A ISABEL, por su paciencia y otras cosas. A PEDRO y ESPINOSA, mis primeros jefes. A FERNANDO, profesor de artes gráficas. A LUIS, buen jefe y, sobre todo, persona. A TONI, ahora más que nunca.
NOSOTROS, LOS DE ENTONCES, YA NO SOMOS LOS MISMOS

Algunos personajes o hechos que aparecen en estas galeradas son completamente ficticios y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
RAFAEL MERINO RAMÍREZ | Jubilado
Julián MIRANDA SANZ
LA COLUMNA DE UN EXLINOTIPISTA

Siempre los mismos


viernes, 19 de febrero de 2016


UNA vez que Rita Barberá está puesta a buen recaudo con el seguro que le proporciona su aforamiento para evitar que la molesten jueces impertinentes. Una vez que Mariano Rajoy se ha instalado tras el parapeto que le ofrece una bandada de gaviotas a la espera de que sus adversarios políticos se despedacen entre sí y poder saltar sobre ellos para asestarles el golpe definitivo que no ha podido darles en las urnas y así continuar otra legislatura más contando milongas a los ciudadanos. Una vez que Pablo Iglesias nos ha dejado cristalino el cambio que pretende para España y la distribución de sus atribuciones en el nuevo Gobierno. Una vez que Pedro Sánchez no se aclara con lo de los pactos, ni con las decisiones que debe tomar, ni a quién debe consultar para expulsar a Rajoy de la Moncloa y auparse a ese sillón presidencial que desea hasta en los más recónditos de sus sueños, tanto en los que vive despierto como dormido. Una vez que Esperanza Aguirre ha puesto tierra de por medio (eso sí, con años de retraso) entre su supuesta honorabilidad y el ranero donde se instalan las personas que la han defraudado, que, por cierto, no son solo dos, basta mirar las hemerotecas para ver que han sido más de dos, y más de cuatro, y más de seis. Una vez que ciertos partidos ya han asustado lo suficiente a los ciudadanos con lo que les espera si otros ciertos partidos llegan al poder. Una vez que ya nos han hecho creer que lo que nos espera con los partidos emergentes es una hecatombe descomunal. Una vez que los ciudadanos nos enteramos del penúltimo caso de corrupción. Una vez que se han puesto en marcha todos los juicios que dormían el sueño de los justos. Una vez que Izquierda Unida tiene al alcance la realización de esos sueños inalcanzables hace unos meses. Una vez que Pablo se pone tan angustiado porque Pedro no le contesta a su invitación de pasear por la Moncloa y el parque del Oeste como dos amartelados. Una vez que…
Sí. Una vez que van pasando todas estas cosas, los ciudadanos nos preguntamos ¿y nosotros qué pintamos en todo este desbarajuste orquestal que se está dando en el patio político? Sinceramente. Creemos que, como diría un castizo, los políticos están choteándose de nosotros. Se ve tan claramente las ganas que tienen de ocupar esos puestos tan privilegiados que están solo al alcance de unos pocos y a los que antaño aspiraban personas con firmes ideales y que hoy basta con tener un bonito discurso y mejores promesas para presentarse al casting de las elecciones y salir presidente del Gobierno. También pensamos que ninguno de los que hoy pujan por ser presidente sean capaces por sí solos de organizar ni dirigir nada; unos, por decadentes, y otros, por emergentes, todos ofrecen vicepresidencias al oponente para que les dé un apoyo que no fueron capaces de conseguir en las urnas. Por todo ello estamos convencidos de que será necesario que los ciudadanos volvamos a las urnas y con nuestros votos poner las cosas más claras para que por fin tengamos un Gobierno.
Y es que a la postre los trabajadores, los pensionistas, las amas de casa, los estudiantes, los desempleados, los autónomos, los que tenemos vergüenza, pundonor y lo que hay que tener, como diría la Susana a su Julián en el conocido dúo de La verbena de la Palama, somos, en definitiva, los mismos quienes sacamos adelante esta España con cambio o sin cambio.

EN GALERADAS


El Gobierno de los Picapiedra


martes, 9 de febrero de 2016

EN la pasada edición de los premios Goya, Pablo Iglesias nos dejó clara su voluntad y la de su formación política con el cambio de imagen que nos ofreció por acercarse al Partido Socialista Obrero Español, por algo se empieza.
Pero no es solo la acción de desempolvar el esmoquin, sino que en Podemos a estas alturas de los pactos por alcanzar un buen puesto en el Gobierno ya todo les parece bien; es más, hasta estarían dispuesto a aceptar a Albert Rivera como acompañante de legislatura. Otro que estaría dispuesto a ceder a esta compañía de Ciudadanos es Alberto Garzón, ya que de poder estar cerca del Gobierno a casi desaparecer por voluntad de los ciudadanos en las urnas hay un gran camino. A este coro acompañante de Pedro Sánchez podrían unirse los catalanes y hasta los vascos. Y para que todo esto ocurra, Pedro Sánchez les ofrece un programa de «sírvase usted mismo».
Sin embargo, como la felicidad nunca es completa, ahora comienza a aparecer Mariano Rajoy, como si del mismísimo Azrael se tratara, tocando las campanillas y reclamando un puesto de esos 4.000 que están en juego con el cambio que anuncian los progresistas-reformistas.
Las impresiones que nos dejan todos los líderes de estos partidos que están interesados en formar un Gobierno reformista y progresista es que, amparándose en el interés general de los ciudadanos, faltaría más, lo que verdaderamente manifiestan es su interés general por alcanzar uno de esos puestos de privilegio que solo gozan los que consiguen un asiento en la presidencia y sus alrededores.
Por otra parte, nos tememos que Pedro Sánchez haga bueno a su colega de partido Zapatero. Aquel que hizo del Gobierno de España un Gobierno de Mr. Bean, por su parecido y por sus ocurrencias. En esta ocasión Pedro Sánchez en colaboración con Pablo Iglesias puede hacer un Gobierno de Los Picapiedra, por sus nombres, Pedro y Pablo, y porque los ciudadanos tendremos que aguantar las ideas de Pedro y la complicidad obligatoria de Pablo. Esperemos por el bien del interés general que en esta ocasión a este dúo no les pase como a su homónimo de la famosa serie y las empresas que emprendan les salgan mejor.


EN GALERADAS


¿Iremos a los penaltis?


martes, 2 de febrero de 2016


N O sabemos si será bueno o malo para España que no se forme un Gobierno que comience a ordenar todo este galimatías que se ha formado tras las elecciones del 20 de diciembre, pero de lo que sí estamos convencidos es de que como tengamos que acudir de nuevo a las urnas para unas nuevas votaciones nos vamos a enterar de muchas más cosas de las que sabemos hasta ahora en cuanto a todos los trapos sucios de los partidos.
Ninguno de los dos clásicos (PP y PSOE) pueden echarse en cara absolutamente nada en cuanto a casos de corrupción, aunque siempre el último episodio es el que más ruido deja, léase «operación Taula». Sin embargo, ¿por qué hemos de esperar a situaciones como las que estamos viviendo durante estos días en los que ningún líder es capaz de formar un gobierno para que los ciudadanos nos enteremos de que todavía quedan muchos políticos corruptos y muchos casos por destapar? Nosotros, los ciudadanos, suponemos que todos estos turbios manejos alrededor de la política tienen que ser sabidos por ministros, por presidentes de partido, por secretarios generales de partido, por alcaldes, por diputados, por directores de periódicos, por periodistas y demás personajes metidos en política desde hace mucho tiempo, pero que guardan en un cajón hasta que la situación sea propicia, según qué bando, para que salgan a la luz y que todo el mundo se entere. Si de verdad los políticos pensaran en los ciudadanos, como nos dicen, todos estos asuntos de corruptelas verían la luz en su momento y no en el momento que a determinado partido le interesa que salgan.
La cuestión es que vemos muy difícil que tras esta segunda ronda de conversaciones que el Rey ha mantenido con los líderes de los partidos con representación parlamentaria pueda alcanzarse un pacto entre los partidos del que salga el nuevo Gobierno. Ningún líder quiere hacer concesiones en sus planteamientos y así es imposible que se pueda formar gobierno alguno; por ello, nos planteamos la duda sobre qué es lo que hubiera pasado si estos líderes políticos hubieran tenido que hacer la primera transición; sinceramente pensamos que todavía estaríamos pensando si era bueno o no para la democracia legalizar el Partido Comunista, por poner un ejemplo.
A pesar de los deseos de Rajoy por mantenerse en el poder, de las ganas a ojos vistas de Pedro Sánchez por ser presidente del Gobierno, del empeño de Pablo Iglesias por ser el vicepresidente de un Ejecutivo liderado por Pedro Sánchez y de un Albert Rivera que no sabemos muy bien dónde se quedará, pues bien, a pesar de todo, no vemos a ninguno con la capacidad total para dirigir a esta España del cambio.
Por ello, no nos extrañaría que la presidencia del Gobierno y demás cargos se decidieran en un tercer partido con nuevas votaciones y más si tenemos en cuenta esta moda que estos políticos del cambio, progresistas y emergentes se han sacado de la chistera: consultar a los militantes o, en su defecto, a los ciudadanos como hace la señora Manuela cuando ha de tomar una decisión urbanística. Sinceramente, esta moda que ellos denominan de transparencia y cercanía a los ciudadanos nos parece una majadería y una ausencia total de liderazgo y personalidad política. Los ciudadanos, los votantes, hemos depositado nuestra confianza en ellos para que realicen y gestionen las cuestiones que vayan surgiendo, tanto las fáciles como las difíciles, porque si no son capaces de tomar una decisión por sí solos y necesitan la opinión de los ciudadanos a cada decisión decisiva que han de tomar, entonces, señores, ni a los penaltis serán capaces de formar ese gobierno que les quita el sueño, el sentido y hasta el alma y a nosotros, sus votantes, nos quitan la ilusión de vivir en una España mejor y la esperanza de tener unos dirigentes capaces de tomar decisiones en momentos difíciles y están consiguiendo, no les quepa la menor duda, que cada día más pensemos que esto de la corrupción no hay quién lo arregle. 



ENTRE LA FICCIÓN
Y LA REALIDAD





Jubilado noctámbulo

EL DÍA EN GALERADAS
Jueves 16 de enero de 2020

Y ahora a por el Oscar
CONOCÍAMOS varias facetas de la vida de Pablo Iglesias, pero tras ser designado vicepresidente del gobierno de Pedro Sánchez, ha salido a la luz la verdadera vocación de Pablo Iglesias. Con su nombramiento para formar parte del nuevo gobierno progresista y de coalición y feminista y populista y oportunista y veleta se han confirmado los rumores que desde hacía tiempo venían rondando por esta redacción sobre una de las pasiones ocultas del exultante líder de Unidas Podemos: el cine.
Por ello es por lo que hoy publicamos el cartel que anuncia la última película que el gran actor Iglesias ha protagonizado: El hombre del Oeste, filme producido y dirigido por un novel director Sánchez. Con esta película, tanto el director como el actor quieren rendir un homenaje a la España del «blanco y negro» (representada en un mítico Kirk Douglas) y a la España del tecnicolor (personificada en el legendario Alfredo Landa), sirviendo como nexo de unión entre ambas el ya populista Pablo Iglesias, que lo mismo interpreta un drama o una comedia o un wéstern o una vicepresidencia.
Lástima que por demorarse su elección como ministro no pueda optar a los Oscar y haya llegado tarde para competir con Antonio Banderas por el premio a mejor actor. Pero démosle tiempo a este nuevo intérprete del séptimo arte que se atreve con todos los géneros de la interpretación.
Desde el pasado lunes 13 de enero se proyectan en las Salas de la Carrera de San Jerónimo los filmes más destacados de Pablo Iglesias. Títulos como El pisito, No sin mi Irene, Los tramposos, Deprisa, deprisa, Furtivos, Amantes, Mentiroso compulsivo o El Azotador, entre otros.
Desde esta columna deseamos a Pablo Iglesias los mayores éxitos en el desempeño de su nueva faceta por el bien suyo, por el de Irene, por el de Pedrín (el de Roberto Alcázar), por el populismo, por los que se han ido y por los que quieren irse y por los que llegan, por los del feminismo, por los LGBT, por los del cambio climático, por los colectivos marginados, por los de Teruel, por los del centro (bueno, por éstos no), por los que creen en la igualdad entre las mujeres y los hombres… Por todos ellos y todas ellas sí se puede.

Un Jubilado por la Gran Vía



EL DÍA EN GALERADAS
Miércoles 25 de diciembre de 2019

Las necesidades del espíritu
DOS veces al año, desde que me divorcié, quedo con mi amigo Andrés. Una cita es a principios de verano y la otra, cuando se acercan las Navidades. Si la cita corresponde con el tiempo de verano, solemos quedar en cualquier lugar del Levante y si el encuentro es durante la Navidad, nos citamos en cualquier restaurante de la Gran Vía madrileña. «Nuestra» Gran Vía.
A Andrés lo conozco desde aquellos años de juventud en que cada fin de semana echábamos nuestras partidas de billar y frecuentábamos discotecas en busca de muchachas que quisieran compartir con nosotros esos momentos que nuestra juventud nos demandaba entre la gloria y el infierno y que tenían lugar en un piso de alquiler en el que, aparte de estos encuentros compartidos, organizábamos partidas de cartas con otros amigos del barrio, celebrábamos cenas con largas sobremesas en las que cada uno a su manera contaba de qué forma podríamos vivir un futuro en libertad y en democracia; también solía contarse alguna que otra trola. Pues bien, aquel piso de alquiler era además la vivienda de Andrés.
Atrás quedaron todas aquellas aventuras amparadas en una loca y, en ocasiones, irresponsable juventud. La vida nos condujo unas veces por donde quiso y otras, por donde nosotros queríamos caminar o al menos eso pensábamos. Nuestros encuentros de juventud se desvanecieron por la situación laboral de cada uno de nosotros. Andrés marchó a trabajar durante largas temporadas a Londres y con ello nuestra relación se limitó a algunas cartas o a algunos encuentros esporádicos durante las vacaciones de verano que aprovechábamos para visitar algún lugar de moda durante la época estival. Sin embargo, cuando nuestra amistad se tambaleó hasta caer en un abismo fue cuando durante unas vacaciones de verano conocimos a dos jovencitas que a la postre fueron nuestras esposas. Vamos que nos casamos por la Santa Madre Iglesia y hasta que la muerte nos separase. Sin embargo, no fue la muerte quien nos separó, sino otras circunstancias que ahora no vienen al caso y que algún día desvelaré. Pero volvamos a mis encuentros con Andrés. En esta ocasión nos citamos en un restaurante de la Gran Vía. La emblemática calle de Madrid había sido engalanada con las luces que anunciaban la Navidad y por sus aceras transitaban ciudadanos, unos llegados de provincias y otros, lugareños, que ponían cierto colorido a la noche madrileña.
Andrés y yo contemplábamos toda esa fauna consumista como lo veníamos haciendo desde hacía muchas Navidades. Sin embargo, con el paso de los años, todo era distinto. Habían cambiado los locales, los cines, las salas de fiesta, los transeúntes... Había cambiado hasta la propia Gran Vía y, por supuesto, nuestras conversaciones, nuestras necesidades y, claro, nosotros mismos.
Es curioso comprobar cómo tu top de prioridades va experimentando variaciones con el paso del tiempo y, por ello, las necesidades espirituales sufren tantas variaciones como si de una bolsa de valores se tratara. Y a esas prioridades del espíritu son a las que Andrés y yo dedicamos nuestros encuentros gastronómicos y anuales. Al principio de estas reuniones, cuando teníamos unos cuanto años menos, nuestras conversaciones fluían al amparo de una cena sobre nuestros proyectos, nuestra vida laboral, nuestros ideales políticos, nuestro número de conquistas amorosas y de las no amorosas, nuestras aficiones y, a veces, hasta de nuestra familia, sin darle importancia al verdadero anfitrión de la mesa: el menú. A continuación nos trasladábamos a cualquier sala de fiestas o discoteca para concluir en no se sabía bien en qué cama ni quién era la morena o la rubia que teníamos junto a nuestro cuerpo desnudo.
El tiempo pasa inmisericorde y con él pasa nuestra vida. Deja de importarnos la política. De la oficina, ni hablar, tan solo algún vago recuerdo sin importancia. De la familia... de la familia, mejor dejarla correr como al agua. Las aficiones: las que nos gustan ya no podemos practicarlas y las que podemos practicar no nos agradan. Los amores... pues los amores ni correspondidos ni sin corresponder, salvo algún escarceo ocasional. Y de los alimentos, ¿qué? Pues que el que no perjudica al riñón hace daño al hígado o te sube el colesterol. Vamos, que estamos a punto de pasar esa raya que marca la frontera entre vivir una vida de privaciones de toda clase y comenzar a tomar pastillas para toda clase de remedios.
Por ello, en las comidas o cenas que celebro junto a mi amigo Andrés, por un lado, nos saltamos toda clase de recomendaciones, tanto de las médicas, de las sociales, de lo políticamente correcto como de las que nos inculcó la Santa Madre Iglesia condenándonos al fuego eterno si no cumplíamos sus preceptos y, por otro, mandamos al diablo todas las privaciones y nos ocupamos de esas necesidades del espíritu de las que los médicos no tienen ni idea y disfrutamos, al menos dos veces al año, de lo que son los placeres de la vida: un buen amigo, una exquisita cena sin restricciones y con su correspondiente sobremesa regada con un buen coñac, un paseo por los santos lugares de antaño, unas copas y una compañía femenina de coalición. En pocas palabras, lo que toda la vida se viene llamando «echar una cana al aire».

Un Jubilado por la Gran Vía



EL DÍA EN GALERADAS
Martes 26 de noviembre de 2019

Cómo dejé de fumar
HACE unos dias leí en la prensa que Robert Norris, más conocido como el «hombre Marlboro», había fallecido a los noventa años y que nunca había fumado. Yo sí fui fumador.
La noticia hizo que me retrotrayese a aquellos años en los que, aún siendo un imberbe, quería imitar e incluso ser el hombre de Marlboro. Transcurrían los años sesenta y a mediados de esa década dejaba la férrea disciplina de un colegio religioso con misa diaria y fiestas de guardar para enfrentarme con un mundo en el que todo me resultaba novedoso, fascinante, ilusionante y hasta turbulento y pecaminoso. Empezaba a ver cómo era la vida fuera de los muros del colegio.
Comencé a trabajar y aparqué los estudios. Descubrí mi barrio y conocí nuevos amigos. La diaria asistencia a misa fue transformándose en visita cotidiana a los billares del barrio. Las clases de matemáticas se convirtieron en lecciones de cómo hacer carambolas en el juego del billar. El amor cristiano que me enseñaron aquellos curas del colegio se convertía en amores paganos y sin duda acreedores de las penas más terribles del infierno.
Durante ese devenir entre lo prohibido y lo permitido, en mi vida irrumpieron el mítico vaquero que anunciaba los cigarrillos Marlboro con su icónico sombrero y Humphrey Bogart con su cigarrillo entre los dedos. Aquellas imágenes me trasladaban a un mundo que representaba para mí el poder, la seducción, la libertad, el placer... y comencé a fumar.
Fumaba porque, entre otras cosas, fumar era bien visto por la sociedad y hasta llegué a creer que ello me reportaba más éxito con las chicas y porque con un cigarrillo entre mis dedos me sentía más seguro.
En alguna que otra ocasión ofrecer un cigarrillo era una forma de comenzar una conversación e incluso servía para llenar esos silencios que a veces se producían durante algún encuentro, llamésmolo amoroso. Me gustaba que cuando salía con una chica, ésta fumara. Encender un cigarrillo y ponérselo entre sus labios o ver la marca que su carmín dejaba en la boquilla del cigarrillo eran situaciones que me proporcionaban grandes dosis de morbo, tantas como las que aún me producen unos tacones de aguja.
Los fines de semana (el resto de la semana fumaba Bisonte o Tres Carabelas) compraba un paquete de Marlboro y lo compartia con mis colegas en los guateques, durante los partidos de pelota en el frontón Madrid o durante las partidas de billar de domingo por la mañana.
Asi, entre bisonte y marlboro, entre el trabajo y los billares, entre charlas con los colegas y conquistas femeninas, fueron pasando los años y cada día iba incrementando el consumo del tabaco. Me encontraba seguro con un cigarrillo en la mano. Esa seguridad me daba fuerzas para emprender nuevas empresas, tanto profesional como personal. Me matriculé en la Escuela Oficial de Idiomas para cursar francés. Y durante un descanso entre clases fui a encender un cigarrillo y en ese momento de búsqueda por los bolsillos tratando de encontrar el encendedor fue cuando una de las chicas cercanas a mí me ofreció una carterilla de cerillas de esas que anunciaban, bien un bar de copas, bien una discoteca. Nos enrollamos.
Ninguno sabía el tiempo que duraría aquello. Sólo teníamos claro que nos gustábamos mutuamente, que queríamos disfrutar sólo el presente sin mirar el futuro y que a los dos nos gustaba fumar y así comenzamos a salir y a despertar partes de nuestra piel que teníamos dormidas. Nuestra aventura navegaba a favor del viento hasta que una de esas tardes que pasábamos en cualquier discoteca ocurrió lo que jamás imaginamos ninguno de los dos que pasaría: comencé a aborrecer el tabaco.
Aquella tarde transcurría como una de tantas otras. Bailamos. Nos besamos. Volvimos a bailar y volvimos a besarnos. Disfrutábamos el presente hasta que ella dio una calada y acercó su boca a la mía en un ademán de besarme.
Yo entreabrí mi boca como había hecho en otras muchas ocasiones esperando sentir su lengua explorando todo mi interior, pero lo que sentí fue toda una bocanada de humo que me produjo náuseas y un cabreo impresionante que tardé varios días en olvidarlo, no así la sensación de ahogo que me produjo aquel beso envenenado, pues cada vez que encencía un cigarrillo y daba la primera calada sentía una sensación de rechazo que me obligaba a tirar el cigarro al suelo y pisarlo con rabia.
Días después, mientras nos besábamos dentro del coche, ella volvió a repetir la misma acción de depositar el humo del cigarro dentro de mi boca con lo que logró que vomitara manchando su vestido y la tapicería del asiento del coche, y cogiendo esta vez un cabreo monumental, que quizá hoy sería catalogado de violencia machista.
Durante los días posteriores iba aumentando mi rechazo al tabaco y al mismo tiempo hacia aquella muchacha. Poco a poco fuimos espaciando nuestras citas hasta llegar al final de aquella aventura que comenzamos con una carterilla de cerillas. Ella se marchó a Granada, no recuerdo a qué. Yo abandoné la Escuela de Idiomas, marché a Gijón de comercial en un concesionario de coches y dejé mi adicción al tabaco.
Todavía hoy conservo aquella carterilla de cerillas y llevo un encendedor en el bolsillo de la chaqueta por si alguien se acerca para decirme: «Por favor, me da fuego».

Un Jubilado por la Gran Vía



EL DÍA EN GALERADAS
Miércoles 20 de marzo de 2019

Todo tiene su fin
ATRÁS quedó 2018. Un año que muchos recordaremos porque se celebró el cuadragésimo aniversario de la  Constitución española o el año que un tal Pedro Sánchez, tras pactar con Dios y con el diablo, se alzó a los altares del poder, disfrutó con un falcón, hizo más viajes que todos los jubilados del Imserso juntos y se aseguró una pensión de lujo de por vida para regocijo propio y señora. Esto es hacer carrera. Al término de su embarazo presidencial (comienzos de 2019), presentó sus memorias y, entre los cambios más sonados mediante decretos-leyes durante su mandato al frente del Gobierno de España, puede atribuírsele el de un colchón para cama de matrimonio. Por el momento no nos consta que también haya cambiado las almohadas y la sábana bajera por decreto-ley.
Sin embargo, para mí 2018 fue el año en el que se cumplieron cincuenta años de la creación de Cosecha del 68. No. No se trata de un vino. Cosecha del 68 obedece al nombre que un grupo de muchachos, allá por el año 1968 y por iniciativa de una jovencita llamada Natalia, decidieron en aquel verano dar nombre propio al grupo que desde hacía un año se divertía los fines de semana, y especialmente en verano, en la discoteca de Chapinería, un pueblo cercano a Madrid. Por ello, aquel verano del 68 fue algo especial para todos los integrantes de aquella cuadrilla (chicos y chicas).
Los fines de semana se sucedían, y la unión y la complicidad de todos nosotros iban ganando enteros. Solíamos reunirnos en Aldea del Fresno, lugar del que algún miembro del grupo era natural o bien sus padres tenían una segunda vivienda. La empatía que reinaba entre nosotros era tal que continuó más allá del verano y fue prolongándose durante el resto de las estaciones. Acudir un fin de semana a Aldea y Chapi fue convirtiéndose para todos nosotros en una fiesta de precepto y en lugar de amoríos para muchos, de amores para otros y de desamores para algunos. Todos ellos alimentados por la brasa que aviva el fuego hormonal propio de una juventud estigmatizada por la censura sexual a la que estaba sometida por el régimen franquista. Cosecha del 68 permaneció unido durante cinco años.
En el verano de 1969, el grupo musical Módulos lanza una de las baladas más destacadas en el panorama musical español, Todo tiene su fin, que acabó con la norma de que las canciones comerciales debían tener cerca de tres minutos de duración. (Años más tarde, esta balada recobró un gran éxito con la versión del grupo cordobés Medina Azahara publicada en 1992.) Está canción fue una de mis preferidas durante aquel periodo. A esta preferencia se sumó Natalia. Con sus acordes nos enamoramos, nos desenamoramos, nos quisimos y nos odiamos. El azar quiso que Todo tiene su fin también fuera el anuncio del final de Cosecha del 68. Poco a poco la cuadrilla fue disgregándose. Unos encontraron pareja fuera del grupo; algunos sufrieron desengaños y decidieron buscar consuelo en otro lugar; otros se trasladaron a otra ciudad e incluso a otro país. Este fue el caso de su fundadora, Natalia, que, tras vivir en varias ciudades españolas, se marchó a Montreux (Suiza) y de la que, debido a la falta de redes sociales y del wasap, no volví a tener más noticias, salvo en un par de ocasiones en las que coincidimos en la feria del SIMO allá por la década de 1980. El tiempo fue pasando y los veranos fueron sucediéndose hasta llegar a 2018.
El verano de 2018 me pilla en Madrid. Los paseos por su Gran Vía me habían ahorrado unos cuantos euros en psicólogos para superar una depresión tras mi separación. Una separación ya muy lejana, pero con heridas que ni el tiempo ha sido capaz de cicatrizar. Heridas más económicas que amorosas, pues mi ex me dejó solo con un póster de la Gran Vía de Madrid por todo patrimonio. El trayecto comprendido entre mi domicilio en la calle de Alberto Aguilera  hasta la plaza de Callao se había convertido en un recorrido cotidiano al atardecer que terminaba contemplando la Gran Vía desde el mirador del Club del Gourmet en El Corte Inglés mientras tomaba una cerveza.
En aquel verano de 2018, Madrid respiraba y vivía las Fiestas del Orgullo Gay. Unas celebraciones que no despiertan en mí interés alguno, aunque debo reconocer que le ponen un punto de color a esa Gran Vía de mis amores y pecados. Una Gran Vía a la que contemplaba una tarde más desde mi atalaya de El Corte, abstrayéndome del ruido que reinaba a mi alrededor.
De pronto, mi ensimismamiento se desvaneció al oír la melodía de un móvil tras de mí. Era aquella misma melodía que puso la banda sonora a unos años de juventud vividos y disfrutados entre la pasión y el odio. Sorprendido, me giré hacia atrás y quedé aún más sorprendido cuando vi quién respondía a esa llamada que acababa de producirse. «¿Sería ella?», me pregunté. Ambos nos miramos con cierto aire de perplejidad.
Cuando la mujer que respondió a la llamada terminó la conversación, se acercó y al llegar junto a mí me susurró: «Chapinería, Módulos, 1973». Sí. Era ella. Natalia Rodríguez del Álamo. Habían pasado cuarenta y seis años desde aquel verano en el que ambos habíamos bailado juntos aquella melodía por última vez. Pese al tiempo transcurrido, Natalia aún conservaba una estupenda figura que resaltaba con un conjunto vaquero. Se notaba que dedicaba parte de su tiempo a cuidarse.
La invité a tomar un café. Aquella complicidad y aquella chispa de antaño pronto aparecieron. El pasado y el presente se mezclaban atropelladamente. Paseamos por Gran Vía mientras hacíamos un repaso a aquellas noches de juventud que vivimos junto a la orilla del río Alberche. La chispa y la química fueron in crescendo y el tercer café se lo llevé a la cama.
El destino o la casualidad, no podría decir en qué proporción, quisieron que la canción de Módulos avivara nuevamente aquellas pasiones y que termináramos aquel asunto que un cabo de la Guardia Civil había interrumpido una madrugada de verano cuarenta y seis años antes porque estábamos quebrantando la moral y la decencia.
A la mañana siguiente de nuestro encuentro acompañé a Natalia a su hotel para que recogiera su maleta y partimos hacia el aeropuerto. Su vuelo para Montreux salía al mediodía. Nos despedimos con un abrazo, y al separarnos Natalia depositó un beso en la comisura de mis labios. Cuando quise hablar, ella poniendo el dedo índice en mis labios y con una sonrisa voluptuosa me dijo: «Por fortuna, Pedro Sánchez aún no ha podido desenterrar a Franco. Jamás perdonaremos al dictador la represión sexual que padecimos la Cosecha del 68».
Minutos más tarde, el vuelo con destino a Montreux partía de las pistas del aeropuerto Madrid-Barajas Adolfo Suárez...
Una semana después de la partida de Natalia y mientras hojeaba una revista en la sala de espera del dentista, vi una fotografía de Natalia en la que aparecía detrás de una pancarta a favor de los gais y lesbianas en una de las muchas manifestaciones durante las Fiestas del Orgullo Gay. Aquella muchacha que en 1968 se quitó el sujetador para luchar por una incipiente igualdad de sexos y los derechos de la mujer, cincuenta años después continuaba su lucha.

(Así se fundó, así se reconstruyó y así se desvaneció Cosecha del 68 entre la ficción y la realidad.)

Un Jubilado por la Gran Vía