A ISABEL, por su paciencia y otras cosas. A PEDRO y ESPINOSA, mis primeros jefes. A FERNANDO, profesor de artes gráficas. A LUIS, buen jefe y, sobre todo, persona. A TONI, ahora más que nunca.
NOSOTROS, LOS DE ENTONCES, YA NO SOMOS LOS MISMOS

Algunos personajes o hechos que aparecen en estas galeradas son completamente ficticios y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
RAFAEL MERINO RAMÍREZ | Jubilado
Julián MIRANDA SANZ
LA COLUMNA DE UN EXLINOTIPISTA

Y la noticia llegó


viernes, 31 de enero de 2014


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Nacional

D
ESDE que conocimos la imputación de la infanta Cristina en el “caso Nóos”, dijimos que antes de que se celebrara la comparecencia de la hija del Rey ante el juez Castro tendríamos alguna noticia que, de alguna manera, tapase el impacto de la infanta Cristina en los juzgados.
Y esa noticia se produjo ayer con la “destitución” de Pedro J. Ramírez como director del diario El Mundo. Ya días antes se venían produciendo algunas noticias que trataban de eclipsar el calado mediático y popular que va adquiriendo la cercanía del día 8 de febrero, que será cuando la infanta Cristina comparezca ante el juez para explicar los asuntos y negocios de su marido, Iñaki Urdangarín.
El cese de Pedro J. Ramírez era algo que se venía palpando y presagiando si tenemos en cuenta todas las noticias que el periódico El Mundo publicaba, así como las manifestaciones de Pedro J. en algunos medios de comunicación. Todas estas informaciones no han sentado bien en el Partido Popular y una vez más la falta de libertad e independencia de la prensa han provocado el cese de este director.
Los dos últimos casos que ha destapado El Mundo con Pedro J. al frente de su dirección, “las cuentas de Bárcenas” y el “caso Nóos” con la implicación de Urdangarín y la infanta Cristina, han sido algunos de los principales motivos por los que esa cúpula de poder que aglutina a todos los medios accionara la guillotina y se cobrase la cabeza de Pedro J. Ramírez.
Por otra parte, otro de los motivos que ha contribuido a este cese ha sido el rifirrafe que, al más puro estilo de Sálvame Deluxe, mantuvieron recientemente en la cadena Cope Pedro J. Ramírez e Ignacio González, presidente de la Comunidad de Madrid, por el famoso ático de Marbella. Y digo al estilo Sálvame porque fue el propio Ignacio González quien llamó a la emisora para debatir las palabras de Pedro J. y entrar ambos en una conversación impropia de un director de periódico y un presidente de una comunidad autónoma.
Y a todo esto, entre el “caso Neymar”, la marcha de Jaime Mayor Oreja, la baja del Partido Popular de Alejo Vidal-Quadras, la ausencia de José María Aznar o el manifiesto deterioro del PP, más la que hoy se conoce de cómo será el nuevo estadio del Real Madrid (ya tenemos tema para especular sobre quién ganará más con esta remodelación del estadio Santiago Bernabéu), de lo único que se viene hablando sobre la presencia de la infanta Cristina ante el juez Castro es de cómo recorrerá la famosa rampa: ¿a pie, en coche? Esto parece ser lo más importante en vísperas de la tan esperada comparecencia de la infanta y que, como cualquier acontecimiento deportivo, taurino, político o social que levanta tanta expectación, quedará en nada de nada.

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Sociedad
 
Metro-Goldwyn-Mayer y los sueños 

D
URANTE todo el año 2014, la Metro-Goldwyn-Mayer celebrará sus noventa años al servicio del cine, y yo, como amante del cine, también quiero unirme a esta celebración y por ello desde esta columna envío mi felicitación a la Metro por su aniversario y por los éxitos alcanzados.
Con este aniversario he vuelto a recordar tardes en cines de barrio y, además de sesión continua (dos películas y No-Do). Eran tiempos donde las películas en cuanto a su género se clasificaban así: de tiros, de amor, de miedo o de llorar. Luego había otra clasificación: la moral; las toleradas para todos los públicos estaban marcadas con un 1 o un 2; las de mayores tenían un 3 o 3-R, y existían las del número 4, que eran ¡para mayores con reparos! Si aquellos censores vieran las escenas que hoy se proyectan, sin duda les daría el sarampión.
Sin embargo, gracias a aquellos censores nuestra imaginación alcanzaba límites insospechados. Virtud que se ponía en práctica cuando un grupo de amigos se reunían para contar la película que habíamos visto el domingo o el jueves si hacías pellas. Sí, contar películas. Porque entonces, además, de ver la película, ésta se contaba después, eso sí en las de intrigas no se podía decir el final sin el consentimiento de los demás.
Las películas que ponían en los cines del barrio se proyectaban durante una semana, tiempo que hoy casi no duran algunas películas de estreno. Las palomitas estaban representadas por un buen bocadillo que, entre tiros, besos y lágrimas, nos comíamos y salíamos del cine merendados o cenados, dependiendo de la hora.
Ver películas en las que la primera imagen era el león de la Metro, ya era garantía de que la peli sería buena. El rugido ya de por sí te imponía y hacía que te acomodases bien en la butaca y empezaras a creer que eras Cary Grant, Alan Ladd, Paul Newman o el mítico John Wayne.
Tampoco puedo olvidar los cines de estreno, donde las películas se mantenían en cartel durante varios meses. Esa Gran Vía de Madrid, con sus cines (había trece salas si no recuerdo mal), sus salas de fiesta, sus clubs de alterne, sus cafeterías. 
Las fachadas de los cines lucían unos carteles enormes en los que se anunciaba la película, y por la noche sus luces impregnaban un espíritu soñador, seductor, romántico y frívolo en nuestras mentes que hacía que  deambuláramos por la Gran Vía después de salir de la sesión de las diez y media en busca de alguna aventura con alguna Ava Gardner.
Gracias a películas de la Metro-Goldwyn-Mayer pudimos vivir la sensación de una carrera en coche por las calles de San Francisco, o cruzar el Puente de Brooklyn, o tener una aventura con  Marilyn Monroe, o sentir la sensación de conducir el ganado por las praderas del oeste americano junto a Jonh Wayne. Y como todo tiene su fin, esta columna de hoy también ha llegado a su The End. Gracias, León.

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Deportes

Una mano negra
(¿O quiso decir “una mano blanca”?)

E
L domingo pudimos ver al nuevo presidente del F.C. Barcelona estrenando su cargo en el partido que jugó el club azulgrana contra el Málaga. El señor Bartomeu ejerció de maravilla su cargo presidencial complaciendo a todo aquel que solicitaba hacerse una foto junto a él. Acudía allá donde le solicitaban y hubiera hecho hasta el pino para complacer al socio.
Creo que esta actitud no dice nada en favor de la seriedad con que deben llevar el “caso Neymar”. Una vez que Sandro Rosell ha dimitido y que el socio díscolo, Jordi Cases, quiere fumar la pipa de la paz al retirar la demanda, el señor Bartomeu debería moverse y hablar sólo para esclarecer el fichaje de Neymar, ya que él, como miembro de la junta de Sandro Rosell, también puede estar metido en el susodicho caso.
Al socio Cases habría que sacarle una cartulina roja, ya que tras liarla parda con esta demanda, ahora dice que la retira porque Sandro Rosell ya ha dicho lo que él quería oír. Pero hombre, con la que tiene encima el juez Ruz con los casos de Bárcenas o Gürtel, entre otros, y le hacemos perder el tiempo de esta manera. Y, además, Bartomeu no lo quiere, porque dice que es de Madrid y del Madrid.
Por otra parte, Jordi Cases teme que el F.C. Barcelona tome represalias contra él y lo que más le preocupa ahora es su seguridad. Tranquilo, Cases. ¿No has leído lo que dice Bartomeu? Pues que tienes todo el derecho del mundo a hacer una cosa así. Es más, hasta el propio presidente estaría dispuesto a hacer lo mismo que tú. Y muchos nos preguntamos por qué entonces Bartomeu ha consentido este tejemaneje y no se opuso en su momento. Saca todas las cuentas las pone encima de la mesa, y asunto zanjado.
No sé qué problemas tienen en Barcelona con Madrid que en cuando salta alguna polémica, tanto política como deportiva, la culpa la tienen en la Villa y Corte. Jordi Cases es catalán y autor de todo este lío que se ha montado en torno al fichaje de Neymar. Sin embargo, los responsables de sus líos son los inquilinos de la “Casa Blanca”, aunque no lo digan con claridad y cambien de color de las manos.
Lo que en Madrid no digieren es la justicia a la carta que siempre quieren en Barcelona en todos los ámbitos: que nos cierran el campo, es igual, el Barça no hace caso; que el Barcelona se retira de la Copa del Rey, no pasa nada, la Federación se inventa una amnistía y zanjado el asunto; este juez no me interesa, que pongan a otro y que sea catalán; este juzgado no me gusta, que busquen uno en Cataluña; que hay que pagar a Hacienda por los fichajes, eso no va con los del Barcelona. Esto, señor Bartomeu, tampoco lo digieren en Sevilla, ni en Pamplona, ni en Padrón, ni en lugar alguno.

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Made in Spain


lunes, 27 de enero de 2014


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Nacional
U
NA vez más el príncipe Felipe ha tenido problemas en el avión que le trasladaba, en esta ocasión, hasta Honduras. Ya el pasado mes de noviembre, otra avería le impedía realizar el viaje hasta Brasil. Un fallo en el indicador del aceite ha sido la alarma que ha hecho que el piloto regresara a Santo Domingo para que revisaran el avión.
Mientras se practicaba esta comprobación, se barajaron otras alternativas que permitieran continuar el viaje sin demasiada demora. Hasta aquí podemos admitir que este tipo de circunstancias ocurran. Sin embargo, no puede consentirse toda la parafernalia que ocurre a su alrededor.
Para que el Príncipe pueda proseguir el viaje se piensa en buscar billetes en un avión comercial o privado, pero al no existir vuelos directos entre Santo Domingo y Honduras se descarta la idea. No puedo imaginarme al encargado del protocolo del Príncipe de ventanilla en ventanilla buscando un billete, como si se tratara de una escena de la película Solo en casa. Por otro lado, el piloto, en su afán de minimizar el percance, declara que esta misma avería en un vuelo de pasajeros de a pie no hubiera sido preciso realizar ningún aterrizaje de emergencia. De acuerdo que el príncipe Felipe es el heredero de la Corona, pero los pasajeros de a pie son tan personas como el Príncipe y sus vidas tan importantes como la del Heredero. Podría haberse buscado otra excusa el piloto para justificar su regreso a Santo Domingo.
Una vez más, se abren comisiones de investigación para que se aclaren los motivos del incidente. Y una vez más, España da una imagen de cara a esos países que pueden adquirir productos españoles de chapucera. Cuando todavía está reciente la cancelación del viaje a Brasil, se produce este fallo durante el viaje a Honduras. En ambos casos se abren investigaciones. Unos se pasan la responsabilidad a otros. El tiempo sigue su curso natural y no se sabe porqué sigue habiendo fallos en el avión que se supone debería ser el más seguro.
El primer responsable parece ser la empresa de mantenimiento del avión. Otra chapuza más a la lista. Si esta empresa ya falló en las revisiones anteriores, ¿cuántos incidentes deberemos esperar más? Si las tareas de revisión fallan hasta en el avión que emplea la Casa Real, ¿con qué seguridad se puede viajar en un vuelo regular? Según estos hechos, con la que Dios o el destino de cada uno quiera.  
Quizá la crisis también esté alcanzando a estos niveles reales y no se puedan adquirir aviones nuevos y, por tanto, haya que continuar realizando arreglos, pero que sean con responsabilidad y no chapuceros.
 
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Nacional
 
 

Basuras y coca-cola para todos

A
LICANTE ha sido la última ciudad que ha vivido una huelga de recogida de las basuras, anteriormente habían sido Madrid, Pinto, Granada o Sevilla, entre otras localidades. Todos estos conflictos se han resuelto evitando que un gran número de trabajadores incrementaran la lista de parados.
Este logro por parte de los sindicatos debería servir para llenarnos a todos de satisfacción porque se han mantenido miles de puestos de trabajo y porque las centrales sindicales han defendido con firmeza sus propuestas.
Sin embargo, estos “éxitos” sindicales no han sido alcanzados por el trabajo de los sindicalistas, sino por el chantaje que éstos han hecho a la patronal cogiendo como rehenes a los ciudadanos de las respectivas localidades allí donde existía el conflicto de la huelga de los trabajadores que recogen la basura.
Los ciudadanos, que han soportado no sólo estas huelgas, sino también los destrozos que algunos manifestantes han ocasionado en diversas localidades, han sido los verdaderos artífices de esos éxitos que las centrales sindicales se cuelgan del pecho. Si no hubiera sido por los sufridos vecinos, los sindicatos no hubieran conseguido absolutamente nada para evitar los despidos de los trabajadores de la limpieza.
Una vez que el conflicto de la basura está solucionado, los sindicalistas pueden descansar y tomarse una coca-cola mientras piensan una solución al cierre que anuncia Coca-Cola y a la pérdida de más de 1.200 puestos de trabajos directos más los indirectos que se producirán con el cierre de algunas de sus plantas. En este conflicto veo complicado que las centrales sindicales puedan tomar al ciudadano como rehén y emplearlo como moneda de cambio en la negociación.
¿Nos van a llenar las calles de botes de coca-cola? ¿Saldrán de debajo de la barra de la cafetería los piquetes informativos para impedirnos que tomemos una coca-cola? ¿Aparecerán en los estantes de los supermercados para no dejarnos comprar una lata del susodicho refresco? En este conflicto tienen una gran ocasión para demostrar la valía de los sindicatos en España sin la colaboración forzada de los ciudadanos.
Mucho me temo que irán al paro unos cuantos cientos de trabajadores de Coca-Cola porque a los sindicatos les falta la materia prima para la negociación: los ciudadanos.
Siempre que en algún conflicto laboral hay una empresa de las llamadas “grandes” y no se pueden emplear rehenes, da lo mismo que venda coches, ropa, alimentos, electrodomésticos, electricidad o bebidas, la solución al conflicto se salda con un pacto en forma de ERE o por el artículo 41 de los Estatutos de los Trabajadores. Eso sí, se evitan los destrozos en las ciudades correspondientes, pero cientos de trabajadores se van al paro.

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¡Ay, Señor, Señor!


miércoles, 22 de enero de 2014


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Nacional


C
UANDO el papa Francisco comenzó su papado dejó a buena parte de los mortales sorprendida por la actitud que mostraba en todos sus actos, gestos que a nadie dejaban indiferente.
Desde su primera aparición en el balcón de la plaza de San Pedro hasta el abrazo a un enfermo notablemente desfigurado por una enfermedad, pasando por el acto de lavar los pies a una reclusa musulmana el día de Jueves Santo, el papa Francisco ha levantado tanta expectación que la revista Forbes le nombró la cuarta persona más influyente del planeta, y la revista Time le eligió “Persona del Año 2013”.
Sin embargo, he de confesar que yo particularmente no creía en todos estos hechos, porque necesitaba algún acontecimiento más cercano a mí y que ocurriese sin que el papa Francisco fuera el protagonista. Y este hecho ha ocurrido, y lo mismo que Tomás creyó que Jesús había resucitado cuando pudo ver la señal de los clavos en sus manos y meter su mano en la herida del costado de Jesús, así he visto la señal que esperaba para darme cuenta de que los gestos del papa Francisco no eran sólo gestos, sino que hay una fuerza espiritual que cambia a los hombres.
El escenario ha sido el Congreso de los Diputados. Los protagonistas, los líderes políticos Mariano Rajoy, Alfredo Rubalcaba y Rosa Díez. Estos líderes de distintas ideologías han abrazado la Biblia y con ella en la mano, o mejor dicho, con frases bíblicas, han defendido sus posturas como si el escaño fuera el mismísimo púlpito, y sus señorías los fieles que acuden cada domingo a misa de una. ¡Milagro! La Biblia les une. Aunque Rubalcaba se enredó un poco con su cita, para empezar no está mal.
Te pido perdón papa Francisco porque no creía en tus gestos ni en tus hechos y ahora creo porque he visto a tres personas, de las que no me esperaba que la Biblia las uniera.
Sin embargo, mi deseo es que a partir de ahora nuestras señorías sigan por el camino que hoy han emprendido y no se detengan ni distraigan con las citas bíblicas y continúen con los diez mandamientos.
Recuerdo a mi profesor de latín, don Lorenzo, que nos decía, cuando se refería a estos preceptos religiosos, que los diez mandamientos de la Ley de Dios son muy importantes, pero que si no podíamos cumplir con todos, sí respetásemos los seis últimos y que el quinto y el séptimo eran muy importantes.
Apunto esta recomendación eclesiástica por si algún diputado se lía con ellos y los confunde con los de la Santa  Madre Iglesia.
Hoy, Jesús me habría dicho lo mismo que dijo a Tomás: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto” (Juan 20, 24-29).
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Nacional
 
Gracias, Fátima

D
ESDE esta columna quiero expresar mi agradecimiento a Fátima y a todas las personas que forman su círculo más cercano. Por ello es por lo que publico esta carta abierta dirigida particularmente a usted, Fátima, como firmante de la misiva que he recibido en la que me comunica la subida correspondiente a la pensión de jubilación para el año 2014.

Estimada Fátima:
Aunque en la carta que he recibido me tratas de usted, permíteme que yo lo haga de tú. No se trata de una falta de respeto hacia tu cargo de ministra de Empleo y Seguridad Social y ni mucho menos a tu persona, sino que obedece a que como ustedes (vosotros, perdón) los del Gobierno me han enseñado a recortar, esta enseñanza la llevo incrustada en mi mente y la pongo en práctica hasta en el trato personal: cuesta menos decir “tú” que “usted”.
Una vez aclarado este punto, quiero decirte, Fátima, que no hacía falta que te molestases comunicándome la subida de la pensión para el año 2014, ya que lo que te has gastado en papel, sobre, franqueo, impresión en cuatricromía y revisión del texto, sin contar tu valioso tiempo, es muy superior al aumento de mi pensión que como sabes es del 0,25 por 100. Dicho así en porcentaje puede parecer poco, pero traducido a moneda de cambio y de curso legal da para tomarse 1,8 cafés al mes a costa de los presupuestos del Estado. Ahí es nada. No quiero ni decir lo feliz que me haces con esta subida y saber que ya nunca más se congelarán las pensiones. Por otra parte, me gustaría saber cuándo pensáis descongelar a los pensionistas, pues cada año nos quedamos un poco más congelados.
El café de este mes lo tomaré a tu salud por ser tan generosa y velar por mi dieta, pues con estas subidas, poco a poco, estoy suprimiendo los gastos y consiguiendo ahorrar, que, como sabrás, este año alcanzaré el 20 por 100 más en ahorro; ni que decir tiene que si lo necesitáis no tenéis ni que pedírmelo, me lo quitáis sin más, faltaría más, que para eso está el IRPF.
En uno de los párrafos de tu carta me recuerdas que el año pasado, a pesar de la mala situación económica, las pensiones subieron entre el 1 y el 2 por 100. Sin embargo, no entiendo por qué este año suben hasta el 0,25 por 100 si, como dice don Mariano, ese señor que te ha colocado en el Ministerio de Empleo y Seguridad Social, este año es el de la recuperación; por ello, creo que os habéis pasado un poco con la subida. En esto mi amigo Federico opina lo mismo: cree que los 83 céntimos que le habéis subido la pensión de viudedad es un lujo para un viudo que no sale de la residencia al tiempo que un quebradero de cabeza, ya que se pregunta qué puede hacer con esta subida. Está confuso, como todos.
Por último, Fátima, me dices que continuaréis trabajando para nuestro bienestar. Te lo agradezco mucho al tiempo que pienso que dentro de dos años puedan despedirte de tu trabajo en el Ministerio y, quizá, entonces se cumpla aquello de “detrás de mí vendrá quien bueno me hará”.
Tanto la historia como los políticos siempre se repiten. Y, cada año, cuando leo la carta que me envía el ministro de turno para comunicarme la pensión, pienso si seré tan necio como para entender la misiva.

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Oh là, là!, Hollande


martes, 14 de enero de 2014


E
NTRE tanta crispación social, tanto paro, tanta crisis, tantos chanchullos no viene mal un poco de frivolidad aderezada con una pizca de sal y pimienta y si esta combinación nos llega desde el París de la France, mucho mejor.
El pasado fin de semana se conocía la noticia de la supuesta infidelidad de  François Hollande con su pareja Valérie Trierweiler. Al parecer, Hollande mantiene una relación (vox pópuli) con la actriz Julie Gayet según destapó la revista Closer. A partir de aquí, se vierten comentarios y opiniones para todos los gustos.
Esta infidelidad nacional no parece que les importe mucho a los franceses, ni a un servidor. Pienso que François Hollande puede hacer con su vida privada, y más en el terreno amoroso, lo que le parezca bien. Otra cosa sería que descuidara los asuntos de estado por un devaneo; pero si este señor dirige el país con responsabilidad, pienso que está cumpliendo con todos los ciudadanos. Otra cuestión sería que el apartamento, las flores, los bombones y el Dom Pérignon corrieran a cargo del contribuyente, pero si monsieur Hollande paga de su peculio particular, allá él con su cuenta corriente.
Quizá como hombre político debería haber llevado esta relación con Julie Gayet con más cuidado, pero ya se sabe que cuando las mariposas del amor revolotean nublan todos los sentidos y se pierde el control por muy presidente que sea uno.
Al parecer, una de las cuestiones que ahora preocupan a los franceses es la poca seguridad que llevaba su presidente (sólo un guardaespaldas). Si era una relación secreta y privada, ¿cuántos escoltas quieren que lleve? Lo más apropiado es el menor número posible de personas a su alrededor para pasar inadvertido, porque si le escoltan las Fuerzas  Especiales de la Legión darían el cante rápidamente.
Mientras tanto, su actual (o “ex”) pareja permanece ingresada en un hospital reponiéndose de un ataque de ansiedad, y Hollande, en su rueda de prensa para dar alguna explicación de por qué se veía con la actriz, añade otra incógnita a este vodevil: ¿quién de las dos damas en cuestión será la acompañante del presidente francés en su viaje a Estados Unidos previsto para el 11 de febrero? La respuesta la tendremos en breve. Y como dice mi portera cuando ocurre algo así: “que le quiten lo bailao”.
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… y la Navidad pasó. ¿Y ahora qué?
 
A
TRÁS quedó la Navidad con todos sus excesos, de los que tardaremos en recuperarnos y de los que alguno se quedará en nuestro organismo para siempre por muchos buenos propósitos que hagamos para el nuevo año.
Hoy retomo esta columna para seguir comentando y opinando sobre los temas que la actualidad nos depara cada día, por una parte, y para estar de nuevo en contacto con mi tertulia virtual, por otra. Por cierto, os deseo que en la medida que podáis seáis felices, por el momento, durante este 2014.
La actualidad que nos encontramos en este nuevo año no es nueva. Es la misma que nos acompañó durante el 2013 o, quizá, un poco peor, ya que los asuntos que nos ocupaban y preocupaban continúan sin solución y aun más enredados.
Nuestros padres espirituales y salvadores de la patria continúan confundiéndonos a base de dar largas a todos los frentes abiertos: paro, corrupción, nacionalismo, sanidad, seguridad ciudadana y chanchullos varios.
El tiempo pasa y no se ven soluciones. Cada partido, cada emisora de radio, cada cadena de televisión o cada periódico ve estos temas según su posicionamiento político mientras el ciudadano palpa una actualidad muy distinta. A veces pienso que nos toman por ingenuos. Hay asuntos que por mucho que se quieran envolver en un papel de regalo continúan siendo sucios y con pocos visos de solución.  
Por ello es por lo que pienso que en los próximos días nos sobrecogerá alguna noticia importante que tape la imputación de la infanta Cristina siguiendo el método que últimamente se emplea en España para que el ingenuo ciudadano se olvide del anterior caso. Con referencia a la imputación de la infanta Cristina, no entiendo por qué quieren hacernos ver que su presencia ante el juez responde a una acción voluntaria de declarar por parte de la infanta cuando han sido necesarios dos intentos de imputación, que hayan pasado dos años desde que su marido, Urdangarín, tomara protagonismo en el “caso Nóos” por sus supuestos chanchullos y que el Rey, en su discurso de Navidad, dijera que habría más transparencia en los asuntos de la Casa Real. Por voluntariedad se entiende cuando una persona se presta a algo sin ninguna clase de presión ni condicionamiento. Si como dice uno de los abogados de la infanta que todo la que hace ésta es por amor a su marido, ¿por qué no ha acudido en el primer momento para dejar claras las cosas al juez, a los ciudadanos y, por supuesto, a su marido, Iñaki Urdangarín?
También tenemos otro caso en los juzgados que por los hechos puede ir para largo. Se trata del tema de la sanidad. Éste va de un juzgado a otro y ninguno quiere resolver nada. ¿A qué esperamos? ¿A que el que venga detrás lo arregle? Mientras tantos seguiremos ocupando nuestras calles con manifestaciones, pero atención a estas concentraciones ciudadanas que se nos pueden ir de las manos si no ponemos todos de nuestra parte.

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ENTRE LA FICCIÓN
Y LA REALIDAD





Jubilado noctámbulo

EL DÍA EN GALERADAS
Jueves 16 de enero de 2020

Y ahora a por el Oscar
CONOCÍAMOS varias facetas de la vida de Pablo Iglesias, pero tras ser designado vicepresidente del gobierno de Pedro Sánchez, ha salido a la luz la verdadera vocación de Pablo Iglesias. Con su nombramiento para formar parte del nuevo gobierno progresista y de coalición y feminista y populista y oportunista y veleta se han confirmado los rumores que desde hacía tiempo venían rondando por esta redacción sobre una de las pasiones ocultas del exultante líder de Unidas Podemos: el cine.
Por ello es por lo que hoy publicamos el cartel que anuncia la última película que el gran actor Iglesias ha protagonizado: El hombre del Oeste, filme producido y dirigido por un novel director Sánchez. Con esta película, tanto el director como el actor quieren rendir un homenaje a la España del «blanco y negro» (representada en un mítico Kirk Douglas) y a la España del tecnicolor (personificada en el legendario Alfredo Landa), sirviendo como nexo de unión entre ambas el ya populista Pablo Iglesias, que lo mismo interpreta un drama o una comedia o un wéstern o una vicepresidencia.
Lástima que por demorarse su elección como ministro no pueda optar a los Oscar y haya llegado tarde para competir con Antonio Banderas por el premio a mejor actor. Pero démosle tiempo a este nuevo intérprete del séptimo arte que se atreve con todos los géneros de la interpretación.
Desde el pasado lunes 13 de enero se proyectan en las Salas de la Carrera de San Jerónimo los filmes más destacados de Pablo Iglesias. Títulos como El pisito, No sin mi Irene, Los tramposos, Deprisa, deprisa, Furtivos, Amantes, Mentiroso compulsivo o El Azotador, entre otros.
Desde esta columna deseamos a Pablo Iglesias los mayores éxitos en el desempeño de su nueva faceta por el bien suyo, por el de Irene, por el de Pedrín (el de Roberto Alcázar), por el populismo, por los que se han ido y por los que quieren irse y por los que llegan, por los del feminismo, por los LGBT, por los del cambio climático, por los colectivos marginados, por los de Teruel, por los del centro (bueno, por éstos no), por los que creen en la igualdad entre las mujeres y los hombres… Por todos ellos y todas ellas sí se puede.

Un Jubilado por la Gran Vía



EL DÍA EN GALERADAS
Miércoles 25 de diciembre de 2019

Las necesidades del espíritu
DOS veces al año, desde que me divorcié, quedo con mi amigo Andrés. Una cita es a principios de verano y la otra, cuando se acercan las Navidades. Si la cita corresponde con el tiempo de verano, solemos quedar en cualquier lugar del Levante y si el encuentro es durante la Navidad, nos citamos en cualquier restaurante de la Gran Vía madrileña. «Nuestra» Gran Vía.
A Andrés lo conozco desde aquellos años de juventud en que cada fin de semana echábamos nuestras partidas de billar y frecuentábamos discotecas en busca de muchachas que quisieran compartir con nosotros esos momentos que nuestra juventud nos demandaba entre la gloria y el infierno y que tenían lugar en un piso de alquiler en el que, aparte de estos encuentros compartidos, organizábamos partidas de cartas con otros amigos del barrio, celebrábamos cenas con largas sobremesas en las que cada uno a su manera contaba de qué forma podríamos vivir un futuro en libertad y en democracia; también solía contarse alguna que otra trola. Pues bien, aquel piso de alquiler era además la vivienda de Andrés.
Atrás quedaron todas aquellas aventuras amparadas en una loca y, en ocasiones, irresponsable juventud. La vida nos condujo unas veces por donde quiso y otras, por donde nosotros queríamos caminar o al menos eso pensábamos. Nuestros encuentros de juventud se desvanecieron por la situación laboral de cada uno de nosotros. Andrés marchó a trabajar durante largas temporadas a Londres y con ello nuestra relación se limitó a algunas cartas o a algunos encuentros esporádicos durante las vacaciones de verano que aprovechábamos para visitar algún lugar de moda durante la época estival. Sin embargo, cuando nuestra amistad se tambaleó hasta caer en un abismo fue cuando durante unas vacaciones de verano conocimos a dos jovencitas que a la postre fueron nuestras esposas. Vamos que nos casamos por la Santa Madre Iglesia y hasta que la muerte nos separase. Sin embargo, no fue la muerte quien nos separó, sino otras circunstancias que ahora no vienen al caso y que algún día desvelaré. Pero volvamos a mis encuentros con Andrés. En esta ocasión nos citamos en un restaurante de la Gran Vía. La emblemática calle de Madrid había sido engalanada con las luces que anunciaban la Navidad y por sus aceras transitaban ciudadanos, unos llegados de provincias y otros, lugareños, que ponían cierto colorido a la noche madrileña.
Andrés y yo contemplábamos toda esa fauna consumista como lo veníamos haciendo desde hacía muchas Navidades. Sin embargo, con el paso de los años, todo era distinto. Habían cambiado los locales, los cines, las salas de fiesta, los transeúntes... Había cambiado hasta la propia Gran Vía y, por supuesto, nuestras conversaciones, nuestras necesidades y, claro, nosotros mismos.
Es curioso comprobar cómo tu top de prioridades va experimentando variaciones con el paso del tiempo y, por ello, las necesidades espirituales sufren tantas variaciones como si de una bolsa de valores se tratara. Y a esas prioridades del espíritu son a las que Andrés y yo dedicamos nuestros encuentros gastronómicos y anuales. Al principio de estas reuniones, cuando teníamos unos cuanto años menos, nuestras conversaciones fluían al amparo de una cena sobre nuestros proyectos, nuestra vida laboral, nuestros ideales políticos, nuestro número de conquistas amorosas y de las no amorosas, nuestras aficiones y, a veces, hasta de nuestra familia, sin darle importancia al verdadero anfitrión de la mesa: el menú. A continuación nos trasladábamos a cualquier sala de fiestas o discoteca para concluir en no se sabía bien en qué cama ni quién era la morena o la rubia que teníamos junto a nuestro cuerpo desnudo.
El tiempo pasa inmisericorde y con él pasa nuestra vida. Deja de importarnos la política. De la oficina, ni hablar, tan solo algún vago recuerdo sin importancia. De la familia... de la familia, mejor dejarla correr como al agua. Las aficiones: las que nos gustan ya no podemos practicarlas y las que podemos practicar no nos agradan. Los amores... pues los amores ni correspondidos ni sin corresponder, salvo algún escarceo ocasional. Y de los alimentos, ¿qué? Pues que el que no perjudica al riñón hace daño al hígado o te sube el colesterol. Vamos, que estamos a punto de pasar esa raya que marca la frontera entre vivir una vida de privaciones de toda clase y comenzar a tomar pastillas para toda clase de remedios.
Por ello, en las comidas o cenas que celebro junto a mi amigo Andrés, por un lado, nos saltamos toda clase de recomendaciones, tanto de las médicas, de las sociales, de lo políticamente correcto como de las que nos inculcó la Santa Madre Iglesia condenándonos al fuego eterno si no cumplíamos sus preceptos y, por otro, mandamos al diablo todas las privaciones y nos ocupamos de esas necesidades del espíritu de las que los médicos no tienen ni idea y disfrutamos, al menos dos veces al año, de lo que son los placeres de la vida: un buen amigo, una exquisita cena sin restricciones y con su correspondiente sobremesa regada con un buen coñac, un paseo por los santos lugares de antaño, unas copas y una compañía femenina de coalición. En pocas palabras, lo que toda la vida se viene llamando «echar una cana al aire».

Un Jubilado por la Gran Vía



EL DÍA EN GALERADAS
Martes 26 de noviembre de 2019

Cómo dejé de fumar
HACE unos dias leí en la prensa que Robert Norris, más conocido como el «hombre Marlboro», había fallecido a los noventa años y que nunca había fumado. Yo sí fui fumador.
La noticia hizo que me retrotrayese a aquellos años en los que, aún siendo un imberbe, quería imitar e incluso ser el hombre de Marlboro. Transcurrían los años sesenta y a mediados de esa década dejaba la férrea disciplina de un colegio religioso con misa diaria y fiestas de guardar para enfrentarme con un mundo en el que todo me resultaba novedoso, fascinante, ilusionante y hasta turbulento y pecaminoso. Empezaba a ver cómo era la vida fuera de los muros del colegio.
Comencé a trabajar y aparqué los estudios. Descubrí mi barrio y conocí nuevos amigos. La diaria asistencia a misa fue transformándose en visita cotidiana a los billares del barrio. Las clases de matemáticas se convirtieron en lecciones de cómo hacer carambolas en el juego del billar. El amor cristiano que me enseñaron aquellos curas del colegio se convertía en amores paganos y sin duda acreedores de las penas más terribles del infierno.
Durante ese devenir entre lo prohibido y lo permitido, en mi vida irrumpieron el mítico vaquero que anunciaba los cigarrillos Marlboro con su icónico sombrero y Humphrey Bogart con su cigarrillo entre los dedos. Aquellas imágenes me trasladaban a un mundo que representaba para mí el poder, la seducción, la libertad, el placer... y comencé a fumar.
Fumaba porque, entre otras cosas, fumar era bien visto por la sociedad y hasta llegué a creer que ello me reportaba más éxito con las chicas y porque con un cigarrillo entre mis dedos me sentía más seguro.
En alguna que otra ocasión ofrecer un cigarrillo era una forma de comenzar una conversación e incluso servía para llenar esos silencios que a veces se producían durante algún encuentro, llamésmolo amoroso. Me gustaba que cuando salía con una chica, ésta fumara. Encender un cigarrillo y ponérselo entre sus labios o ver la marca que su carmín dejaba en la boquilla del cigarrillo eran situaciones que me proporcionaban grandes dosis de morbo, tantas como las que aún me producen unos tacones de aguja.
Los fines de semana (el resto de la semana fumaba Bisonte o Tres Carabelas) compraba un paquete de Marlboro y lo compartia con mis colegas en los guateques, durante los partidos de pelota en el frontón Madrid o durante las partidas de billar de domingo por la mañana.
Asi, entre bisonte y marlboro, entre el trabajo y los billares, entre charlas con los colegas y conquistas femeninas, fueron pasando los años y cada día iba incrementando el consumo del tabaco. Me encontraba seguro con un cigarrillo en la mano. Esa seguridad me daba fuerzas para emprender nuevas empresas, tanto profesional como personal. Me matriculé en la Escuela Oficial de Idiomas para cursar francés. Y durante un descanso entre clases fui a encender un cigarrillo y en ese momento de búsqueda por los bolsillos tratando de encontrar el encendedor fue cuando una de las chicas cercanas a mí me ofreció una carterilla de cerillas de esas que anunciaban, bien un bar de copas, bien una discoteca. Nos enrollamos.
Ninguno sabía el tiempo que duraría aquello. Sólo teníamos claro que nos gustábamos mutuamente, que queríamos disfrutar sólo el presente sin mirar el futuro y que a los dos nos gustaba fumar y así comenzamos a salir y a despertar partes de nuestra piel que teníamos dormidas. Nuestra aventura navegaba a favor del viento hasta que una de esas tardes que pasábamos en cualquier discoteca ocurrió lo que jamás imaginamos ninguno de los dos que pasaría: comencé a aborrecer el tabaco.
Aquella tarde transcurría como una de tantas otras. Bailamos. Nos besamos. Volvimos a bailar y volvimos a besarnos. Disfrutábamos el presente hasta que ella dio una calada y acercó su boca a la mía en un ademán de besarme.
Yo entreabrí mi boca como había hecho en otras muchas ocasiones esperando sentir su lengua explorando todo mi interior, pero lo que sentí fue toda una bocanada de humo que me produjo náuseas y un cabreo impresionante que tardé varios días en olvidarlo, no así la sensación de ahogo que me produjo aquel beso envenenado, pues cada vez que encencía un cigarrillo y daba la primera calada sentía una sensación de rechazo que me obligaba a tirar el cigarro al suelo y pisarlo con rabia.
Días después, mientras nos besábamos dentro del coche, ella volvió a repetir la misma acción de depositar el humo del cigarro dentro de mi boca con lo que logró que vomitara manchando su vestido y la tapicería del asiento del coche, y cogiendo esta vez un cabreo monumental, que quizá hoy sería catalogado de violencia machista.
Durante los días posteriores iba aumentando mi rechazo al tabaco y al mismo tiempo hacia aquella muchacha. Poco a poco fuimos espaciando nuestras citas hasta llegar al final de aquella aventura que comenzamos con una carterilla de cerillas. Ella se marchó a Granada, no recuerdo a qué. Yo abandoné la Escuela de Idiomas, marché a Gijón de comercial en un concesionario de coches y dejé mi adicción al tabaco.
Todavía hoy conservo aquella carterilla de cerillas y llevo un encendedor en el bolsillo de la chaqueta por si alguien se acerca para decirme: «Por favor, me da fuego».

Un Jubilado por la Gran Vía



EL DÍA EN GALERADAS
Miércoles 20 de marzo de 2019

Todo tiene su fin
ATRÁS quedó 2018. Un año que muchos recordaremos porque se celebró el cuadragésimo aniversario de la  Constitución española o el año que un tal Pedro Sánchez, tras pactar con Dios y con el diablo, se alzó a los altares del poder, disfrutó con un falcón, hizo más viajes que todos los jubilados del Imserso juntos y se aseguró una pensión de lujo de por vida para regocijo propio y señora. Esto es hacer carrera. Al término de su embarazo presidencial (comienzos de 2019), presentó sus memorias y, entre los cambios más sonados mediante decretos-leyes durante su mandato al frente del Gobierno de España, puede atribuírsele el de un colchón para cama de matrimonio. Por el momento no nos consta que también haya cambiado las almohadas y la sábana bajera por decreto-ley.
Sin embargo, para mí 2018 fue el año en el que se cumplieron cincuenta años de la creación de Cosecha del 68. No. No se trata de un vino. Cosecha del 68 obedece al nombre que un grupo de muchachos, allá por el año 1968 y por iniciativa de una jovencita llamada Natalia, decidieron en aquel verano dar nombre propio al grupo que desde hacía un año se divertía los fines de semana, y especialmente en verano, en la discoteca de Chapinería, un pueblo cercano a Madrid. Por ello, aquel verano del 68 fue algo especial para todos los integrantes de aquella cuadrilla (chicos y chicas).
Los fines de semana se sucedían, y la unión y la complicidad de todos nosotros iban ganando enteros. Solíamos reunirnos en Aldea del Fresno, lugar del que algún miembro del grupo era natural o bien sus padres tenían una segunda vivienda. La empatía que reinaba entre nosotros era tal que continuó más allá del verano y fue prolongándose durante el resto de las estaciones. Acudir un fin de semana a Aldea y Chapi fue convirtiéndose para todos nosotros en una fiesta de precepto y en lugar de amoríos para muchos, de amores para otros y de desamores para algunos. Todos ellos alimentados por la brasa que aviva el fuego hormonal propio de una juventud estigmatizada por la censura sexual a la que estaba sometida por el régimen franquista. Cosecha del 68 permaneció unido durante cinco años.
En el verano de 1969, el grupo musical Módulos lanza una de las baladas más destacadas en el panorama musical español, Todo tiene su fin, que acabó con la norma de que las canciones comerciales debían tener cerca de tres minutos de duración. (Años más tarde, esta balada recobró un gran éxito con la versión del grupo cordobés Medina Azahara publicada en 1992.) Está canción fue una de mis preferidas durante aquel periodo. A esta preferencia se sumó Natalia. Con sus acordes nos enamoramos, nos desenamoramos, nos quisimos y nos odiamos. El azar quiso que Todo tiene su fin también fuera el anuncio del final de Cosecha del 68. Poco a poco la cuadrilla fue disgregándose. Unos encontraron pareja fuera del grupo; algunos sufrieron desengaños y decidieron buscar consuelo en otro lugar; otros se trasladaron a otra ciudad e incluso a otro país. Este fue el caso de su fundadora, Natalia, que, tras vivir en varias ciudades españolas, se marchó a Montreux (Suiza) y de la que, debido a la falta de redes sociales y del wasap, no volví a tener más noticias, salvo en un par de ocasiones en las que coincidimos en la feria del SIMO allá por la década de 1980. El tiempo fue pasando y los veranos fueron sucediéndose hasta llegar a 2018.
El verano de 2018 me pilla en Madrid. Los paseos por su Gran Vía me habían ahorrado unos cuantos euros en psicólogos para superar una depresión tras mi separación. Una separación ya muy lejana, pero con heridas que ni el tiempo ha sido capaz de cicatrizar. Heridas más económicas que amorosas, pues mi ex me dejó solo con un póster de la Gran Vía de Madrid por todo patrimonio. El trayecto comprendido entre mi domicilio en la calle de Alberto Aguilera  hasta la plaza de Callao se había convertido en un recorrido cotidiano al atardecer que terminaba contemplando la Gran Vía desde el mirador del Club del Gourmet en El Corte Inglés mientras tomaba una cerveza.
En aquel verano de 2018, Madrid respiraba y vivía las Fiestas del Orgullo Gay. Unas celebraciones que no despiertan en mí interés alguno, aunque debo reconocer que le ponen un punto de color a esa Gran Vía de mis amores y pecados. Una Gran Vía a la que contemplaba una tarde más desde mi atalaya de El Corte, abstrayéndome del ruido que reinaba a mi alrededor.
De pronto, mi ensimismamiento se desvaneció al oír la melodía de un móvil tras de mí. Era aquella misma melodía que puso la banda sonora a unos años de juventud vividos y disfrutados entre la pasión y el odio. Sorprendido, me giré hacia atrás y quedé aún más sorprendido cuando vi quién respondía a esa llamada que acababa de producirse. «¿Sería ella?», me pregunté. Ambos nos miramos con cierto aire de perplejidad.
Cuando la mujer que respondió a la llamada terminó la conversación, se acercó y al llegar junto a mí me susurró: «Chapinería, Módulos, 1973». Sí. Era ella. Natalia Rodríguez del Álamo. Habían pasado cuarenta y seis años desde aquel verano en el que ambos habíamos bailado juntos aquella melodía por última vez. Pese al tiempo transcurrido, Natalia aún conservaba una estupenda figura que resaltaba con un conjunto vaquero. Se notaba que dedicaba parte de su tiempo a cuidarse.
La invité a tomar un café. Aquella complicidad y aquella chispa de antaño pronto aparecieron. El pasado y el presente se mezclaban atropelladamente. Paseamos por Gran Vía mientras hacíamos un repaso a aquellas noches de juventud que vivimos junto a la orilla del río Alberche. La chispa y la química fueron in crescendo y el tercer café se lo llevé a la cama.
El destino o la casualidad, no podría decir en qué proporción, quisieron que la canción de Módulos avivara nuevamente aquellas pasiones y que termináramos aquel asunto que un cabo de la Guardia Civil había interrumpido una madrugada de verano cuarenta y seis años antes porque estábamos quebrantando la moral y la decencia.
A la mañana siguiente de nuestro encuentro acompañé a Natalia a su hotel para que recogiera su maleta y partimos hacia el aeropuerto. Su vuelo para Montreux salía al mediodía. Nos despedimos con un abrazo, y al separarnos Natalia depositó un beso en la comisura de mis labios. Cuando quise hablar, ella poniendo el dedo índice en mis labios y con una sonrisa voluptuosa me dijo: «Por fortuna, Pedro Sánchez aún no ha podido desenterrar a Franco. Jamás perdonaremos al dictador la represión sexual que padecimos la Cosecha del 68».
Minutos más tarde, el vuelo con destino a Montreux partía de las pistas del aeropuerto Madrid-Barajas Adolfo Suárez...
Una semana después de la partida de Natalia y mientras hojeaba una revista en la sala de espera del dentista, vi una fotografía de Natalia en la que aparecía detrás de una pancarta a favor de los gais y lesbianas en una de las muchas manifestaciones durante las Fiestas del Orgullo Gay. Aquella muchacha que en 1968 se quitó el sujetador para luchar por una incipiente igualdad de sexos y los derechos de la mujer, cincuenta años después continuaba su lucha.

(Así se fundó, así se reconstruyó y así se desvaneció Cosecha del 68 entre la ficción y la realidad.)

Un Jubilado por la Gran Vía