CUANDO teníamos veinte años menos, veíamos la jubilación como algo muy lejano. Una meta que deseábamos alcanzar, pero que aún nos quedaban muchas etapas por concluir. Soñábamos con futuros proyectos. En nuestra mente albergábamos pensamientos y deseos que podríamos desarrollar cuando cesáramos en nuestra vida laboral. La espera la entreteníamos ilusionados con poder hacer realidad esos sueños que aparcábamos hasta que estuviéramos jubilados. Unos sueños que por aquel entonces no podíamos permitirnos por no tener tiempo libre unas veces y otras porque nuestra situación económica no lo permitía. Sueñas, sueñas y sueñas, y todo lo vas aplazando para cuando te jubiles, porque aún hay tiempo, mucho tiempo.
Y llega el día soñado. Y vas y te jubilas. Y das una fiesta a los compañeros y sientes que despiertas ciertas envidias entre ellos porque has dejado el trabajo y a partir de ahora eres libre. Y sientes que vuelves a nacer, pero con sesenta y cinco años a tu espalda. Y sientes cada mañana un aire de libertad, de frescura, de ilusión, de ganas de vivir y de hasta seguir soñando. Y continúas pensando que ahora sí que vas a tener tiempo para todo. Sin embargo, una vez más te equivocas. Ahora es cuando menos tiempo tienes. Todos tus actos adquieren una fecha de caducidad y como no espabiles te quedas a la luna de Valencia, la palmas y no has hecho na de na, y aquí paz y después gloria.
La jubilación es como unas vacaciones de un mes. Los primeros cinco años (en el mejor de los casos, podemos aspirar a ocho) de jubilado equivalen a la primera semana de unas vacaciones al uso. Los pasas en las nubes pensando lo afortunado que eres, además la sociedad, las agencias de viajes con sus "días dorados", los bancos ofreciéndote crédito para que lo gastes en ese viaje de ensueño o te compres el descapotable con el que has soñado desde tu juventud se encargan de que así lo pienses y hasta que llegues a creértelo. Continúas pensando que tienes aún mucho tiempo, que como en las vacaciones todavía quedan muchos días. Pero hay una diferencia: mientras que tras unas vacaciones llegarán otras, y otras, y otras, en la jubilación ya no llegará otra etapa de cinco años como los primeros. Éstos son irrepetibles y habrá cosas que si no has realizado, despídete de ellas, moreno. Y es que a partir de ahora ya no tienes futuro ni casi presente, solo te queda el pasado.
Te pasas más de media vida soñando con tu retiro porque es la meta a la que aspiramos cuando estamos trabajando. Soñamos durante este tiempo con esa etapa de ver cómo transcurre tu día a día con la mayor de las tranquilidades, porque es lo que te han dicho que pasará (al menos, a los de mi generación, porque a los de ahora ya no se lo pintan tan bonito). Esa etapa en la que puedes por fin realizar los deseos guardados durante toda tu vida para esta ocasión. Esa etapa de la que solo has oído cosas buenas para los jubilados. Esa etapa que entre las agencias de viajes, los bancos, el Gobierno, El Corte Inglés y la sociedad en general te han dibujado del color de rosa. Pues bien. Cuando llegas; cuando ya tienes ese estatus de jubilado por la gracia de Dios y por la gracia de haber trabajado durante cincuenta años; cuando ya puedes hacer lo que te venga en gana, vas y te das cuenta de que todo ha sido un sueño o un timo o un engañacurritos madrugadores o trasnochadores.
Te das cuenta de que te has pasado más de media vida trabajando para los bancos, para la inmobiliaria Gutiérrez y Hermanos, a la que compraste el pisito; para la Seat o la Ford, a los que fuistes comprando los utilitarios; para Fagor, para Edesa, para El Corte Inglés, para Pelayo, a los que adquiriste muebles, electrodomésticos... y aún continúas pagando al Santo Entierro para que el día de tu hora final tus herederos tengan los gastos pagados y hasta un aperitivo a los que asistan a decirte adiós, porque tú ya no dirás nada, y eso si alguna vez dijiste algo.
Por ello, querido jubilado, no dejes nada para mañana. Así pues, si te gusta viajar, pues vas y haces el viaje más largo que desees. Si te gusta ese descapotable con el que soñaste, pues cómpratelo. Tú, Antoñito, que te gustan tanto las mujeres, pues vete de una vez con la esa vecina del barrio veinte años más joven que tú y que hace que te hierva la sangre cada vez que la ves. Y tú, Marina, cómprate ese Longines con brillantitos que has contemplado durante tanto tiempo en el escaparate. Y vosotros, sí vosotros, la pareja feliz que cada noche baila en los hoteles de Benidorm, si lo que habéis querido durante toda vuestra vida sexual es hacer un trío, pues a qué esperáis, ¡vamos!, hacerlo de una vez y ya está. Haz lo que te guste, lo que quieras, no cuentes con nadie, porque, entre otras cosas, ya no podemos pasarnos otros cincuenta años soñando. Ya no hay tiempo para nada. Solo para lamentarnos de lo que pudimos hacer y no hicimos y emplear el tiempo que nos queda en lamentaciones, eso, sí que es una pérdida de tiempo imperdonable.
Y es que como dice el tango: "Verás que todo es mentira, / verás que nada es amor / que al mundo nada le importa / yira, yira".
Te pasas más de media vida soñando con tu retiro porque es la meta a la que aspiramos cuando estamos trabajando. Soñamos durante este tiempo con esa etapa de ver cómo transcurre tu día a día con la mayor de las tranquilidades, porque es lo que te han dicho que pasará (al menos, a los de mi generación, porque a los de ahora ya no se lo pintan tan bonito). Esa etapa en la que puedes por fin realizar los deseos guardados durante toda tu vida para esta ocasión. Esa etapa de la que solo has oído cosas buenas para los jubilados. Esa etapa que entre las agencias de viajes, los bancos, el Gobierno, El Corte Inglés y la sociedad en general te han dibujado del color de rosa. Pues bien. Cuando llegas; cuando ya tienes ese estatus de jubilado por la gracia de Dios y por la gracia de haber trabajado durante cincuenta años; cuando ya puedes hacer lo que te venga en gana, vas y te das cuenta de que todo ha sido un sueño o un timo o un engañacurritos madrugadores o trasnochadores.
Te das cuenta de que te has pasado más de media vida trabajando para los bancos, para la inmobiliaria Gutiérrez y Hermanos, a la que compraste el pisito; para la Seat o la Ford, a los que fuistes comprando los utilitarios; para Fagor, para Edesa, para El Corte Inglés, para Pelayo, a los que adquiriste muebles, electrodomésticos... y aún continúas pagando al Santo Entierro para que el día de tu hora final tus herederos tengan los gastos pagados y hasta un aperitivo a los que asistan a decirte adiós, porque tú ya no dirás nada, y eso si alguna vez dijiste algo.
Por ello, querido jubilado, no dejes nada para mañana. Así pues, si te gusta viajar, pues vas y haces el viaje más largo que desees. Si te gusta ese descapotable con el que soñaste, pues cómpratelo. Tú, Antoñito, que te gustan tanto las mujeres, pues vete de una vez con la esa vecina del barrio veinte años más joven que tú y que hace que te hierva la sangre cada vez que la ves. Y tú, Marina, cómprate ese Longines con brillantitos que has contemplado durante tanto tiempo en el escaparate. Y vosotros, sí vosotros, la pareja feliz que cada noche baila en los hoteles de Benidorm, si lo que habéis querido durante toda vuestra vida sexual es hacer un trío, pues a qué esperáis, ¡vamos!, hacerlo de una vez y ya está. Haz lo que te guste, lo que quieras, no cuentes con nadie, porque, entre otras cosas, ya no podemos pasarnos otros cincuenta años soñando. Ya no hay tiempo para nada. Solo para lamentarnos de lo que pudimos hacer y no hicimos y emplear el tiempo que nos queda en lamentaciones, eso, sí que es una pérdida de tiempo imperdonable.
Y es que como dice el tango: "Verás que todo es mentira, / verás que nada es amor / que al mundo nada le importa / yira, yira".