TENER hijos siempre ha sido algo tan natural como la propia vida. La mujer se quedaba embarazada, continuaba trabajando, bien en casa o fuera del hogar, hasta pocos días antes de llegar el alumbramiento del hijo que estaban esperando durante las correspondientes semanas de gestación; daban a luz, y a continuar con sus tareas domésticas o laborales o ambas al mismo tiempo. Y lo mejor de toda esta naturalidad es que después del parto continuaban tan guapas y lozanas y sin acudir a un gimnasio para recuperar la figura y poner a cada cosa y músculos en su sitio.
Sin embargo, todo cambia y últimamente a una velocidad que
da vértigo. Creo que el precursor de que la mujer embarazada comenzara a tomar
más protagonismo en la sociedad fue una vez más, como en tantas otras, El Corte
Inglés al que posteriormente se han sumado el resto de los grandes, medianos y
pequeños comercios. Estos grandes almacenes fueron dando «descanso» a sus
empleadas encinta para que pudieran llevar un embarazo más acorde con los
tiempos feministas del momento y, poco a poco, dejamos de ver a aquellas
muchachas con sus pichis o vestidos de premamá que lo mismo nos vendían un
frigorífico, o una corbata, o una figura de Lladró, y todo con la mejor de las
sonrisas.
Y como en estos casos ocurre, a esta nueva norma de El
Corte Inglés de velar por la salud, el bienestar y poder conciliar la vida
laboral, familiar y personal de la embarazada, el cónyuge, la pareja y el
futuro niño, se apuntan las futuras mamás que quieren reivindicar sus derechos
de embarazadas y otras empresas con un poder mediático tan fuerte como el de
los grandes almacenes. Sin embargo, llegados a este punto, debemos hacer
ciertos matices a estas conciliaciones de vidas familiares y laborales.
Mientras las dependientas de estos almacenes causan baja en su puesto de
trabajo, porque los sindicatos y los comités de salud recomiendan que causen
baja hasta que den a luz, ciertas periodistas o presentadoras de televisión no
sólo continúan su actividad diaria de salir en la pantalla de nuestros
televisores mostrándonos cómo su «tripita» va in crescendo, sino que nos hacen partícipe de toda su gestación con
ecografías incluidas hasta el momento de dar a luz como si esto fuera la mayor
novedad periodística de la televisión mundial.
Este presumir de «tripita» que las nuevas abanderadas del
feminismo con Anne Igartiburu, Pilar Rubio o Samanta Villar a la cabeza sacan a
relucir en la televisión pensamos que se debe a aspectos de protagonismos
egocéntricos en unos casos y a cuestiones económicas en otros más que a
reivindicar el papel de la mujer trabajadora. Y como todo lo que se ve en las
pantallas de la televisión se pone de moda, tenemos que cada día más y con la
llegada del buen tiempo vemos cómo mujeres embarazadas lucen su «tripita» al
natural por los parques mientras hacen ejercicio o como visten prendas que por
muy adaptadas a su estado de buena esperanza no son las más apropiadas para la
ocasión premamá.
Por otra parte, las Anne Igartiburu, las Pilar Rubio, las
Samanta Villar, las actuales embarazadas, los directivos de las empresas que
retiran a las embarazadas de los puestos visibles a público, o los grupos
feministas con sus campañas de apoyo a la mujer, a la pareja y, por supuesto,
al bebé, deberían saber que aquellas mujeres que se alimentaron con pelargón, que
conciliaron vida familiar con padres, suegros, hijos, maridos, casa, trabajo,
que no fueron al gimnasio ni antes ni después del parto, que apenas tuvieron
infancia ni adolescencia, que no tenían ni sábados, ni domingos, ni fiestas de
guardar, que renunciaron a las discotecas y las salidas nocturnas, que no
tenían redes sociales ni grupos feministas, y que si había que quedarse en el
trabajo para realizar un balance o preparar unas rebajas hasta las tantas de la
madrugada ahí estaban con su «tripita», sus pichis y su sonrisa, fueron capaces
de alumbrar, sin gimnasio ni pamplinas, hijos altos, guapos, hermosos, sanos, rubios, morenos, pelirrojos
en estas «penosas» circunstancias,y es que éstas son de las primeras.