LOS cien días de confianza que se conceden a los políticos en su nuevo cargo vienen siendo como ese periodo de prueba que se estipula en los contratos que los trabajadores firman con la empresa donde pretenden trabajar con el fin de ganar un salario que les permita hacer frente a los gastos de la compra, de los colegios de los niños, de la comunidad, de la casa y, por supuesto, poder hacer frente a una hipoteca. Sin embargo, entre un periodo y otro existe un gran abismo; mientras al trabajador le pueden poner en la calle si no cumple con las expectativas de la empresa que le quiere contratar, al político de turno le tenemos que seguir sufriendo hasta que él mismo quiera marcharse (cosa que no ocurre casi nunca) o hasta que haya nuevas elecciones, lo haga bien o lo haga mal.
Por ello, esto de los cien días me parece una memez de padre y muy señor mío. Al cabo de estos días el político siempre dirá que han sido muy provechosos y si algo ya ha salido mal la culpa será de la prensa y de los periodistas que distorsionan la información, como así lo piensa la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, y ellos, los políticos, continuarán en su puesto, con su sueldo íntegro, colocando a sus familiares, conocidos y allegados y sabiendo que no tendrán necesidad de que ningún «salvadesahucios» tenga que acudir en su ayuda.
Todo esto viene a colación porque ahora se cumplen los cien días de mandato de Manuela Carmena en el ayuntamiento de Madrid y al conmemorar estos intensos días la señora alcaldesa se lamenta de que no tiene padrinos en la prensa, bueno ni padrinos ni padres, porque se siente huérfana. ¡Qué pena, Carmena!
Huérfanos de alcalde se sienten muchos madrileños, porque el actual, para empezar, ya se presentó a las últimas elecciones con el traje de camuflaje como si se tratara de una de esas marcas blancas que adquirimos en los supermercados porque son más baratas. ¿Cómo se puede confiar en una persona que no se atreve a presentarse con las siglas de su verdadero «padrino» delante de un pueblo al que pretende dirigir? Mal empezamos.
Quizá su «padrino» y usted misma, señora alcaldesa, pensaron que como el ayuntamiento de Madrid y los madrileños ya habían tenido un alcalde con cierta edad llamado Tierno Galván esta era la ocasión para repetir: persona mayor, de izquierdas, defensora de los trabajadores y sus derechos, con experiencia jurídica, con aspecto de despistada, con aires de jubilada viajera del Imserso y hasta con cierto aire de ingenua que la hace parecer esa abuela comprensiva que nos resuelve los problemas, y por todo esto sus «padrinos» decidieron que fuera alcaldesa. Craso error, padrinos y apadrinada, porque Tierno Galván solo ha existido uno y querer parecerse a este Señor (con mayúscula) es ofender a propios y extraños y hasta ahí podíamos llegar.
Por otra parte, eso sí como buena mujer y dedicada a la política, de las promesas na de na, que diría un castizo. Y hablando de castizo. No sé qué tendrá la señora Carmena contra las fiestas de su pueblo para no asistir a las más populares como son las de la Paloma y marcharse a las fiestas del pueblo ecuatoriano.
Al dejar las promesas electorales aparcadas, la señora Carmena se busca entretenimientos varios como, entre otros, cerrar al tráfico de vehículos privados el paseo del Prado todos los domingos por la mañana para disfrute de oriundos y foráneos, así como la Gran Via y el eje Prado-Recoletos durante tres días para una manifestación de la Semana de la Movilidad, o las últimas declaraciones sobre la independencia de Cataluña, por si eran pocas las palabras de Piqué (no el político sino el jugador del Barcelona) sobre Madrid y los de Madrid, pues ahí nos deja la alcaldesa las suyas. Vamos, para ir limando asperezas. Mal continuamos, porque, entre otras cosas, ahora no tenemos a Mourinho para que cargue con las culpas.
Como este humilde columnista también se siente huérfano porque no tiene el apoyo de la clase política y porque no tiene «padrino» alguno, se solidariza con usted y le ofrece esta columna por si tuviera a bien manifestar algo (eso sí, coherente) para que no se sienta tan desamparada y «despadrinada» en ese Madrid cada día más desesperante con sus huelgas, sus manifestaciones, sus «manteros», con sus okupas, sus aceras levantadas, sus árboles cayéndose, sus casas desplomándose..., vamos que este no es mi Madrid, que me lo han «cambiao».