todo tiene su fin también fuera el anuncio del final de Cosecha del 68. Poco a poco la cuadrilla fue disgregándose. Unos encontraron pareja fuera del grupo; algunos sufrieron desengaños y decidieron buscar consuelo en otro lugar; otros se trasladaron a otra ciudad e incluso a otro país. Este fue el caso de su fundadora, Natalia, que, tras vivir en varias ciudades españolas, se marchó a Montreux (Suiza) y de la que, debido a la falta de redes sociales y del wasap, no volví a tener más noticias, salvo en un par de ocasiones en las que coincidimos en la feria del SIMO allá por la década de 1980. El tiempo fue pasando y los veranos fueron sucediéndose hasta llegar a 2018.
El verano de 2018 me pilla en Madrid. Los paseos por su Gran Vía me habían ahorrado unos cuantos euros en psicólogos para superar una depresión tras mi separación. Una separación ya muy lejana, pero con heridas que ni el tiempo ha sido capaz de cicatrizar. Heridas más económicas que amorosas, pues mi ex me dejó solo con un póster de la Gran Vía de Madrid por todo patrimonio. El trayecto comprendido entre mi domicilio en la calle de Alberto Aguilera  hasta la plaza de Callao se había convertido en un recorrido cotidiano al atardecer que terminaba contemplando la Gran Vía desde el mirador del Club del Gourmet en El Corte Inglés mientras tomaba una cerveza.
En aquel verano de 2018, Madrid respiraba y vivía las Fiestas del Orgullo Gay. Unas celebraciones que no despiertan en mí interés alguno, aunque debo reconocer que le ponen un punto de color a esa Gran Vía de mis amores y pecados. Una Gran Vía a la que contemplaba una tarde más desde mi atalaya de El Corte, abstrayéndome del ruido que reinaba a mi alrededor.
De pronto, mi ensimismamiento se desvaneció al oír la melodía de un móvil tras de mí. Era aquella misma melodía que puso la banda sonora a unos años de juventud vividos y disfrutados entre la pasión y el odio. Sorprendido, me giré hacia atrás y quedé aún más sorprendido cuando vi quién respondía a esa llamada que acababa de producirse. «¿Sería ella?», me pregunté. Ambos nos miramos con cierto aire de perplejidad.
Cuando la mujer que respondió a la llamada terminó la conversación, se acercó y al llegar junto a mí me susurró: «Chapinería, Módulos, 1973». Sí. Era ella. Natalia Rodríguez del Álamo. Habían pasado cuarenta y seis años desde aquel verano en el que ambos habíamos bailado juntos aquella melodía por última vez. Pese al tiempo transcurrido, Natalia aún conservaba una estupenda figura que resaltaba con un conjunto vaquero. Se notaba que dedicaba parte de su tiempo a cuidarse.
La invité a tomar un café. Aquella complicidad y aquella chispa de antaño pronto aparecieron. El pasado y el presente se mezclaban atropelladamente. Paseamos por Gran Vía mientras hacíamos un repaso a aquellas noches de juventud que vivimos junto a la orilla del río Alberche. La chispa y la química fueron in crescendo y el tercer café se lo llevé a la cama.
El destino o la casualidad, no podría decir en qué proporción, quisieron que la canción de Módulos avivara nuevamente aquellas pasiones y que termináramos aquel asunto que un cabo de la Guardia Civil había interrumpido una madrugada de verano cuarenta y seis años antes porque estábamos quebrantando la moral y la decencia.
A la mañana siguiente de nuestro encuentro acompañé a Natalia a su hotel para que recogiera su maleta y partimos hacia el aeropuerto. Su vuelo para Montreux salía al mediodía. Nos despedimos con un abrazo, y al separarnos Natalia depositó un beso en la comisura de mis labios. Cuando quise hablar, ella poniendo el dedo índice en mis labios y con una sonrisa voluptuosa me dijo: «Por fortuna, Pedro Sánchez aún no ha podido desenterrar a Franco. Jamás perdonaremos al dictador la represión sexual que padecimos la Cosecha del 68».
Minutos más tarde, el vuelo con destino a Montreux partía de las pistas del aeropuerto Madrid-Barajas Adolfo Suárez...
Una semana después de la partida de Natalia y mientras hojeaba una revista en la sala de espera del dentista, vi una fotografía de Natalia en la que aparecía detrás de una pancarta a favor de los gais y lesbianas en una de las muchas manifestaciones durante las Fiestas del Orgullo Gay. Aquella muchacha que en 1968 se quitó el sujetador para luchar por una incipiente igualdad de sexos y los derechos de la mujer, cincuenta años después continuaba su lucha.

(Así se fundó, así se reconstruyó y así se desvaneció Cosecha del 68 entre la ficción y la realidad.)

Un Jubilado por la Gran Vía