ESTE verano pasado, la imagen del niño muerto sobre la arena de una playa de Turquía cuando con su familia trataba de emigrar a Europa estremecía a todo el mundo. Esa foto del niño Aylan Kurdi sirvió de resorte para poner en movimiento muchas conciencias y que los países tomaran en serio la emigración que se estaba produciendo como consecuencia de la guerra en Siria; sin embargo, todo lo que se emprende con un ímpetu repentino al final termina fuera de control. Había que acoger a todos los que emigraban del horror que estaban viviendo en Siria sin prever cómo se podía gestionar a tantas personas que pretendían instalarse en Europa.
La noticia del suicidio de Diego, un niño de once
años, nos dejaba atónitos. Nos costaba trabajo creer que un niño pudiera
quitarse la vida. Y si la noticia en sí ya es sobrecogedora, leer la nota que
Diego dejó junto a su muñeco favorito
resulta escalofriante. ¿Por qué un niño
puede tomar esta determinación? ¿Qué causas le empujaron a quitarse la vida?
Son preguntas que todos podemos hacernos. Una de las acciones que se barajan es
el acoso escolar. Al igual que ocurrió en el caso de Aylan Kurdi con Diego
pensamos que pasará lo mismo: las reacciones en contra de los abusos y acosos
se desencadenarán con ese ímpetu repentino que se irá suavizando con el paso
del tiempo para volver donde empezamos, es decir, a los acosos y abusos sin
control.
Desconocemos, por el momento, cuál fue la verdadera causa de este
suicidio, pero de lo que sí estamos seguros es de que los niños, los
adolescentes o los jóvenes sufren acosos por todas partes, desde la guardería
hasta el colegio, pasando por la universidad y las redes sociales. Todos los
años censuramos las novatadas que padecen muchos estudiantes al comienzo de su
curso universitario; desaprobamos el mal uso que los jóvenes hacen de las redes
sociales, condenamos los vídeos que ofrecen peleas entre alumnos o agresiones a
profesores por parte de jóvenes estudiantes y que son subidos a la red por
estos mismos, o reprochamos los chantajes que estos adolescentes o niños
practican con fotos de otros compañeros colgadas en las redes sociales. No
obstante, miramos para otro lado y solo actuamos por impulsos que con el tiempo
pierden fuerza.
Pensamos que es hora de que nos pongamos a trabajar en serio para
evitar que, al igual que la situación de los emigrantes sirios, este problema
también se nos vaya de las manos. Pero comenzar a trabajar en serio. Desde las
instituciones, tanto gubernamentales como escolares, hasta educadores,
profesores, padres, pasando por familiares y amigos, todos juntos debemos
emplear los mecanismos necesarios para que estas acciones no se repitan.
Si nos movilizamos para evitar la violencia de género, si
instituciones, organismos oficiales o regidores salen en defensa de los
animales que sufren estrés en los circos o cabalgatas o condenan el sufrimiento
al que estos animales son sometidos en ciertos festejos, si nos solidarizamos
con aquellos que son desahuciados de sus casas, ¿por qué no ponemos coto a los
abusos y acosos sobre nuestros niños o adolescentes? Pensamos que hemos entrado
en una espiral cuyo principio es el «no pasa nada», «todo es permisible». Es
cierto que el niño tiene que desarrollarse, pero con un control. No se puede
permitir que los adolescentes impongan sus voluntades, todo ha de tener unos
límites y transcurrir por cauces de cordura.
Si no somos capaces de controlar estos abusos, acosos o malos
tratos, no debemos extrañarnos que salgan personas que dicen ser periodistas,
imitadores de ciertos personajes relevantes en la sociedad, gastando bromas
políticas en momentos en los que el país no está para guasas. Mientras parte de
la sociedad siga aplaudiendo la conducta de este tipo de individuos que afloran
en determinados programas de radio, televisión o que militan en ciertos
partidos políticos, continuaremos teniendo niños, adolescentes y jóvenes que no
dudarán en hacer lo que les venga en gana porque viven amparados por una
sociedad que es permisiva con el «no pasa nada».