ANTES de que el avión partiera de Tierra Santa, los
periodistas que habían acompañado al papa Francisco durante la visita que el
Pontífice había realizado a Oriente Próximo volvieron a formularle la pregunta
sobre el celibato de los sacerdotes. Una cuestión que va cobrando enteros tras
la petición al Santo Padre por cerca de treinta mujeres enamoradas de
sacerdotes católicos para poder vivir su amor junto a estas personas. Una
vez más, el papa Francisco respondió que la Iglesia deja una puerta abierta para
aquellos curas que quieran casarse, ya que no se trata de ningún dogma.
Oídas y leídas las opiniones
del papa Francisco sobre este tema, vemos a un Pontífice que no se
decanta por una respuesta concreta, dejando en el aire la duda y aumentando la
polémica. Esta actitud papal no sabemos si será porque entre sus antepasados
hubo algún pariente gallego que emigró a tierras argentinas y del cual adquirió
eso de cuando un gallego sube una escalera no se sabe si sube o baja, o como
buen argentino que habla y habla y al final te vende su producto.
Por otra parte, la Iglesia lo
que viene haciendo con este tipo de cuestiones es lo mismo que hace la Real
Academia Española con las palabras incorrectas que a fuerza de repetirlas el ciudadano
acaba por admitirlas en su diccionario.
Con todo esto, entendemos que
los católicos tenemos una religión a la carta. Acatamos sólo los preceptos que
nos gustan y los que nos son útiles en depende qué circunstancias. Por ello,
quizá, nos resulte extraño, dramático y hasta cruel determinados
comportamientos y leyes que propagan otras religiones u otras culturas.
Cuando una persona decide ser
sacerdote, lo hace de una manera vocacional y de ninguna más; por ello, hace
sus votos sacerdotales de pobreza, castidad y obediencia, y el faltar a
cualquiera de estas promesas es mentir a toda una comunidad católica, por lo
que este sacerdote faltaría al octavo mandamiento al estar mintiendo. Asimismo,
incumpliría el segundo mandamiento al quebrantar una promesa hecha ante Dios.
Todo esto sin contar las ostentaciones hechas fuera de la pobreza, la castidad
y la obediencia.
Con la aparición de este grupo
de mujeres enamoradas de curas y que comparten con éstos algo más que mesa y
mantel, cualquier día emerge desde el feminismo una plataforma pidiendo el amor
libre para las monjas que sientan la llamada del amor terrenal aparte del
divino. Desde esta columna nos preguntamos qué diferencia argumentaría el papa
Francisco a esta cuestión de igualdad entre monjas y curas.
A todos los problemas que
tiene abiertos la Iglesia católica con el comportamiento cristiano y humano de
sus pastores, ahora puede sumar otro más al hacer esta distinción entre curas y
monjas en asuntos del corazón y no del divino precisamente, y ser tachada de
machista.
Señores lectores, ¡qué Dios
nos coja confesados!